MILAGRO
EUCARÍSTICO DE ALBANY
El párroco de Albany (Estado de Nueva York), fue
requerido para atender a un enfermo grave que moraba a considerable
distancia de la iglesia. Dispúsose al punto para partir a
caballo, llevando suspendida del cuello una pequeña
píxide (caja pequeña donde se transporta el
Santísimo Sacramento) para darle el Viático.
Después de cabalgar durante cierto número de millas, un
fuerte temporal de lluvia y viento le impedía adelantar con su
caballo y tuvo que pararse y entrar en una posada. Allí, por el
mismo motivo, se refugió un mensajero que iba a verlo y
comunicarle que el enfermo había experimentado una
mejoría, aunque seguía grave. Tranquilizado con esta
noticia, el párroco resolvió no continuar el camino de
noche y pasarlo allí, colocando devotamente la píxide en
un armario bajo llave.
Durmió profundamente y al alborear
reemprendió su viaje. Ya cerca de su destino, se dio cuenta, con
suma pena, de que no había tomado consigo la píxide con
el Santísimo Sacramento. Al darse cuenta, por poco cae de su
montura abrumado por la vergüenza y la alarma, pues eran herejes
todos los de la posada. Con esto dio media vuelta, picó las
espuelas y se dirigió a toda velocidad a la posada donde
había pernoctado. En cuanto atravesó el portal,
saltó del caballo y rápido se fue en busca del hostelero,
preguntándole si acaso había dado a alguien el cuarto
donde él había dormido.
Yo soy el que debo preguntarle, señor mío
contestóle dicho hostelero . ¿Qué hizo usted en
aquel cuarto, que no hemos podido abrir de ningún modo? Ninguno
de nosotros pudimos abrir, por más que hemos forcejeado, y la
llave está en la cerradura. Y lo que es más, si uno mira
por el agujero, aparece todo él iluminado.
Con indescriptible sentimiento de gozo, se lanzó el
párroco escaleras arriba, seguido del hostelero, su mujer, los
criados y unos cuantos huéspedes, atraídos por la
curiosidad. Dando la vuelta a la llave, abrió sin la menor
dificultad, y entrando cayó de rodillas, confundido ante el
mueble que había servido de sagrario al Señor de Cielos y
Tierra. Con esto, levantándose, tomó la píxide
reverente, y expuso con inusitada elocuencia a la gente admirada, el
Misterio Eucarístico. La emoción daba fuerza a sus
palabras y les declaró que tenían que darse por
envidiablemente afortunados de haber obrado Dios aquel milagro en su
casa. Con lo cual, postrados de rodillas, expresaron su deseo de ser
recibidos en la Iglesia Católica. El párroco
permaneció allí algunos días, durante los cuales
los instruyó, bautizó a todos los que allí moraban
y a algunas otras personas y los recibió en la Iglesia. Logrado
esto, se encaminó a casa del enfermo, hallándolo
restablecido y en plena convalecencia".