BEATA MARÍA
CATALINA TROIANI
6 de mayo
1887 d.C.
Constanza
nació en Giuliano di Roma, provincia de Frosinone, en el Lacio,
en el
seno de una familia acomodada. Su madre falleció en 1819, y su
padre se
vio en la necesidad de onfiarla, para su educación, a las
religiosas que tenían un colegio pensionado en el convento de
Santa Clara de la Caridad situado en Ferentino (Frosinone). En 1829, a
la edad de 16 años, vistió el hábito franciscano
allí mismo. Al año siguiente fue admitida a la
profesión religiosa, y Constanza tomó el nombre de sor
María Catalina de Santa Rosa de Viterbo. Se le confió
enseguida el cargo de enseñante en la escuela y luego el de
vicemaestra de las educandas, además de otros varios oficios en
el seno de la comunidad religiosa. Escribió entonces la
crónica de su monasterio desde que se fundó en 1803.
Desde aquel tiempo se sintió fuertemente
atraída por la contemplación de Jesús crucificado,
por el amor a la penitencia y a la vida oculta imitando la de Cristo en
Nazaret. En el año 1835, cuando contaba 22 años de
edad, se sintió fuertemente llamada a trabajar en las misiones
extranjeras, pero tuvo que esperar muchos años, unos 24, para
poder llevar a cabo esa vocación. Mientras tanto se
dedicó a la animación misional entre sus
compañeras. Y tan acertadamente lo hizo, que florecieron en su
monasterio las vocaciones misioneras.
Fueron llamadas por el vicario apostólico del
Cairo; pero cuando las religiosas llegaron a la capital egipcia (1859),
recibieron la noticia que el prelado había muerto, con los cual
se encontraron desamparadas, sin mentor, en un país
extraño; pero allí estaba Catalina que les dijo: "animo
hermanas. Nos hemos desprendido de la tierra y nos encontraremos entre
el cielo y el mar, pero no temamos, porque nos guía el
Altísimo. Hemos perdido a un padre en la tierra, pero tenemos el
Padre del cielo que jamás nos abandona. ¡Animo!
¡adelante!".
De inmediato ocuparon la casa misión de Clot-Bey
que se les había preparado en El Cairo Nuevo, aunque su primer
trabajo lo desarrollaron en la iglesia católica de Muski que
regían los franciscanos de la Custodia de Tierra Santa. Muy
pronto la superiora que había guiado al grupo de misioneras
hasta Egipto cayó gravemente enferma, y sor María
Catalina tuvo que ponerse al frente de las obras que habían
emprendido. Luego, en 1863, fue elegida superiora de la casa
misión.
La comunidad de Santa Clara de Ferentino se
transformó en 1842 en monasterio, aceptando la clausura, y,
aunque en 1859 había organizado la primera expedición de
religiosas a Egipto, en 1865 decidió renunciar a aquella
misión tan distante dadas las nuevas circunstancias y las
dificultades surgidas. A ello contribuyó el hecho de que el
delegado apostólico que sucedió a Mons. Guasco
redactó unas constituciones nuevas para las misioneras, que
debían sustituir a las que ellas habían traído de
Ferentino, lo que no fue del agrado del obispo de esta ciudad ni de las
monjas del monasterio de Santa Clara. Así sucedió que,
buscando todos el mayor bien, surgió un conflicto entre
autoridades y proyectos. En consecuencia, sor María Catalina y
sus hermanas tuvieron que afrontar la alternativa en que al fin las
puso la comunidad de Ferentino: abandonar las obras emprendidas y
regresar a la casa madre, o independizarse de ésta. Fue un
trance muy triste y doloroso para las misioneras. Sor María
Catalina y las demás religiosas decidieron permanecer en Egipto,
separándose con dolor de su casa de origen. En 1868,
después de los acuerdos alcanzados entre las autoridades
afectadas, la Orden de Hermanos Menores y la Congregación de
Propaganda Fide, mediante decreto pontificio, la misión de
Clot-Bey quedó constituida como instituto autónomo, del
que fue reconocida como fundadora y nombrada superiora general
María Catalina, la cual fue confirmada en su cargo en el primer
capítulo general, celebrado en 1877, y después de nuevo
en 1883. El nuevo instituto adoptó desde el primer momento la
Regla de la Tercera Orden Franciscana, aprobada por León X para
los terciarios regulares (TOR), con unas constituciones adaptadas a la
situación misionera del mismo, que fueron aprobadas en 1876. De
este modo nació una nueva congregación de derecho
pontificio, la de las Franciscanas Misioneras del Corazón
Inmaculado de María, hasta 1950 llamadas Franciscanas Misioneras
de Egipto, que en 1897 fue agregada a la Orden Franciscana.
A las obras y actividades iniciales, la madre María
Catalina fue añadiendo otras nuevas como respuesta a las muchas
necesidades con que se encontraba en la población y
particularmente en la infancia de aquel país. Su celo
apostólico y su caridad se desarrollaron especialmente en dos
obras misionales y sociales: la una, iniciada en 1860 en
colaboración con dos sacerdotes, Olivieri y Versi,
empeñados en la lucha contra la esclavitud, y destinada a
rescatar y educar a las niñas negras esclavas, y la otra,
iniciada en 1872, dedicada a recoger a los expósitos,
recién nacidos abandonados. Las niñas pequeñas
abandonadas al nacer o destinadas a los harenes turcos eran buscadas o
acogidas, incluso pagando rescate por ellas. Para las niñas que
gozaban de buena salud buscaba nodrizas que las criaran, y más
tarde las confiaba a familias adoptivas. Con todo, eran muchas las
pequeñas que estaban exánimes y pronto fallecían.
Las niñas y las gentes, conmovidas por su bondad y entrega, la
llamaban cariñosamente "Mamá Blanca". Con estas obras la
madre María Catalina se insertó en lo más vivo de
la lucha por el rescate y redención de los esclavos y por la
dignidad de la mujer, uniéndose a los grandes líderes
anti esclavistas de aquel tiempo como Olivieri, Versi, san Daniel
Comboni y el franciscano beato Ludovico da Casoria.
En 1882, cuando estaba proyectando la apertura de nuevas
casas, estalló la guerra anglo-turca. El consulado italiano
pidió a las religiosas que salieran del país porque no
podía garantizar su seguridad. La Madre y las hermanas tienen
que marcharse a Roma; pero, tan pronto como se restablece la paz en
Egipto, volvieron a su casa y misión, que permaneció
intacta, y reanudaron su labor misionera y social. De nuevo son
incontables las niñas y jóvenes que llenan sus aulas y
sus centros de acogida. Pero en 1883 se extendió la epidemia del
cólera, y las víctimas fueron incontables; las
religiosas, a las que no faltó el ejemplo y las palabras de
aliento de la madre María Catalina, no abandonaron sus puestos
de trabajo sino que se multiplicaron en sus tareas para asistir a los
apestados aun exponiendo las propias vidas.
Durante sus 28 años de actividad misionera, la
madre María Catalina abrió, con la colaboración de
las autoridades y la ayuda de las personas a las que tendió la
mano, numerosas casas en Egipto, en Jerusalén, en Malta, en
Italia. Ella procedía de un ambiente de fuerte espiritualidad
franciscana, e imprimió esa espiritualidad en su propia vida y
en todas sus obras.
El 10 de abril de 1887, víspera de Pascua, la Madre
Troiani, enferma y agotada, tuvo que meterse en cama, sin esperanza de
recuperación porque su organismo está exhausto. Y el 6 de
mayo de 1887, después de haber recibido por última vez la
Eucaristía, falleció plácidamente en Clot-Bey, a
los 74 años de edad. Al día siguiente, sus funerales se
trasformaron en una solemne celebración con la presencia de
cristianos y de musulmanes y entre el llanto especialmente de tantas
mujeres beneficiarias de su obra, todos los cuales querían
rendir un último homenaje a aquella apóstol de la
caridad. Fue enterrada de momento en el cementerio latino de El Cairo,
pero sus restos mortales fueron luego trasladados a la capilla de
Clot-Bey, y en 1967 a Roma, y se veneran en la iglesia de la casa
general del Instituto, dedicada al Corazón Inmaculado de
María. Fue beatificada por SS Juan Pablo II el 14 de abril
de 1985.