Se
llamaba
María Teresa. Nació en Nápoles, en el seno de una
familia de la nobleza; su padre era el barón de Frigenuini.
Cuando sus padres se separaron, fue educada por su abuela, la baronesa
Elisabetta Mamo, que habitaba e Pizzofalcone (Nápoles). Con 10
años fue internada en un colegio porque había muerto su
abuela. En 1820-1821 su padre, implicado en el movimiento liberal
partenopeo, fue arrestado y condenado a muerte. Le fue conmutada la
pena por el exilio, y marchó a Malta, donde también fue
María Teresa, pero a vivir con su madre, en la ciudad de Rabat.
Después de
un sermón de un fraile franciscano sobre el Juicio Final,
sintió una profunda conmoción y en oración ante la
Virgen del Buen Consejo, vio que su camino era la vida religiosa, a
pesar de que su madre quería un interesante matrimonio para ella
y que hiciera más vida social. En 1828, tras superar la
oposición de sus padres, ingresó en el monasterio
benedictino de San Pedro, en Médina, tomando el nombre de
María Adeodata. De religiosa siguió viviendo con la misma
vida de humildad y sacrificio que le caracterizó durante su
noviciado.
Nunca
buscó
cargos, aunque los ejerció practicamente todos: sacristana,
enfermera, portera, maestra de novicias y en 1851 fue elegida abadesa.
Siempre se ocupó de sus hermanas y de los pobres que
acudían a las puertas del monasterio. Como superiora
destacó por su fidelidad a la Regla y por su empeño en
ayudar a las hermanas a progresar en el camino de perfección.
Corregía con prudencia y era más severa consigo misma que
con las hermanas.
Por su debilidad
física y especialmente por las fuertes penitencias que
practicó, su salud fue debilitándose. Murió
después de comulgar de un infarto. Fue beatificada por Juan
Pablo II el 9 de mayo de 2001.