MILAGRO
EUCARÍSTICO DE FAVERNEY
En el siglo XVII, el protestantismo y el
calvinismo se difundieron en Francia a gran velocidad gracias a las
ventajas materiales que concedían a los miembros de la nobleza y
al clero católico. Esto ponía en grave riesgo la Fe de
muchos y creaba incertidumbre, incluso en el interior de los
monasterios. En la ciudad de Faverney había una abadía
benedictina en la que los monjes estaban alejados de la regla del
Fundador. Sin embargo, conservaban el culto hacia la Virgen de
Nôtre-Dame la Blanche, conocida por ser muy milagrosa.
En 1608, en la vigilia de la fiesta de Pentecostés,
los monjes prepararon el altar para la adoración
eucarística. Pero como el espacio en la custodia para la Hostia
era demasiado ancho, introdujeron dos Hostias. Concluidas la
Vísperas la custodia permaneció expuesta sobre el altar
preparado en modo provisorio.
Durante la noche, se desató un gran incendio que
destruyó el altar y los ornamentos sagrados. Al día
siguiente, cuando el sacristán abrió la iglesia la
encontró llena de humo y el altar que había sido
preparado reducido a cenizas. Entonces, gritando, alarmó a los
religiosos quienes se dirigieron junto con otras personas al lugar del
incidente. Inmediatamente comenzaron a remover los restos con la
esperanza de encontrar la Custodia. Poco a poco, cuando el humo
inició a dispersarse descubrieron, maravillados que la custodia
con la Hostia Magna quedó intacta. La Custodia estaba suspendida
en el aire. Al instante la gente empezó a reunirse para
contemplar el Prodigio Eucarístico que presentaba las Hostias
intactas a pesar del incendio. Mientras tanto, los religiosos no
sabían que decisión tomar y resolvieron pedir consejo a
los frailes capuchinos de Vesoul. Estos prepararon inmediatamente un
nuevo altar sobre el que había sido quemado, y allí
celebraron la Santa Misa. En el momento de la elevación de la
Hostia, la Custodia comenzó a descender lentamente hasta posarse
sobre el altar.
El 10 de julio, se concluyó el proceso
canónico en el que el Arzobispo de Besançon declaraba la
autenticidad del Milagro Eucarístico. El 13 de septiembre, el
Arzobispo de Rodi, nuncio de Bruxelles, llevó la noticia al Papa
Pablo V, quien concedió la Bula de indulgencia. Como
consecuencia del Milagro la fe de muchos volvió a encenderse. En
1862, la Congregación de los ritos autorizó la
celebración del Milagro. En 1908 fue conmemorado solemnemente
los trescientos años del Milagro. La Partícula milagrosa
se conserva hasta nuestros días y es venerada cada año
por numerosos peregrinos.