Ana
Catalina
Dominici nació en Carmagnola (Borgo Salsasio), en el seno de una
humilde familia campesina. Tenía cuatro años cuando sus
padres se separaron y de su padre nunca supo nada, un pesar que
Catalina siempre llevó dentro. Los hijos y la madre se fueron a
vivir con un tío sacerdote a Borgo San Bernardo (otra
pedanía de Carmagnola), junto al abuelo y una tía.
Cuando
manifestó su deseo de hacerse religiosa, su tío sacerdote
se opuso firmemente, mientras su madre, si bien no era contraria,
sentía miedo de quedarse sola. Tuvieron que pasar cinco
años para ver cumplidos sus deseos. Formó parte de la
Compañía de los Humillados que tenía la
misión de acompañar a los muertos a la sepultura.
En 1850, obtuvo el
permiso de hacerse religiosa, pero que no fuera de clausura, como ella
deseaba, sino entre las Hermanas de Santa Ana. Fue recibida en el
palacio Barolo de Turín por la fundadora, la marquesa Julia, que
la animó a que tomase el nombre de María Enrica, como se
llamaba su sobrina favorita.
El Instituto de
Santa Ana había sido fundado en 1834 por el marqués
Tancredo di Barolo para acoger a los niños de la calle y
nacián con la misión de educarlos e instruirlos.
María Enrica profesó en 1853. En 1854 fue enviada a
Castelfidardo, donde había una casa fundada unos años
antes, a poca distancia del Santuario de Loreto. Fue acogida por sus
hermanas en religión "como una espía", pero María
Enrica, en poco tiempo, fue capaz de hacerse amar. Un año
después de su llegada, en la ciudad se desarrolló una
epidemia de cólera, en la que las hermanas se ofrecieron para
curar a los enfermos, nuestra beata dio la medida de su humanidad y
dedicación que fue estraordinaria. Fue nombrada maestra de
novicias. A su director espiritual, un jesuita, le manifestó su
aridez espiritual y su deseo de ir como misionera a la India. Para
prepararse obtuvo el permiso de privarse "de las cosas no absolutamente
necesarias". Un día memorable fue el 17 de mayo de 1857 cuando
asistió a la audiencia, con otras religiosas, con el papa beato
Pío IX que visitaba Loreto. Asistiendo a la audiencia estaba
presente santa Magdalena Sofía Barat.
En 1858
regresó a Turín y fue nombrada maestra de novicias
mientras la relación entre la Fundadora y la primera superiora
de la Congregación era insufrible. Tuvo que intervenir la Santa
Sede y nombró a María Enrica como superiora general. No
se sentía capaz, pero tuvo que aceptar. Durante cuatro
años tuvo que convivir con la depuesta superiora que causaba
muchos problemas.
La Madre
María Enrica estuvo al frente del gobierno de la
Congregación hasta su muerte, y la desarrolló de forma
excepcional. Fundó 32 casas, llegando a Roma y Sicilia.
Fue consejera de san Juan Bosco, cuando creó la regla de las
Hijas de María Auxiliadora, y le "prestó" dos hermanas
para la nueva congregación.
Fue afable y
gentil, pero era reservada y de pocas palabras. Con el permiso de sus
superiores hizo el voto extraordinario de buscar en el cumplimiento de
cada acción el modo "más perfecto". Meditaba largamente
delante del Tabernáculo y obtuvo de la Santa Sede que sus
religiosas pudiera comulgar diariamente. Al leer sus escritos, la
Autobiografía y el enorme epistolario, se percibe el total
abandono en manos de la Providencia. Murió de un cáncer
de mama en Turín. Sus restos se encuentran en la capilla de la
Casa Madre de Turín. Fue beatificada el 7 de mayo de 1978
por Pablo VI.