MARTIRIO DE SAN
JUSTINO Y DE SUS COMPAÑEROS
165 d.C.
Martirio de los santos mártires Justino, Caritón,
Caridad, Evelpisto, Hierax, Peón y Liberiano.
Roma , año 165
En tiempo de los inicuos defensores de la idolatría,
publicábanse, por ciudades y lugares, impíos edictos
contra los piadosos cristianos, con el fin de obligarles a sacrificar a
los ídolos vanos. Prendidos, pues, los santos arriba citados,
fueron presentados al prefecto de Roma, por nombre Rústico.
Venidos ante el tribunal, el prefecto Rústico dijo a Justino:
—En primer lugar, cree en los dioses y obedece a los emperadores.
Justino respondió:
- Lo irreprochable, y que no admite condenación, es obedecer a
los mandatos de nuestro Salvador Jesucristo.
El prefecto Rústico dijo:
- ¿Qué doctrina profesas?
Justino respondió:
- He procurado tener noticia de todo linaje de doctrinas; pero
sólo me he adherido a las doctrinas de los cristianos, que son
las verdaderas, por más que no sean gratas a quienes siguen
falsas opiniones.
El prefecto Rústico dijo:
-¿Con que semejantes doctrinas te son gratas, miserable?
Justino respondió:
- Sí, puesto que las sigo conforme al dogma recto.
El prefecto Rústico dijo:
- ¿Qué dogma es ése?
Justino respondió:
- El dogma que nos enseña a dar culto al Dios de los cristianos,
al que tenemos por Dios único, el que desde el principio es
hacedor y artífice de toda la creación, visible e
invisible; y al Señor Jesucristo, por hijo de Dios, el que de
antemano predicaron los profetas que había de venir al
género humano, como pregonero de salvación y maestro de
bellas enseñanzas.
Y yo, hombrecillo que soy, pienso que digo bien poca cosa para lo que
merece la divinidad infinita, confesando que para hablar de ella fuera
menester virtud profética, pues proféticamente fue
predicho acerca de éste de quien acabo de decirte que es hijo de
Dios. Porque has de saber que los profetas, divin-mente inspirados,
hablaron anticipadamente de la venida de Él entre los hombres.
El prefecto Rústico dijo:
- ¿Dónde os reunís?
Justino respondió:
- Donde cada uno prefiere y puede, pues sin duda te imaginas que todos
nosotros nos juntamos en un mismo lugar. Pero no es así, pues el
Dios de los cristianos no está circunscrito a lugar alguno, sino
que, siendo invisible, llena el cielo y la tierra Y en todas partes es
adorado y glorificado por sus fieles.
El prefecto Rústico dijo:
- Dime donde os reunís, quiero decir, en qué lugar juntas
a tus discípulos.
Justino respondió:
- Yo vivo junto a cierto Martín, en el baño de Timiolino,
Y ésa ha sido mi residencia todo el tiempo que he estado esta
segunda vez en Roma. No conozco otro lugar de reuniones sino
ése. Allí, si alguien quería venir a verme, yo le
comunicaba las palabras de la verdad.
El prefecto Rústico dijo:
- Luego, en definitiva, ¿eres cristiano?
Justino respondió:
- Sí, soy cristiano.
El prefecto Rústico dijo a Caritón:
- Di tú ahora, Caritón, ¿también tú
eres cristiano?
Caritón respondió:
- Soy cristiano por impulso de Dios.
El prefecto Rústico dijo a Caridad:
- ¿Tú qué dices, Caridad?
Caridad respondió:
- Soy cristiana por don de Dios.
El prefecto Rústico dijo a Evelpisto:
- ¿Y tú quién eres, Evelpisto?
Evelpisto, esclavo del César, respondió:
- También yo soy cristiano, libertado por Cristo, y, por la
gracia de Cristo, participo de la misma esperanza que éstos.
El prefecto Rústico dijo a Hierax:
- ¿También tú eres cristiano?
Hierax respondió:
- Sí, también yo soy cristiano, pues doy culto y adoro al
mismo Dios que éstos.
El prefecto Rústico dijo:
- ¿Ha sido Justino quien os ha hecho cristianos?
Hierax respondió:
- Yo soy de antiguo cristiano, y cristiano seguiré siendo. Mas
Peón, poniéndose en pie, dijo:
- También yo soy cristiano.
El prefecto Rústico dijo:
- ¿Quién te ha enseñado?
Peón respondió:
- Esta hermosa confesión la recibimos de nuestros padres.
Evelpisto dijo:
- De Justino, yo tenía gusto en oír los discursos: pero
el ser cristiano, también a mí me viene de mis padres.
El prefecto Rústico dijo:
- ¿Dónde están tus padres?
Evelpisto respondió:
- En Capadocia.
El prefecto Rústico le dijo a Hierax:
- Y tus padres, ¿dónde están?
E Hierax respondió diciendo:
- Nuestro verdadero padre es Cristo, y nuestra madre la fe en
Él; en cuanto a mis padres terrenos, han muerto, y yo vine
aquí sacado a la fuerza de Iconio de Frigia.
El prefecto Rústico dijo a Liberiano:
- ¿Y tú qué dices? ¿También
tú eres cristiano? ¿Tampoco tú tienes
religión?
Liberiano respondió:
- También yo soy cristiano; en cuanto a mi religión,
adoro al solo Dios verdadero.
El prefecto dijo a Justino:
- Escucha tú, que pasas por hombre culto y crees conocer las
verdaderas doctrinas. Si después de azotado te mando cortar la
cabeza, ¿estás cierto que has de subir al cielo?
Justino respondió:
- Si sufro eso que tú dices, espero alcanzar los dones de Dios;
y sé, además, que a todos los que hayan vivido
rectamente, les espera la dádiva divina hasta la
conflagración de todo el mundo.
El prefecto Rústico dijo:
- Así, pues, en resumidas cuentas, te imaginas que has de subir
a los cielos a recibir allí no sé qué buenas
recompensas.
Justino respondió:
- No me lo imagino, sino que lo sé a ciencia cierta, y de ello
tengo plena certeza.
El prefecto Rústico dijo:
- Vengamos ya al asunto propuesto, a la cuestión necesaria y
urgente. Poneos, pues, juntos, y unánimemente sacrificad a los
dioses.
Justino dijo:
- Nadie que esté en su cabal juicio se pasa de la piedad a la
impiedad.
El prefecto Rústico dijo:
- Si no obedecéis, seréis inexorablemente castigados.
Justino dijo:
- Nuestro más ardiente deseo es sufrir por amor de nuestro
Señor Jesucristo para salvarnos, pues este sufrimiento se nos
convertirá en motivo de salvación y confianza ante el
tremendo y universal tribunal de nuestro Señor y Salvador.
En el mismo sentido hablaron los demás mártires:
- Haz lo que tú quieras; porque nosotros somos cristianos y no
sacrificamos a los ídolos.
El prefecto Rústico pronunció la sentencia, diciendo:
«Los que no han querido sacrificar a los dioses ni obedecer al
mandato del emperador, sean, después de azotados, conducidos al
suplicio, sufriendo la pena capital, conforme a las leyes».
Los santos mártires, glorificando a Dios, salieron al lugar
acostumbrado, y, cortándoles allí las cabezas, consumaron
su martirio en la confesión de nuestro Salvador. Mas algunos de
los fieles tomaron a escondidas los cuerpos de ellos y los depositaron
en lugar conveniente, cooperando con ellos la gracia de nuestro
Señor Jesucristo, a quien sea gloria por los siglos de los
siglos. Amén.
(BAC 75, 311-316)