BEATA MARÍA
ÁNGELA ASTORCH
2 de diciembre
1665 d.C.
Jerónima
María Inés, nació en Barcelona, en el seno de una
familia acomodada; pronto quedó huérfana de padre y madre
y fue confiada al cuidado del ama, bajo el cuidado de sus tutores. A
los 7 años fue dada por muerta, pero su hermana Isabel, ya
monja, acompañada de la venerable madre Serafina Prat,
iniciadora de las capuchinas en Barcelona, oró la santa madre
sobre ella y recobró la vida. A los once años, en 1603,
ingresó en el convento de las capuchinas, por propia voluntad y
recibió el nombre de María Angela. Su maestra de novicias
fue tan rígida con ella, que pensó en abandonar la Orden
y buscarse otra que le diera más sosiego, pero no lo hizo.
Profesó en
1609, y fue enviada a Zaragoza, para iniciar la fundación de un
convento de la nueva Orden. Fue como maestra de novicias y luego
vicaria, y por último abadesa. Pero permaneció siempre
"correctora de coro", es decir, responsable de la ejecución
exacta de las ceremonias y de la dignidad de la recitación del
breviario. Al comienzo de su oficio de abadesa obtuvo del papa Urbano
VIII la aprobación de las Constituciones de las capuchinas
españolas. Consiente de la importancia del conocimiento de la
Regla para la santificación de cualquier instituto religioso,
insistía para que las hermanas la estudiaran continuamente, y en
su monasterio se leía públicamente al principio del mes,
para que también las analfabetas la pudiera aprender. En las
conferencias espirituales hablaba tan bien y con tanta unción
que, en cierta ocasión, un obispo se lamentaba de que no
fuera... sacerdote. Era una madre que no ahorraba esfuerzo, pronta a
todos los trabajos, en la cocina, en la lavandería, en la
enfermería, en la huerta.
A quien le preguntaba
por qué lo hacía, respondía: Porque para vosotras
daré incluso la vida. Compartía con los pobres las
limosnas del monasterio y socorría generosamente a los
necesitados con lo poco que había en casa. Cuando Zaragoza fue
invadida de pobres andrajosos, que venían de la rebelión
de Cataluña, distribuyó entre algunas pobres mendigas los
vestidos que las novicias habían traído de la vida
seglar. Su espiritualidad se fue haciendo cada vez más profunda,
una espiritualidad toda bíblica y litúrgica. Todos los
misterios de Cristo y de María, de los ángeles y los
santos encontraba eco profundo en su corazón, con visiones e
iluminaciones superiores.
En el monasterio de
Zaragoza vivió unos treinta años. La comunidad
había crecido en número y calidad, y ya el espacio
resultaba insuficiente. El deseo de Ángela de propagar la Orden
se realizó a consecuencia de una salvajada sacrílega,
cometida en Barcelona por alguna facción de las tropas de Luis
XIV, que habían profanado algunas iglesias. Un piadoso
canónigo, Alejo de Boxadós, pensó erigir un
monasterio de clarisas con el título reparador de
"Exaltación del Santísimo Sacramento", y se puso en
contacto con las capuchinas. El 2 de junio de 1645 cinco hermanas,
guiadas por madre Ángela Astorch, con el canónigo, se
pusieron en camino rumbo a Murcia. También en esta
ocasión el viaje fue desastroso: el cochero, dormido, cae bajo
las ruedas del carruaje. La fe de las hermanas le hicieron volver en
sí y pudieron seguir. Una solemne procesión
inauguró el nuevo monasterio de Murcia, dedicado al
Santísimo Sacramento, en armonía con los sentimientos de
la beata Ángela, que en la Eucaristía veía
recapitulada toda la cristología. Y logró introducir
entre sus religiosas la práctica de la comunión diaria.
El monasterio
llegó a ser un centro de espiritualidad. Durante la peste que se
propagó en 1648, las religiosas salieron incólumes, como
fueron igualmente preservadas de las periódicas inundaciones del
río Segura en 1651, si bien es cierto que el monasterio tuvo
mucho que sufrir. Las religiosas hubieron que refugiarse en una
residencia veraniega de los jesuitas, en la montaña, por trece
meses, a la espera de que el monasterio fuera restaurado. Vueltas a
casa el 22 de septiembre de 1652, un año después hubieron
de acudir a la residencia del monte por motivo de nueva
inundación. Entonces una acusación difamatoria, propagada
por una mujerzuela, puso a prueba a la beata; pero pronto fue
reconocida su inocencia.
Escribió una autobiografía llamada el “Discurso de su
vida”. Fue una mística, gran lectora de las Sagradas
Escrituras y de los Santos Padres. Vuelta, finalmente, a su monasterio
de Murcia, continuó con su oficio de abadesa hasta 1661. Ya,
entrando en sus 70 años, habría querido retirarse toda
"sola con el Solo". Obtuvo la gracia de quedar inhábil para el
desempeño de trabajos y así poder darse totalmente a la
vida contemplativa. A mediados de noviembre de 1665, después de
padecer algunos ataques epilépticos, recobró memoria e
inteligencia. Pero era el final. Se sentía en la cruz. Cantaba
algunas veces el “Pange lingua”, en espera de su "esposo de
sangre". El cual, de hecho, vino a recogerla cuando ella contaba 75
años. Fue beatificada por san Juan Pablo II el 23 de mayo
de 1982.