BEATO MAURICIO TORNAY
11 de agosto
1949 d.C.
Nació en Rosiere
(comuna de Orsieres, cantón de Valais, Suiza). Estudia en la
escuela del lugar; al regresar, ayuda a sus padres en el establo y la
huerta. Estuvo internado durante seis años en el colegio
de la abadía de San Mauricio, donde destacó por ser
fervoroso; después de sus estudios secundarios, ingresó
al noviciado de los canónigos Regulares de San Bernardo, donde
expresó: "Cumplir con mi vocación de abandonar el mundo y
dedicarme por completo al servicio de las almas para conducirlas a
Dios, y salvarme yo mismo" . Su voluntad de ser misionero era
férrea.
Su actividad se interrumpe cuando en 1934 fue sometido a
una intervención quirúrgica, momento en el cual sus
dolores los ofrece a Dios. Pronunció sus votos solemnes en 1935
y fue enviado a misionar en Weishi, Yun-nan (suroeste de China), en la
frontera con el Tíbet, actual territorio de China. Ahí
continuó estudiando y aprendió el idioma chino.
Vivió entregado a la oración, la Misa y la
reflexión. Recibió la ordenación sacerdotal en
1938, ejerció su ministerio y estuvo a cargo del seminario. Un
año después estalló la guerra: China fue invadida
por Japón y las fronteras tibetanas fueron dominadas por el
ejército.
El padre Mauricio necesitó pedir limosnas para
alimentar a los seminaristas. Antes de terminar el conflicto
bélico (1945), fue nombrado párroco de Yerkalo (al
suroeste del Tíbet), donde el lama Gun-Akhio era soberano en
todos los aspectos y odiaba a los misioneros; por lo que, en enero de
1946, fue conducido al exilio en Pamé, Yunnan, China, donde se
dedicó a hacer oración, visitar a los lugareños y
cuidar enfermos. En julio de 1949, disfrazado con hábito
tibetano y afeitado, se dirigió a Lhasa, capital del
Tíbet, para obtener del Dalai-Lama la libertad religiosa para
los cristianos de Yerkalo; aun siendo reconocido continuó.
Cuando llegó a Tothong, varios guardias disparan sobre
él, por lo que cayó muerto. Su sacrificio no fue
inútil, ya que en la actualidad la fe católica predomina
en Yerkalo. Así se hizo realidad uno de sus pensamientos de
adolescente: "El día de la muerte es el más feliz de
nuestra vida. Ante todo, hay que alegrarse, pues significa la llegada a
la verdadera patria". Beatificado por San Juan Pablo II en 1992.