BEATA MARÍA
TERESA DE JESÚS (MARÍA SCRILLI)
13 de noviembre
1889 d.C.
Nace
María Scrilli el 15 de mayo de 1825 en Montevarchi, ciudad del
Gran Ducado de Toscana. Era la segunda niña que nacía en
el hogar de los Scrilli-Checcucci; se esperaba fuera un varón y
la desilusión fue grande. “Aquella misma mañana de
domingo y muy temprano…a las pocas horas de haber nacido, fue llevada a
la pila bautismal de forma privada con gran disgusto de mis padres por
haber tenido una segunda hija”, cuenta ella misma. “Hasta la edad de
cuatro años o poco más, me sentía rechazada por mi
misma madre, razón por la cual caía en una profunda
tristeza y era propensa al llanto; no siéndole de mucho agrado,
procuraba alejarme de ella lo más que podía”. (El drama
infantil estaba servido). Y continúa escribiendo: «Cuando
apenas fui capaz de comprender el desamor que me tenía mi madre
no tengo palabras para poder expresar la magnitud de esa espina que
atravesaba mi corazón. Mi tormento no era causado por la envidia
de ver a mi hermana tan delicadamente querida por mis padres, sino
porque en el fondo también yo sentía la necesidad de
verme amada».
Terribles palabras de esta muchacha que descifrarán
en parte la vida y la obra de esta singular mujer. Sin embargo, lo que
pudo haber sido un verdadero trauma para la chiquilla le sirvió
para ir modelando su carácter sin guardar ninguna acritud;
afortunadamente supo comprender a tiempo que la envidia es la que
corroe el corazón y no el vacío por la ausencia del amor;
a colmar esas ansias va a dedicar María Teresa toda su vida sin
amargura, sin tan siquiera un mínimo resentimiento para con su
propia madre. En María la Virgen encontrará la
solución a su íntimo problema de afectividad: Ella
será su auténtica Madre, la del Cielo, ya que
teniéndola no la tenía en la tierra; una
tiernísima devoción mariana brotará con fuerza y
modelará aquel corazón hecho para entregarse a cuantos
eran víctimas del desamor, a semejanza de María.
A los 21 años ingresa en Santa María de los
Ángeles en Florencia, el monasterio de Sta. María
Magdalena de Pazzis, pero no prospera en su propósito. De
aquella experiencia carmelitana adquiere unos sólidos
fundamentos, base de toda su espiritualidad para el futuro; en su
diario escribe, por ejemplo: “Pureza, pureza de intención.
Buscar en todo complacer a Dios, hacer bien a los demás (esto
también en Dios), y la abnegación de uno mismo. Todo
basta para hacer un santo”. La pureza de intención y el amor
propio fueron los ejes centrales de la espiritualidad de la santa
florentina. Este principio no es solamente una feliz coincidencia. Del
Carmelo de Florencia sale con una clara decisión: será
contemplativa, pero «contemplativa en acción». Y lo
conseguirá, perdiéndose.
Y es que desde 1849 aquella región toscana vive un
virulento anticlericalismo originado por el liberalismo más
radical entonces de moda; aquella sociedad yace bajo un ínfimo
nivel de analfabetismo y de miseria, factores que de ordinario suelen
ir juntos. María Scrilli piensa qué puede hacer para
remediarlo y, consciente de que la incultura e ignorancia degrada
especialmente a la mujer, comienza a impartir enseñanza en su
propia casa de Montevarchi a un grupo de niñas que encontraba
por la calle. “En 1849 el número de mis pequeñas alumnas
había llegado a doce; las tenía gratuitamente, pero ellas
correspondían con tantas demostraciones de agradecimiento, que
no tenía más remedio que corresponderlas”, escribe.
Pronto se le unen a esta labor otras compañeras. “Éramos
Edvige Sacconi, Ersilia Betti, Teresa del Bigio y yo…Escribí
algunas normas que nos regularan, pero regularmente lo hacía de
palabra”. En 1854 nace el Pío Instituto de Pobres Hermanitas del
Corazón de María aprobado por el obispo de
Fiésole. En agosto de 1857, estando en el monasterio de Sta.
María Magdalena de Pazzis, Pío IX la bendice: “…y puso su
mano sobre mi cabeza, mientras que yo me incliné y le
besé los pies”, escribe, interpretando aquel gesto como un signo
aprobatorio.
En junio de 1859 las tropas piamontesas entran en
Montevarchi y ocupan el convento de las religiosas y por un decreto del
30 de noviembre el Instituto es suprimido; toda la obra de M. Scrilli
se viene abajo y las monjas han de marchar a casa secularizadas.
María Teresa se refugia en Florencia desde donde trata de
reconstruir su instituto, hasta que en 1878 el arzobispo Eugenio
Cecconi les concede recomponer la comunidad, quedando restablecido en
1892. “El Instituto, sin duda, según el diseño de Dios,
debía fundarse con lagrimas, con dolor y con los combates de la
fundadora”. Algunas Hermanas abandonan la casa, otras fallecen y
ninguna otra ingresa. La mejor colaboradora, Clementina Mosca, se
marcha con las dominicas de clausura. Todo el proyecto de la Scrilli se
derrumba. Pero su ánimo no decae. Sabe muy bien que si aquello
es obra de Dios y María su Madre lo quiere, la obra
saldrá adelante; es consciente de que ella, como grano de trigo,
debe morir y desaparecer para que una nueva vida surja.
Y así acontece. María Teresa se ofrece como
víctima por aquella obra de la Iglesia. Cae gravemente enferma y
muere en el mayor de los desamparos; el panorama congregacional era
desolador: una Hermana anciana, otra enferma prácticamente
paralítica y una novicia. Era el 14 de noviembre de 1889. Tras
la muerte de María Teresa se presagia la total extinción.
Todo ha terminado. Pero, el grano de trigo no cae en tierra y muere…
(Jn 12, 24). Y se produce el milagro. He aquí que
inesperadamente vuelve Clementina Mosca (1862-1934), «el
ángel enviado por Dios»; adopta el nombre de María
de Jesús y recoge el precioso legado de María Teresa.
«Bajo el dinámico liderazgo de esta segunda fundadora el
Instituto cobró nueva vida, creció en miembros y
multiplicó las fundaciones, ampliando el arco de la
acción apostólica: enseñanza, cuidado de enfermos
y otros trabajos de caridad. Elaboró Constituciones y
logró que su congregación fuese reconocida de derecho
diocesano por el Cardenal Mistrangelo en 1929; el mismo año el
prior general Elías Magennis las afilió a la Orden ya con
el definitivo nombre de Instituto de Nuestra Señora del Monte
Carmelo.