BEATA MARÍA
CATALINA DE SAN
AGUSTÍN
8 de mayo
1668 d.C.
Se
llamaba Catherine Simón de Longprey. Nació en
Saint-Sauveur-le-Vicomte, Normandía (Francia). Descendía
de una familia noble. A los 11 años, en compromiso escrito y
sellado con su propia sangre, hizo tres votos: tomar a la Virgen como
Madre, no cometer nunca un pecado mortal y vivir en castidad perpetua.
Animada
por san Juan Eudes, muy amigo de la familia, ingresó en la Orden
de San Agustín de los Hospitalarios de la Misericordia. La
rutina pasó por su vida sin rozarla siquiera. No había
cumplido los 16 años, cuando se presentó voluntaria para
ir al Canadá, pero tuvo la férrea oposición de su
familia. En 1648, a los 16 años, hizo sus primeros votos. Al
profesar tomó el nombre de María Catalina de San
Agustín. En mayo de ese mismo año se cumplió su
deseo de partir a Canadá.
Llegó
a Québec el 19 de Agosto de 1648. En el trayecto contrajo la
peste y sanó con la intercesión de la Virgen
María. Aprendió las lenguas de los nativos de las tribus
indias a los que asistían, y fue un modelo de sencillez y
donación. Viendo sus muchos talentos, los superiores la
nombraron administradora del monasterio y del hospital. Fue
administradora del monasterio y del hospital, directora del centro
sanitario, consejera de la superiora y maestra de novicias; casi
siempre estaba enferma, pero no se quejaba; era tan acogedora, amable y
de tan gran dulzura, que todos quedaban encantados. Afrontó los
sufrimientos con plena fidelidad a la voluntad de Dios. Fue agraciada
con dones místicos y favores del cielo que han sido subrayados
por sus biógrafos. Y todo ello en medio de violentas tentaciones
a las que fue sometida por el diablo. Murió de tuberculosis.
Había consumado su vida siendo estrictamente fiel a este anhelo: «Que se haga tu
voluntad» en
un ejercicio permanente de caridad. Juan Pablo II la beatificó
el 23 de abril de 1989.