SANTA MARGARITA BAYS
27 de junio
1879 d.C.
Nació en
La Pierraz, parroquia de Siviriez (Friburgo de Suiza). Sus padres eran agricultores.
A los 15 años aprendió el oficio de modista, que ejerció
a domicilio y en las familias vecinas. Desde muy joven recibió como
don del Espíritu Santo un gran amor a la oración: dejaba a
menudo los juegos y los amigos para retirarse a su habitación a orar.
Pasó su vida en la familia, dedicada a las tareas domésticas
y a la costura, creando una atmósfera de buen humor y de paz entre
sus tres hermanos y sus tres hermanas. Cuando se casó su hermano mayor,
sufrió la hostilidad de su cuñada, que le reñía
por el tiempo que pasaba en oración. No quiso ser religiosa y voluntariamente
decidió santificarse en medio del mundo.
En la parroquia fue modelo de laica, llena de celo; dedicó
su tiempo libre a un apostolado activo entre los niños, a los que enseñaba
el catecismo de acuerdo con su edad, formándolos en la vida moral
y religiosa personal. Preparaba con gran solicitud a las muchachas para su
futura misión de esposas y madres; visitaba infatigablemente a los
enfermos y moribundos. Los pobres hallaban en ella a una amiga fiel, llena
de bondad. Introdujo en la parroquia las Obras misionales y contribuyó
a difundir la prensa católica. Se hizo incansable apóstol de
la oración, consciente de su importancia vital para todo cristiano.
Amaba profundamente a Jesús eucaristía y a la Virgen. Vivía
continuamente en la presencia de Dios. Se dice que fue Terciaria franciscana.
A los 35 años le sobrevino un cáncer en el intestino,
que los médicos no lograron detener. Margarita pidió a la Virgen
le cambiase estos dolores por otros que le permitieran participar más
directamente en la pasión de Cristo. El 8 de diciembre de 1854, en
el momento en que el papa el beato Pío IX proclamaba en Roma el dogma
de la Inmaculada Concepción, le sobrevino una enfermedad misteriosa
que la inmovilizaba en éxtasis todos los viernes, mientras revivía
en el espíritu y en el cuerpo los sufrimientos de Jesús, desde
Getsemaní hasta el Calvario. Recibió al mismo tiempo los estigmas
de la crucifixión, que disimulaba celosamente a los ojos de los curiosos.
En los últimos años de su vida el dolor se hizo más
intenso, pero lo soportó sin un lamento, abandonándose totalmente
a la voluntad del Señor. Murió, según su deseo, en la
fiesta del Sagrado Corazón. SS Juan Pablo II la beatificó
el 29 de octubre de 1995.