MARTIRIO DE SAN
FRUCTUOSO
259 d.C.
En Tarragona, año 259
Siendo emperadores Valeriano y Galieno, y Emiliano y Baso
cónsules, el diecisiete de las calendas de febrero (el 16 de
ene-ro), un domingo, fueron prendidos Fructuoso, obispo, Augurio y
Eulogio, diáconos. Cuando el obispo Fructuoso estaba ya
acostado, se dirigieron a su casa un pelotón de soldados de los
llamados beneficiarios, cuyos nombres son: Aurelio, Festucio, Elio,
Polencio,Donato y Máximo. Cuando el obispo oyó sus
pisadas, se levantó apresuradamente y salió a su
encuentro en chinelas. Los soldados le dijeron:
- Ven con nosotros, pues el presidente te manda llamar junto con tus
diáconos.
Respondióles el obispo Fructuoso:
- Vamos, pues; o si me lo permitís, me calzaré antes.
Replicaron los soldados:
- Cálzate tranquilamente.
Apenas llegaron, los metieron en la cárcel. Allí,
Fructuoso, cierto y alegre de la corona del Señor a que era
llamado, oraba sin interrupción. La comunidad de hermanos estaba
también con él, asistiéndole y rogándole
que se acordara de ellos.
Otro día bautizó en la cárcel a un hermano
nuestro, por nombre Rogaciano.
En la cárcel pasaron seis días, y el viernes, el doce de
las calendas de febrero (21 de enero), fueron llevados ante el tribunal
y se celebró el juicio.
El presidente Emiliano dijo:
- Que pasen Fructuoso, obispo, Augurio y Eulogio. Los oficiales del
tribunal contestaron:
- Aquí están.
El presidente Emiliano dijo al obispo Fructuoso:
- ¿Te has enterado de lo que han mandado los emperadores?
FRUCTUOSO — Ignoro qué hayan mandado; pero, en todo caso, yo soy
cristiano.
EMILIANO — Han mandado que se adore a los dioses.
FRUCTUOSO— Yo adoro a un solo Dios, el que hizo el cielo y la tierra,
el mar y cuanto en ellos se contiene.
EMILIANO — ¿Es que no sabes que hay dioses?
FRUCTUOSO — No lo sé.
EMILIANO — Pues pronto lo vas a saber.
El obispo Fructuoso recogió su mirada en el Señor y se
puso a orar dentro de sí.
El presidente Emiliano concluyó:
— ¿Quiénes son obedecidos, quiénes temidos,
quiénes adorados, si no se da culto a los dioses ni se adoran
las estatuas de los emperadores?
El presidente Emiliano se volvió al diácono Augurio y le
dijo: - No hagas caso de las palabras deFructuoso.
Augurio, diácono repuso:
- Yo doy culto al Dios omnipotente.
El presidente Emiliano dijo al diácono Eulogio:
- ¿También tú adoras a Fructuoso?
Eulogio, diácono, dijo:
- Yo no adoro a Fructuoso, sino que adoro al mismo a quien adora
Fructuoso.
El presidente Emiliano dijo al obispo Fructuoso:
- ¿Eres obispo?
FRUCTUOSO — Lo soy.
EMILIANO — Pues has terminado de serlo.
Y dio sentencia de que fueran quemados vivos.
Cuando el obispo Fructuoso, acompañado de sus diáconos,
era conducido al anfiteatro, el pueblo se condolía del obispo
Fructuoso, pues se había captado el cariño, no
sólo de parte de los hermanos, sino hasta de los gentiles. En
efecto, él era tal como el Espíritu Santo declaró
debe ser el obispo por boca de aquel vaso de elección, el
bienaventurado Pablo, doctor de las naciones. De ahí que los
hermanos que sabían caminaba su obispo a tan grande gloria,
más bien se alegraban que se dolían.
De camino, muchos, movidos de fraterna caridad, ofrecían a los
mártires que tomaran un vaso de una mixtura expresamente
preparada; mas el obispo lo rechazó, diciendo:
- Todavía no es hora de romper el ayuno. Era, en efecto, la hora
cuarta del día; es decir, las diez de la mañana. Por
cierto que ya el miércoles, en la cárcel, habían
solemnemente celebrado la estación. Y ahora, el viernes, se
apresuraba, alegre y seguro, a romper el ayuno con los mártires
y profetas en el paraíso, que el Señor tiene preparado
para los que le aman.
Llegados que fueron al anfiteatro, acercósele al obispo un
lector suyo, por nombre Augustal, y, entre lágrimas, le
suplicó le permitiera descalzarle. El bienaventurado
mártir contestó:
- Déjalo, hijo; yo me descalzaré por mí mismo,
pues me siento fuerte y me inunda la alegría por la certeza de
la promesa del Señor.
Apenas se hubo descalzado, un camarada de milicia, hermano nuestro, por
nombre Félix, se le acercó también y,
tomándole la mano derecha, le rogó que se acordara de
él. El santo varón Fructuoso, con clara voz que todos
oyeron, le contestó:
- Yo tengo que acordarme de la Iglesia católica, extendida de
Oriente a Occidente.
Puesto, pues, en el centro del anfiteatro, como se llegara ya el
momento, digamos más bien de alcanzar la corona inmarcesible que
de sufrir la pena, a pesar de que le estaban observando los soldados
beneficiarios de la guardia del pretorio, cuyos nombres antes
recordamos, el obispoFructuoso, por aviso juntamente e
inspiración del Espíritu Santo, dijo de manera que lo
pudieron oír nuestros hermanos:
- No os ha de faltar pastor ni es posible falte la caridad y promesa
del Señor, aquí lo mismo que en lo por venir. Esto que
estáis viendo, no es sino sufrimiento de un momento.
Habiendo así consolado a los hermanos, entraron en su
salvación, dignos y dichosos en su mismo martirio, pues
merecieron sentir, según la promesa, el fruto de las Santas
Escrituras. Y, en efecto, fueron semejantes a Ananías,
Azarías y Misael, a fin de que también en ellos se
pudiera contemplar una imagen de la Trinidad divina. Y fue así
que, puestos los tres en medio de la hoguera, no les faltó la
asistencia del Padre ni la ayuda del Hijo ni la compañía
del Espíritu Santo, que andaba en medio del fuego.
Apenas las llamas quemaron los lazos con que les habían atado
las manos, acordándose ellos de la oración divina y de su
ordinaria costumbre, llenos de gozo, dobladas las rodillas, seguros de
la resurrección, puestos en la figura del trofeo del
Señor, estuvieron suplicando al Señor hasta el momento en
que juntos exhalaron sus almas.
Después de esto, no faltaron los acostumbrados prodigios del
Señor, y dos de nuestros hermanos,Babilán y Migdonio, que
pertenecían a la casa del presidente Emiliano, vieron
cómo se abría el cielo y mostraron a la propia hija de
Emiliano cómo subían coronados al cielo Fructuoso y sus
diáconos, cuando aún estaban clavadas en tierra las
estacas a que los habían atado. Llamaron también
aEmiliano diciéndole:
—Ven y ve a los que hoy condenaste, cómo son restituidos a su
cielo y a su esperanza.
Acudió, efectivamente, Emiliano, pero no fue digno de verlos.
Los hermanos, por su parte, abandonados como ovejas sin pastor, se
sentían angustiados, no porque hicieran duelo de Fructuoso, sino
porque le echaban de menos, recordando la fe y combate de cada uno de
los mártires.
Venida la noche, se apresuraron a volver al anfiteatro, llevando vino
consigo para apagar los huesos medio encendidos. Después de
esto, reuniendo las cenizas de los mártires, cada cual tomaba
para sí lo que podía haber a las manos […]
¡Oh bienaventurados mártires, que fueron probados por el
fuego, como oro precioso, vestidos de la loriga de la fe y del yelmo de
la salvación; que fueron coronados con diadema y corona
inmarcesible, porque pisotearon la cabeza del diablo! ¡Oh
bienaventurados mártires, que merecieron morada digna en el
cielo, de pie a la derecha de Cristo, bendiciendo a Dios Padre
omnipotente y a nuestro Señor Jesucristo, hijo suyo!
Recibió el Señor a sus mártires en paz por su
buena confesión, a quien es honor y gloria por los siglos de los
siglos. Amén.