BEATA MARÍA ANA
RIVIER
3 de febrero
1838 d.C.
Nació en Montpezat (Francia) y, a consecuencia de una
caída que sufrió a los 16 meses, se quedó
inválida. Ana María padece igualmente de raquitismo:
tiene el torso y la cabeza normalmente desarrollados, pero los brazos y
las piernas son flacos y, una vez adulta, no sobrepasará un
metro treinta y dos de estatura. Su madre la llevaba cada mañana
una capilla y la colocaba a los pies de una imagen de María. Y
allí durante cuatro años oraba sin cansarse "Virgen
santa, cúrame y te traeré niñas, les daré
clase y les diré que te amen". Sus oraciones fueron cumplidas y
en 1774, pudo caminar con ayuda de muletas que antes no podía
hacerlo. Fiel a lo prometido, primero en su casa, enseñando a
los niños del pueblo el catecismo. En 1777 por otro milagro pudo
caminar ya sin muletas. Estuvo interna en el monasterio de Nuestra
Señora de Pradelles, regido por las religiosas de santa Juana de
Lestonnac, quiso ingresar en esta Congregación, pero no la
dejaron por su precaria salud. "Aquellos rechazos no hicieron sino
inflamar mis deseos -nos confiará-, ¡ya que no quieren que
entre en el convento, yo misma haré un convento!".
En 1786, regresa a
Montpezat. Tiene dieciocho años, pero sigue siendo de corta
estatura. Aunque ello no es impedimento para que le pida a su
párroco que la ponga al frente de una escuela. El párroco
encuentra ridícula su petición, pues considera que no
será respetada ni obedecida por los niños. Ana
María insiste y sigue insistiendo... No solamente quiere reunir
a las jóvenes, sino que desea formar buenas madres de familia,
convencida como está de la función evangelizadora de las
familias y de la importancia de la iniciación religiosa desde la
más tierna infancia. El párroco acaba cediendo,
así que obtiene permiso para montar una escuela en una casa que
pertenece a religiosas dominicas. La escuela abre sus puertas al
principio de curso de 1786, poblada por hijas de gente notable, pero
sobre todo por niñas pobres acogidas gratuitamente. La joven
maestra es exigente, pero recibe ánimos por parte de sus
alumnas, que comprenden que su firmeza redunda en beneficio suyo y que
procede de su amor hacia ellas. Su método pedagógico es
simple y lleno de sentido común. Es consciente de que la
formación integral de un niño debe comprender una
formación espiritual y doctrinal sólida y profunda.
1789: la
revolución francesa estalla. Ana María hace todo lo que
está en su mano para ayudar a ejercer su ministerio a los
sacerdotes rebeldes, perseguidos por la ley a causa de su fidelidad al
Papa. De día o de noche, según las circunstancias,
reúne a los fieles para confesarse, oír Misa y comulgar.
Cuando el sacerdote no puede acudir, es ella quien realiza la
instrucción. No tarda en ser convocada ante el comisario
revolucionario, quien le prohíbe presidir tales asambleas, bajo
pena de ser encerrada en prisión y de ir a juicio. Pero aquella
mujercita de un metro treinta y dos se mantiene firme y, sin
desconcertarse, indica a personas de confianza que en adelante el lugar
de reunión será la casa Rivier.
En Montpezat, la casa
dominica no ha sido vendida, a pesar de haber sido declarada bien
nacional. Ana María continúa dirigiendo allí su
escuela. Pronto consigue media docena de internas, a quienes intenta
dar forma de comunidad religiosa, pues su idea de convento la sigue
persiguiendo. Su celo por la salvación de las almas le inspira
grandes audacias. Estamos en 1793, en lo más fuerte de la
revolución. Tres jóvenes quedan prendadas de su ideal y
acuden a ella. Ana María les asigna a cada una de ellas un
pueblo de los alrededores para impartir el catecismo y para ayudar a la
juventud a vivir conforme al Evangelio.
En 1794, el gobierno
revolucionario vende la casa de las dominicas de Montpezat. Ana
María y sus compañeras, que deben mudarse, piden a la
Virgen una señal de ánimo: la estatua de María
cobra vida y les sonríe. Reconfortadas por aquel milagro, se
instalan en el pueblo de Thueyts, en otra casa también de las
dominicas, fundando allí una escuela. La afluencia es tal que
Ana María debe confiar a los muchachos a los Hermanos de las
Escuelas Cristianas. Su ejemplo atrae a otras dos jóvenes, que
aceptan ayudarla. Un día, reúne a sus cinco primeras
compañeras y les declara de entrada: “¡Juntémonos y
haremos un convento!”. Todas lo aceptan, así que la
fundación se pone en marcha. El obispo concede las primeras
autorizaciones y, el 21 de noviembre de 1796, en la festividad de la
Presentación de María en el templo, Ana María y
sus hijas se consagran a Dios y a la juventud, bajo el patrocinio de
Nuestra Señora de la Presentación. Fundó, en
Thueyts, una Congregación: la Presentación de
María, cuyo fin era catequizar, enseñar a Jesucristo
resucitado. "La vida de una religiosa es la vida de Jesucristo. Nuestro
vocación es la vocación de Jesucristo".
En 1801, el arzobispo Monseñor d'Aviau aprueba las reglas
provisionales que la madre Ana María le ha presentado.
ésta es confirmada como superiora de por vida y doce religiosas
quedan consagradas. En 1815, la mayor parte de la comunidad se traslada
de Thueyts a Bourg-Saint-Andéol, al enorme convento de las
salesas, adquirido con dificultades por la fundadora. Pronto la
Congregación se extendió por Europa y América.
Murió en la casa generalicia. Fue beatificada en Roma por el
Papa Juan Pablo II, el 23 de mayo de 1982.