MILAGRO
EUCARÍSTICO DE CEBREIRO
Siglo XV
España
Una mañana de un crudo invierno, estaba un
sacerdote benedictino celebrando misa mientras la nieve se amontonaba y
el viento arreciaba. Pensaba el monje que nadie acudiría a la
misa y se equivocó. Un paisano de Barxamaior, llamado Juan
Santín, sube al Cebreiro para participar en la Santa Misa. El
celebrante, con poca fe, pensó que no merecía la pena
tanto esfuerzo por asistir, pero al momento el sacerdote percibe
cómo la Hostia se convierte en carne sensible a la vista, y el
cáliz en sangre, hierve y tiñe los corporales. Los
corporales con la sangre quedaron en el cáliz y la Hostia en la
patena.
Los protagonistas de la historia, el monje y el campesino,
tienen sus mausoleos en la iglesia, cerca del lugar del milagro
eucarístico.El escudo de Galicia contiene un cáliz en
recuerdo de este milagro.
A continuación ponemos la narración del Padre Yepes, de
principios del siglo XVI.
Cerca de los años de mil y trescientos había
un vecino vasallo de la casa del Zebrero en un pueblo que dista a media
legua llamado Barja Mayor, el cual tenía tanta devoción
con el santo sacrificio de la misa que por ninguna ocupación ni
inclemencia de los tiempos recios faltaba de oir misa. Es aquella
tierra combatida de todos los aires, y suele cargar tanta nieve que no
sólo se toman los caminos, pero se cubren las casas y el mismo
monasterio, la iglesia, y hospital suelen quedar sepultados, y
allá dentro viven con fuegos y luces de candelas, porque la del
cielo en muchos días no se suele ver, y si la caridad (a quien
no pueden matar ríos ni cielos) no tuviese allí
entretenidos a los monjes para servir a los pobres, parece imposible
apetecer aquella vivienda. Un día, pues, muy recio y tempestuso
lidió y peleó el buen hombre y forcejeó contra los
vientos, nieve y tempestades; rompió por las nieves y como pudo
llegó a la iglesia.
Estaba un clérigo de los capellanes diciendo misa,
bien descuidado de que en aquel tiempo trabajoso pudiese nadie subir a
oír misas. Había ya consagrado la hostia y el
cáliz cuando el hombre llegó, y espantándose
cuando le vio, menospreciole entre sí mismo, diciendo:
"¡Cuál viene este otro con una tan grande tempestad y tan
fatigado ver un poco de pan y de vino! El Señor, que en las
concavidades de la tierra y en partes escondidas obra sus maravillas,
la hizo tan grande en aquella iglesia, a esta sazón, que luego
la hostia se convirtió en carne y el vino en sangre, que viendo
Su Majestad abrir los ojos de aquel miserable ministro que había
dudado y pagar tan gran devoción como mostró aquel buen
hombre, viniendo a oír misa con tantas incomodidades.
Estuvieron mucho tiempo la hostia vuelta en carne en su
patena y la sangre en el mismo cáliz donde había
acontecido el milagro, hasta que, pasando la reina Doña Isabel
en la romería a Santiago, y hospedándose en el monasterio
del Zebrero, quiso ver un prodigio tan raro y maravilloso, y dicen que
entonces, cuando lo vio, mandó poner la carne en una redomita y
la sangre en otra, adonde hoy día se muestran.
Yo, aunque indigno, he visto y adorado este santo
misterio, he visto las dos ampollas en una de ellas está la
sangre, que parece apenas coagulada, roja como la de un cabrito
recién sacrificado, he visto también la carne, que es
roja y seca.