BEATA MARÍA
CRISTINA DE SABOYA
31 de enero
1836 d.C.
Fue
una princesa de Cerdeña, y era la cuarta hija del rey
Víctor Manuel I de Saboya y de su esposa, la archiduquesa
María Teresa de Austria-Este. Nació en Cagliari,
Cerdeña, porque no lo pudo hacer en Piamonte, el territorio
histórico de su dinastía, porque estaba ocupado por las
tropas napoleónicas.
Sus primeros
años fueron felices hasta que, a la edad de nueve años,
vivió la abdicación de su padre. Esta renuncia fue el
inicio de una época de inestabilidad -vivió en Niza,
Moncalieri y Módena, hasta que se asentó en Génova
junto a su madre y su hermana- y de luto familiar: antes de cumplir 20
años de edad, ya había perdido a sus dos progenitores.
Superó todos
estos obstáculos gracias a la fe católica inquebrantable
que tuvo desde niña; no en vano fue consagrada a la Virgen el
mismo día de su bautizo. La princesa quería ser
monja pero entre su familia, el entorno cortesano y su confesor la
empujaron a contraer el matrimonio dinástico que le estaba
reservado. El 21 de noviembre de 1832 se casó con el rey
Fernando II de las Dos Sicilias.
A María
Cristina le costó aceptar, pero tenía una voluntad
férrea. El Rey y ella destinaron parte de la cantidad destinada
a los festejos a establecer la dote de otras 240 esposas del reino y a
la recuperación de objetos empeñados por gente pobre en
los Montes de Piedad.
Mujer muy piadosa, no
tuvo una vida fácil en la corte de Nápoles por razones de
salud, mas lo soportó todo gracias a su fe cristiana. María
Cristina tuvo tales virtudes, desde una perspectiva religiosa, que fue
querida por todos aquellos que, mientras vivió, la consideraron
como una santa. Su pueblo la apodaba la “Reginella Santa”.
No intervino
directamente en política, pero tuvo una influencia positiva
sobre su marido. Según cuenta un autor tan poco sospechoso de
catolicismo y de monarquismo como Benedetto Croce, arrancó a su
marido el indulto a muchos condenados a muerte, entre ellos a Cesare
Rosaroll, que conspiró para asesinar a Fernando II.
Semejante bondad
–ayudaba sin parar y donó ingentes cantidades de dinero a todo
tipo de obras benéficas y culturales- desembocó en una
inmensa popularidad. Sin embargo, tres años después
de su matrimonio seguía sin cumplir con su principal
obligación, la de dar un heredero al trono. Por fin en la
primavera de 1835 quedó embarazada. El 18 de enero de 1836
nació el Príncipe Francisco, que sería el
último Rey de las Dos Sicilias.
El parto fue complicado y la Reina Maria Cristina sabía que sus
días estaban contados. El 31, casi sin fuerzas, llevó al
recién nacido ante el Rey y le dijo: “Habrás de responder
ante Dios y ante el pueblo; cuando crezca, le explicarás que he
muerto por él”. A las pocas horas, expiró. Fue
beatificada por el Papa Francisco el 25 de enero de 2014.