BEATA MARÍA
TERESA DE JESÚS LE CREC
9 de enero
1622 d.C.
Nació en en Remiremont (Francia), ducado de Lorena, el seno de
una familia noble de Lorena. Ella misma, en uno de sus escritos, nos
informa que se distinguía en la música y la danza, que
era muy popular y que tenía muchos admiradores. Alexia deja
entender que se envanecía de todo esto. A los diecinueve
años tuvo el primero de los sueños que habían de
jalonar su vida. Se vio en una iglesia, cerca del altar; a su lado se
hallaba Nuestra Señora, vestida con un hábito religioso
desconocido, hablándole: "Ven, hija mía, que yo misma voy
a darte la bienvenida", le decía. Poco después, la
familia Le Clerc fue a habitar a Hymont. Ahí encontró
Alexia a san Pedro Fourier, que era vicario de una parroquia de
Mattaincourt, en las cercanías. Un día que asistía
a la misa en esa parroquia, Alexia oyó un ruido de tambor y vio
al demonio que hacía bailar a los jóvenes "ebrios de
alegría". En ese instante se operó la conversión
de Alexia, quien nos dice: "Ahí mismo resolví no
mezclarme con semejante compañía".
Con una voluntad, que
ni su padre ni los jesuitas pudieron vencer y, con la desconcertante
ayuda de su director espiritual, en la Misa de Navidad de 1597, Alexia
Le Clerc, Ganthe André, Isabel y Juana de Louvroir se
consagraron públicamente a Dios, fundando, bajo la Regla de san Agustín, la
Congregación de Canonesas Regulares de Nuestra Señora,
para la educación de las jóvenes pobres lorenesas.
Fue una gran mística además de una gran fundadora; fue
descrita por una de sus hijas espirituales la describió como "la
hija del silencio".
En 1621, Alexia obtuvo permiso de renunciar al cargo de superiora local
de Nancy, y entró en un corto período de extraordinaria
paz, que fue el preludio de su muerte. Estaba enferma desde tiempo
atrás. Los médicos la de clararon incurable,
diagnóstico que desconsoló a todo Nancy, desde el duque y
la duquesa de Lorena hasta las colegialas y los mendigos. San Pedro
Fournier acudió a toda prisa a Nancy, pero no pudo penetrar en
la clausura, hasta que el obispo le autorizó a ello. La
oyó en confesión y la preparó para el paso "de la
muerte a la vida". La beata se despidió solemnemente de la
comunidad el día de la Epifanía, exhortando a sus
religiosas al amor y la unión. Después de una larga
agonía. La beata no había cumplido aún los
cuarenta y seis años. Fue beatificada en 1947 por
Pío XII.