BEATA MARÍA
RAFOLS
1853 d.C.
30 de agosto
Nació en Villafranca del Panadés (Barcelona), en el
molino d'En Rovira. Hasta los 23 años trabajó en el
molino que tenía su padre. Sus padres la enviaron al colegio de
la Enseñanza en Barcelona, trabajó en el hospital de la
Santa Cruz donde trabó conocimiento con el sacerdote Juan Bonal,
vicario del hospital de la Santa Cruz, que había concebido un
proyecto para ejercer la caridad en el ámbito hospitalario. A
estos efectos se trasladó a Zaragoza en 1804, y allí se
dedicó a cuidar enfermos y niños abandonados en el
hospital de Nuestra Señora de Gracia en Zaragoza, que estaba en
abandono absoluto, con gente asalariada y mal retribuida. El decano del
hospital declaró al poco tiempo: "Me atrevo a decir que con
estas mujeres es fácil gobernar un hospital, y sin ellas, muy
difícil".
Durante la guerra de la Independencia vivió el
sitio de Zaragoza y se distinguió por su extraordinaria
generosidad y valentía en defensa de los enfermos y heridos, en
especial durante el bombardeo y la toma del hospital por los franceses.
Durante el segundo sitio, como la falta de comida para los enfermos era
tal, que hasta 9 compañeras murieron de hambre, traspasó
varias veces la línea de fuego para pedirle al mariscal
francés Lannes los suministros que necesitaba, así se lo
concedió, y con peligro para su vida atendió a todos los
heridos, españoles y franceses. Consiguió el indulto de
los franceses de varios condenados a muerte españoles.
Después de la guerra, fue calumniada, y alejada del hospital.
Tuvo que sufrir con santa paciencia el abandono de muchas de sus
compañeras y la muerte de ellas.
Años más tarde se encargó de la
Inclusa, acogiendo a los niños abandonados, desnutridos y
enfermos. Fundadora en 1824, de la Congregación de las
religiosas de la Caridad de Santa Ana, junto con el padre Juan Bonal,
que estaba formada por el primer núcleo de mujeres que
atendieron el hospital de Zaragoza. La aprobación había
tardado 20 años. En 1825 pronunciaron sus votos de pobreza,
castidad, obediencia y hospitalidad. Fue pionera en España de la
vida religiosa apostólica en los primeros años del siglo
XIX. Tuvo que sufrir las incomprensiones de su tiempo, sobre todo
durante las guerras carlistas, renunció a ser superiora e
incluso en 1834, fue acusada y condenada: cárcel, destierro...,
pero nada de esto le quitó la paz. Su fe se fue haciendo,
serena, sencillamente, fidelidad. Se la declaró inocente, pero
sorprendentemente se la obligó a salir de Zaragoza. Tres
años más tarde se hizo cargo del hospital de Huesca.
Rehabilitada regresó a la Inclusa como directora. Murió
en Zaragoza de una hemiplegia progresiva.
En agradecimiento de su generosidad la ciudad de Zaragoza,
le concedió en el primer centenario de los Sitios, el
título de "heroína de la caridad". Está enterrada,
con los otras tres heroínas de los sitios, en la iglesia de
Nuestra Señora del Portillo de Zaragoza.