BEATO MATEO GALLO
1767 d.C.
8 de febrero
Nació en Agrigento (Sicilia) hacia el año 1377. De joven
ingresó en los franciscanos Conventuales, que lo enviaron a
estudiar a España. En 1418, se pasó a los franciscanos
Observantes atraído por el movimiento de reforma que impulsaba
san Bernardino de Siena, de quien fue compañero en la
implantación de la Observancia y en la predicación,
propagando la devoción al Santísimo Nombre de
Jesús, a la que el Beato unía la que profesaba a la
Virgen, por lo que a muchos de los conventos que fundó en Italia
y España les puso el nombre de Santa María de
Jesús. Elegido obispo de su ciudad natal en 1442, se
empeñó en renovar la vida de la diócesis y ayudar
a los pobres, por lo que tuvo que sufrir hasta calumnias. Probada su
inocencia, renunció a su cargo y se retiró a un convento
de Palermo, donde murió el 7 de enero de 1450.
Mateo, a quien se le han dado muchos y variados
apelativos, nació el año 1376 ó 1377 en Girgenti,
hoy Agrigento, en el reino de Sicilia, que entonces pertenecía a
la corona de Aragón; más tarde, en su vida de apostolado,
gozaría Mateo de la amistad, admiración y
protección de sus reyes, D. Alfonso V el Magnánimo y su
esposa Dña. María de Castilla.
Sus padres eran, según algunos autores, oriundos de
Valencia (España), y ciertamente le dieron una buena
educación cristiana. Muy joven, en 1391-92, vistió el
hábito de los franciscanos Conventuales en el convento de San
Francisco de Agrigento, donde hizo la profesión religiosa en
1394. Prendados de sus cualidades espirituales e intelectuales, los
superiores lo enviaron a estudiar al famoso centro de estudios que la
Orden tenía en Bolonia. Luego lo mandaron para completar sus
estudios a Barcelona, donde los Conventuales tenían otro centro
de estudios importante; allí consiguió probablemente el
título de maestro, y recibió la ordenación
sacerdotal en 1400. Aquel mismo año empezó el apostolado
de la predicación en Tarragona y en otras poblaciones.
En los años 1405-1416, lo encontramos en Padua, en
el convento de San Antonio de los Conventuales, como maestro de
novicios o de recién profesos, lo que, una vez más,
muestra el aprecio en que le tenían los superiores.
Después volvió a España, donde permaneció
hasta finales de 1417; así lo dice una carta del rey Alfonso el
Magnánimo, de fecha 28 de noviembre de 1417, que explica
además la razón por la que Mateo regresaba tan pronto a
Italia: su deseo de encontrarse con san Bernardino de Siena, de conocer
el movimiento de la Observancia y de incorporarse al mismo.
El movimiento franciscano de la Observancia, que trataba
de llevar a la Orden de Hermanos Menores a una más fiel y
estricta observancia de la Regla de San Francisco, sin dispensas ni
atenuaciones, surgió en el siglo XIV y se fue organizando y
difundiendo en el siglo siguiente, bajo la guía e impulso de san
Bernardino de Siena, que tuvo como principales colaboradores a san Juan
de Capistrano, Alberto de Sarteano, san Jaime de la Marca y el beato
Mateo de Agrigento. Éste se encontró con san Bernardino
en 1418, tal vez en el Capítulo general de Mantua, y, con los
debidos permisos, se pasó en seguida a los Observantes. Hay que
tener en cuenta que la Orden de Hermanos Menores, fundada por san
Francisco de Asís, fue una sola Orden hasta que, en 1517,
León X la dividió jurídicamente en dos:
Conventuales y Observantes; con anterioridad, ya existían en su
seno esas diversas tendencias, ramas o grupos, pero seguían
siendo una misma familia religiosa.
El encuentro y la amistad con san Bernardino marcaron
profundamente la vida del beato Mateo. El gran santo lo tomó
como compañero al descubrir en él afanes y sentimientos
muy similares a los suyos. Y junto a él en muchas ocasiones y a
veces, por indicación suya, en otros lugares predicó
Mateo sin descanso; su vida austera y llena de espiritualidad
acreditaba por todas partes sus sermones. También se cuentan
milagros que Dios obró por medio de su siervo. Al mismo tiempo,
se había hecho paladín del Nombre de Jesús, como
San Bernardino, pero quería que al de Jesús fuera unido
el de María, la Madre del Señor. Y por ello, a muchos de
los conventos que fundó en Italia y en España les puso el
nombre de Santa María de Jesús.
En época reciente se han encontrado, y los
comenzó a editar el P. Agustín Amore en 1960, casi un
centenar de sermones del beato Mateo, escritos en lengua vulgar o en
latín y que suelen comentar un texto bíblico. En ellos se
pone de manifiesto la sólida formación teológica
de su autor, la lógica con que argumentaba y el celo
apostólico y hasta los sentimientos íntimos que
embargaban su espíritu.
A la vez que a la predicación, se dedicó con
ardor a la expansión y organización de la Observancia, lo
que le valió la estima del rey Alfonso V y la confianza del papa
Eugenio IV que le encomendó delicadas misiones para la
renovación de los religiosos y del clero, particularmente en
Sicilia. En 1425 el papa Martín V concedió al beato Mateo
la facultad de fundar conventos de la Observancia, y fueron numerosos
los que fundó o reformó tanto en Italia como en
España, a la mayoría de los cuales, como queda dicho,
aunque no a todos, dio el nombre de Santa María de Jesús:
Mesina, Palermo, Agrigento, Siracusa, Barcelona, Valencia, etc.
Además ejerció cargos de gobierno en Sicilia: fue Vicario
provincial de 1425 a 1430, y Comisario general de la Provincia de
Sicilia de 1432 a 1440.
El Beato Mateo pasó en España al menos
cuatro temporadas, dos cuando estaba con los Conventuales y otras dos
estando con los Observantes. A las dos primeras ya nos hemos referido.
La tercera tuvo lugar en 1427-28, cuando por invitación de los
soberanos aragoneses estuvo predicando en Valencia, Barcelona, Vich y
otras ciudades. De nuevo, la primera mitad del año 1430, por
invitación insistente de la reina Dña. María,
esposa del rey Alfonso V, el Beato la pasó por tierras de
Valencia y Barcelona predicando y, como ya había hecho antes,
cumpliendo misiones reales de pacificación y de beneficencia,
difundiendo la devoción al Santísimo Nombre de
Jesús, impulsando la implantación de la Observancia y
fundando o reformando conventos.
Dedicado de lleno a un apostolado intenso y fecundo se
hallaba el beato Mateo, cuando su diócesis natal lo
eligió y reclamó como obispo; él se
resistió cuanto pudo a lo que consideraba una dignidad y puesto
para el que no estaba preparado. Pero el rey Alfonso insistió
ante el papa Eugenio IV, quien lo nombró obispo de Agrigento el
17 de septiembre de 1442. El 30 de junio de 1443 recibió la
consagración episcopal y, por obediencia, hubo de tomar el
báculo pastoral de la diócesis.
No era un secreto para nadie qué tipo de obispo iba
a ser fray Mateo: un obispo reformador, un hombre celoso de la
disciplina eclesiástica, impulsor de la renovación, con
criterio y actitudes evangélicas, así en el clero como en
el pueblo confiado a su cuidado. Ello le enfrentó con quienes se
negaban a cualquier reforma que supusiera pérdida de posiciones
poco edificantes o de intereses bastardos, y ante la firmeza de Mateo
no dudaron en acudir con calumnias a la Santa Sede, que lo llamó
y le pidió explicaciones de su conducta. En efecto, por su
generosidad hacia los pobres fue acusado por los clérigos que le
eran contrarios, de dilapidar los bienes de la Iglesia; lo cierto es
que había renunciado a todos sus ingresos en favor de los
pobres, reservándose lo estrictamente necesario para sí
mismo y para sus más inmediatos colaboradores. Además, lo
acusaron falsamente de relaciones ilícitas con una mujer. En el
proceso, que se desarrolló en la corte pontificia, se
demostró la total inocencia del Beato, por lo que el Papa lo
absolvió de todas las acusaciones, le confirmó su
confianza y lo devolvió a su sede episcopal.
El Beato Mateo se sintió confortado por el
esclarecimiento de la verdad y por la bendición que
mereció del Papa su conducta y forma de proceder, y
continuó en su misma labor reformadora. Pero sus adversarios no
se aquietaron y muy pronto le crearon nuevos problemas y conflictos. El
santo obispo llegó a pensar que las dificultades se
debían a su incapacidad para el episcopado, y rogó y
suplicó a la Santa Sede, después de madura
reflexión e incluso de consultar el caso con san Bernardino de
Siena, que le aceptara la renuncia a su cargo, y tanto insistió
que al fin le fue aceptada. Había permanecido tres escasos
años al frente de su diócesis. Entonces, con la mayor
humildad, se reintegró a su comunidad religiosa en Palermo, en
la que vivió como un fraile más, sin admitir que se le
dieran honores o privilegios. Y allí falleció santamente
el 7 de enero de 1450. El pueblo cristiano lo tuvo por santo desde
entonces y su culto continuó a lo largo de los siglos. En 1759
se inició el proceso diocesano de beatificación. Y por
último, la confirmación oficial de su culto inmemorial o
beatificación equivalente, con aprobación del culto, misa
y oficio del Beato, la concedió el Papa Clemente XIII el 22 de
febrero de 1767.