BEATA MARÍA
VICENTA DE SANTA DOROTEA CHAVEZ OROZCO
30 de julio
1949 d.C.
Dorotea nació en Cotija (Michoacán). Su familia se
estableció en el barrio de Mexicaltzingo, que en esa
época estaba poblado por gente necesitada y de clase media baja.
En 1892 Vicenta tuvo que ingresar en el hospital a causa de una
pleuresía, y allí recibió la inspiración de
consagrar su vida a Dios en la persona de los pobres y enfermos. El 10
de julio del mismo año, recuperada su salud, regresó al
hospital de la Santísima Trinidad para servir definitivamente a
los enfermos y a los pobres, demostrando una extraordinaria caridad
para con ellos.
Emitió votos privados en 1895 con otras dos
jóvenes. El 12 de mayo de 1905 fundó la
congregación de Siervas de los Pobres, nombre que posteriormente
cambió por el de Siervas de la Santísima Trinidad y de
los Pobres. Profesó canónicamente el 3 de diciembre de
1911 y fue elegida superiora general de la congregación el 8 de
septiembre de 1913, cargo que ejerció durante treinta
años, siendo el alma y guía de su instituto. Por su
indiscutible autoridad moral y su auténtica caridad fue un
verdadero modelo de superiora y supo guiar a sus hijas a poner su vida
en manos del Señor.
Era muy devota y fervorosa. Presentaba la
obediencia como el camino más corto para llegar a la
perfección y estaba convencida de que era el holocausto mayor
que se podía ofrecer al Señor: obedecía con
prontitud, sin replicar y sin hacer juicios. Vivió constante y
plenamente su castidad consagrada, practicó heroicamente las
virtudes teologales y morales, sobresaliendo por su humildad, sencillez
y caridad. La frase paulina: “la caridad de Cristo nos urge”,
constituyó el ideal de su vida, haciendo presente al
Señor Jesús en donde servía.
La madre Vicentita, como se la conoce en
Méjico, sufrió las persecuciones religiosas de su
país, pero su fama de santidad la preservó en muchas
ocasiones de peligro: en 1914 las tropas revolucionarias de Carranza
ocuparon Guadalajara y se instalaron en la catedral, capturando a
religiosos y sacerdotes; y en 1926 el hospital de San Vicente de
Zapotlán fue transformado en cuartel general militar. Las
religiosas siguieron atendiendo con dedicación a los heridos,
sin amedrentarse ante el peligro. En cierta ocasión, en que las
religiosas de su comunidad tuvieron que refugiarse en casas de personas
amigas, que las protegían, la madre Vicenta se quedó sola
con una postulante asistiendo a los heridos, soportando ultrajes y
amenazas de muerte. El comandante, que llegó al puesto
más tarde, reprendió a los soldados su indigna conducta,
y exaltó implícitamente la grandeza de la
intrépida religiosa. La mayoría de los enfermos atendidos
en los hospitales de las Siervas de la Santísima Trinidad y de
los Pobres recibían los sacramentos.
También sufrió muchas injurias, pero,
confió siempre en la Providencia, dando siempre testimonio de
amor con los agonizantes y los pobres. El Señor bendijo al
instituto con abundantes vocaciones y durante los años en que lo
gobernó la madre Vicenta, se fundaron 17 casas en toda la
República Mexicana: hospitales, clínicas y asilos.
A los 75 años
comenzó a padecer de la vista, con intensos dolores. Todo lo
aceptó de manos del Señor, lo sufrió con admirable
paciencia y le sirvió de purificación; su semblante era
siempre amable, lleno de dulzura y paz, y nunca se le oyó una
queja. El 29 de julio de 1949 su salud empeoró. El
capellán don Roberto López le administró la
extremaunción. Al día siguiente, mons. José Garibi
Rivera, primer cardenal de México, al ver su gravedad, la
confesó y mientras celebraba la eucaristía, en el momento
de la elevación, la madre Vicenta entregó su alma a Dios
en el hospital de la Santísima Trinidad de Guadalajara (Jalisco,
México). Fue beatificada por SS Juan Pablo II el 9 de noviembre
de 1997.