BEATO MATEO
GUIMERÁ DE AGRIGENTO
7 de enero
1451 d.C.
Mateo
de Gallo Cimarra nació en Agrigento, de padres oriundos de
España. A los 18 años se hizo franciscano conventual; en
España se doctoró en Filosofía y Teología,
fue ordenado sacerdote en 1400. Enseñó a sus hermanos de
religión en España por espacio de cuatro años.
Cuando san Bernardino
de Siena comenzó su apostolado por toda Italia, Mateo parte de
España y se va a Siena, donde es acogido por San Bernardino como
compañero de apostolado y franciscano observante. Los dos
trabajan juntos por unos 15 años en la difusión del culto
al Santísimo Nombre de Jesús y la devoción a
María, y se empeñaron en volver al primitivo ideal a la
Orden franciscana. Edificó muchos nuevos conventos, centros de
espiritualidad franciscana. En 1443 fue elegido provincial de Sicilia,
que contaba con 50 conventos, de los cuales 38 llevaban el nombre de
Santa María de Jesús.
Con el Santo Nombre de
Jesús recorrió la Sicilia, predicó el Evangelio,
recordó a los sacerdotes su dignidad, reavivó la fe del
pueblo, convirtió pecadores; su predicación fue
confirmada por milagros. Fue maestro y forjador de santos, a quienes
quiso como colaboradores: Juan de Palermo, Cristóbal Giudici,
Gandolfo de Agrigento, el beato Arcángel Piacentino de
Calatafimo, Lorenzo de Palermo y la beata Eustoquia Esmeralda Calafato.
San Bernardino de Siena había sido acusado de herejía
ante el papa Martín V por haber predicado el culto al Nombre de
Jesús. El beato Mateo y san Juan de Capistrano defendieron
enérgicamente al gran maestro. Y el proceso concluyó en
triunfo del acusado.
Eugenio IV lo nombró Obispo de Agrigento en 1442, y fue
consagrado el año siguiente. Desarrolló una intensa
actividad; reformó su rebaño, extirpó los abusos,
restauró la disciplina, destinó a los pobres las ricas
rentas de su obispado, combatió la simonía. Fue
injustamente acusado ante Eugenio IV, quien lo llamó a
sí, y reconoció su inocencia. Después de tres
años de episcopado, renunció a la diócesis y
obtuvo permiso del Papa para volver al convento en Palermo, donde
vivió los últimos años en oración y
soledad, dando ejemplo de admirables virtudes. Tenía 71
años cuando murió. Su sepulcro se hizo célebre por
los frecuentes milagros. Aprobó su culto Clemente XIII el
22 de febrero de 1767.