Nació
en Loos-Lez-Lille en Francia, en el seno de una familia que disfrutaba
de un relativo bienestar. Se llamaba Eugenia Smet. A los once
años ingresó en el convento del Sagrado Corazón de
su ciudad natal, donde permaneció hasta los dieciocho, y
allí nació su permanente afán por ayudar a las
almas del purgatorio. Al regresar a su hogar, parte de
ayudar a los necesitados de su pueblo, decidió, aconsejada por
San Juan Bautista María Vianney, fundar un Instituto religioso
llamado Instituto de las Auxiliadoras de las almas del Purgatorio, cuyo
fin era ayudar, con la oración, a las almas del Purgatorio.
Marchó a
París en 1853, y muchas dificultades le salieron al paso,
sobre todo de las autoridades religiosas locales. Eugenia María
no se arredró y escribió al papa, quien le mandó
su bendición. Con ello, el arzobispo de Cambrai y el obispo de
Belley patrocinaron su obra; Eugenia María se convirtió
en superiora de un grupo de jóvenes acordes con su proyecto.
El 1º de julio
de 1857 cada una de las congregantes tomó un nuevo nombre; el de
Eugenia María fue cambiado por María de la Providencia,
en la que nunca dejó de confiar; pues su frase preferida era "Es
necesario ayudar bien a la Providencia". Como carecían de
capellán, el superior de la Compañía de
Jesús les envió al padre Basuiau, quien las
dirigió espiritualmente. En 1858, en un acto presidido por el
arzobispo de París, profesaron las primeras veintiocho novicias.
A partir de ese momento, el número de postulantes fue creciendo.
En 1863, la
madre María, como superiora general, realizó su primera
fundación en la ciudad de Nantes. Tres años
después el padre Basuiau partió hacia China. El vicario
apostólico de Kiang-Nan solicitó en 1867 la
fundación de una casa en China. En octubre de ese año
partieron para dicho lugar las primeras hermanas, y posteriormente las
siguieron otras. De distintos países llegaron pedidos de nuevas
fundaciones. El 26 de agosto de 1867 la madre María de la
Providencia recibía la confirmación de la
congregación que le enviaba el sumo pontífice.
La infinita
paciencia con la que soportó varios sufrimientos provocados por
un cáncer, demostraron claramente la grandeza de su
personalidad. No por eso cejó en su actividad. Tuvo
todavía fuerzas para organizar un nuevo convento en Bruselas,
pero sus energías disminuían. La guerra franco-prusiana
de 1870 aumentó sus congojas. Pudo sacar a sus novicias de
París, antes que los alemanes la sitiaran, y enviarlas a Nantes
y a Bruselas. Su beatificación fue declarada por Pío
XII el 26 de mayo de 1957.