BEATO MARCELIANO
ALONSO SANTAMARÍA
1936 d.C.
13 de agosto
Nació el 18 de
junio de 1906 en Grañón (Logroño)
Profesó el 15 de agosto de 1923
Sacerdote el 21 de junio de 1931
Fusilado el 13 de agosto de 1936 en Alboraya (Valencia)
El P. Marceliano Alonso nació en la villa de
Grañón (Logroño) el día 18 de junio de 1906
y fue bautizado solemnemente el 22 de ese mes en la parroquia de San
Juan Bautista de dicha villa de la diócesis de Calahorra- la
Calzada. Fue ofrecido por su madre al Señor. Poco después
fue confirmado.
Sus padres fueron D. Julián Alonso, labrador, y Dª. Felipa
Santamaría. Tuvieron siete hijos, cuatro mujeres y tres varones.
A todos les dieron educación cristiana. Marceliano hizo la
primera comunión a los 6 años y medio porque fue capaz de
recitar de memoria el catecismo ante las autoridades civiles y
eclesiásticas. A este pueblo, distante tres kilómetros de
Santo Domingo de la Calzada, acudían con frecuencia los
Misioneros claretianos, de manera que le surgió la
vocación religiosa y misionera.
Ingresó en el postulantado de Alagón el 9 de septiembre
de 1918. Allí hizo tres cursos de Humanidades con las mejores
calificaciones, meritissimus maior. En 1921 pasó a Barbastro
para cursar Retórica. En una carta que escribió a sus
padres el 4 de noviembre de 1918 decía «las lecciones me
las aprendo con mucha facilidad pues por ahora no damos más
libros que gramática, aritmética, historia y
catecismos».
Al año siguiente, 1922, fue a Cervera para hacer el noviciado,
acabado el cual profesó el 15 de agosto de 1923.
En el mismo centro cursó los dos primeros años de
filosofía y el tercero en Solsona, a donde llegó el 4 de
julio de 1925. A primeros de junio del año siguiente
también se examinó de bachillerato civil con otros cinco
Misioneros, obteniendo todos sobresalientes.
El 1 de septiembre de 1926 volvió a Cervera para cursar la
teología, con grande aprovechamiento. Al recibir la
noticia de la aprobación a las órdenes menores, el
día 1 de junio de 1927 escribía a su madre
comunicándole la gran alegría que esto suponía
para él «porque ya comienzo a subir los grados del
sacerdocio, la dignidad más grande que hay sobre la
tierra, y que es lo que más deseo en este mundo». En el
mes de junio de ese año recibió en Solsona la primera
tonsura y las cuatro órdenes menores de manos del Exc.mo
Valentín Comellas, Obispo de la diócesis.
El 15 de mayo de 1931 escribía a sus padres para comunicarles
las fechas en que iba a recibir las órdenes, señalando
como probable el 21 de septiembre para el presbiterado, pero sobre todo
para tranquilizarles después de la quema de iglesias y
conventos. Les aseguraba que en Cervera no había peligro porque
el Ayuntamiento y la Guardia Civil estaban a su favor y que el edificio
era como una fortaleza. No obstante les informaba que los postulantes
habían sido enviados a sus casas.
El día 29 de mayo de 1931 viajó a Solsona para recibir el
subdiaconado el 30 y el diaconado al día siguiente y el
presbiterado el día 21 de junio de ese año de manos del
Administrador apostólico de la diócesis, D.
Valentín Comellas en la capilla del palacio episcopal. En la
misma tarde del día 21 volvió a Cervera.
Cuando dio la noticia de la ordenación sacerdotal, anticipada
tres meses según lo anunciado en carta anterior, también
indicó que los Superiores le habían permitido ir a su
pueblo de Grañón los días 28 y 29 y algunos
detalles del viaje. Sus impresiones y emociones fueron grandes e
imborrables, pues era la primera vez que volvía a su pueblo
desde que había salido de niño. Poco después
recibía carta en que el Mayordomo de la Cofradía le
invitaba a predicar el sermón de la fiesta, pero él,
conociendo los usos y costumbres, les remitió al M.R.P.
Provincial. Este no dio el permiso.
Continuó en Cervera dando clases de física y otras
materias a los bachilleres de segunda enseñanza. Esto se
acabó cuando el gobierno lo prohibió al final del curso
de 1932-1933. Entonces fue destinado a Solsona en el mes de julio de
1933 para dar un curso de verano y a continuación fue nombrado
Auxiliar del Prefecto de filósofos y profesor de
Matemáticas. Durante todo este periodo mantuvo la
preocupación de las quintas, pues no tenía resuelto el
asunto. Esto también producía inquietud en su familia.
Así lo comunicaba a sus padres en carta del 28 de julio de 1933:
«Otro asunto , ya saben que tengo pendiente el negocio de
las quintas, y que si no me voy a América con 20 de mis
compañeros que de esta provincia se embarcan, es por la
esperanza que tienen los Superiores de librarnos del servicio».
Al final tuvo suerte y quedó en excedente de cupo.
Su segundo destino fue la comunidad de Requena. El 18 de junio de 1934
se trasladó a dicha ciudad para tomar posesión del cargo
de Superior de la misma. Pero también era profesor,
sacristán y, sobre todo, predicador. Su primera impresión
de la gente la describía en estos términos en carta a sus
padres el 2 de agosto de 1934: «La ciudad no tiene apenas aire de
ciudad; es un pueblo grande; sus gentes muy incultas y sin
religión. Apenas hay hombres que cumplan con parroquia; son muy
fríos». Y en otra carta del 23 de septiembre de ese
año apostillaba: «Aquí no quieren ni curas ni
sermones. Hay que ver cómo está esto.
Me decía el Sr. Arcipreste que hay varios miles de personas en
Requena que no saben el Ave María ni la señal de la cruz;
a la iglesia no han ido nada más que cuando les
bautizaron».
Pero él no se desanimó ante este panorama. Así
también pudo asistir a una procesión de Semana Santa de
1935, que no se celebraba desde hacía cuatro años
«y uno de los últimos que salió, predicó uno
de nuestros Padres que tuvo que bajarse cuatro veces del púlpito
por no poder dominar el bullicio de la gente que ese día
tienen costumbre (como es el único que van a la iglesia) de
hablar como en un mercado.
Al encomendarme el sermón me dijeron que aunque desde aquel
año les habían dicho en casa que no lo querían
predicar más, que si su servidor aceptaba. Yo les dije que
sí; me previnieron que no hiciera caso de lo que el
público hiciera, que no me enfadara, que no les reprendiera…
¡Yo enfadarme! Sería la primera vez…
¿Es cierto?
Subo al púlpito; aquello una plaza de toros. Antes de comenzar
sube un señor a decirme:
Por Dios, Padre, no haga Vd. caso, que esta gente es así.
No se preocupe, le digo, que no lo tomaré a mal; haré lo
que pueda, sin ofenderme, ni ofenderlos. Yo estaba más fresco
que una lechuga… a lo que saliera; eso sí, el sermón
estaba bien preparado.
Con que me levanto, comienzo la señal de la cruz, sin pronunciar
nada, y como no oían comienzan a chistar en toda la iglesia y
hacer silencio aquella multitud de gente todos de pie…; … a mitad
conseguí silencio completo…»[1].
Aquí duró poco más de un año, pues el 4 de
julio de 1935 se trasladó a la nueva residencia de Valencia,
situada en la calle de San Vicente, recién fundada, en un piso
alquilado, que costaba un duro al día, y él fue nombrado
Superior de la misma. La fundación fue aprobada por el gobierno
general el 7 de noviembre de ese año. A continuación el
gobierno provincial aceptó la fundación del colegio del
Grao, atendido por los Padres de la residencia. También le
correspondió hacerse cargo de la restauración de la
ermita de San Vicente, un poco arruinada.
Cualidades. Ya se ha hecho mención de sus grandes cualidades
intelectuales. Era un talento.
Tenía un gran celo apostólico por la salvación de
las almas. Estaba dispuesto a trabajar en cualquier lugar como
misionero, incluso en Ultramar.
Era un religioso observante y ejemplar. Como superior, a pesar de su
juventud, demostró ser muy prudente y tener buenas aptitudes
para el trabajo.
Apresamiento y martirio
El 12 de agosto de 1936 fue detenido en el despacho de D. Francisco
Comas Benlloch junto con el P. Gordon, como se ha dicho antes, y
llevado ante el Comité de la zona para declarar y después
lo encerraron allí.
Al anochecer les dieron de cenar un guiso de patatas con carne, pan y
agua abundante, que apenas probaron.
Después de cenar les hicieron declarar ante el tribunal. El
primero fue el P. Gordon, después le tocó el turno a
él. Su interrogatorio fue más breve y las preguntas un
poco más genéricas, pero cargadas con gran dosis de
malicia: cómo se llamaba, de dónde era, si era sacerdote,
religioso y superior, quienes eran y dónde estaban sus
súbditos, si condenaba a la Iglesia por ir a favor de los
facciosos. Salió un poco más tranquilo que el P. Gordon,
pero con la convicción de que iba al martirio.
Le llevaron de nuevo a la celda, donde estuvo con los PP. Gordon y
Galipienzo otras dos horas. Durante ese tiempo se prepararon para el
sacrificio con la confesión y la oración.
Hacia las 12 de la noche de ese día 12 fueron sacados de la
cárcel. Les esperaban cinco milicianos con sus pistolas
ametralladoras, con sus puñales, con lámparas
eléctricas, con su boca luciferina vomitando blasfemias sin ton
ni son, con gestos de hienas, con autoridad de verdugos: ¡Subid
al auto!… y al auto subieron las víctimas. No les ataron las
manos porque no se resistían ni huían.
¡Adelante! Dijo el jefe y el chófer dirigió al auto
por el puente de la Trinidad a la carretera de Alboraya y a los tres
kilómetros de Valencia, en el término municipal de
Alboraya, en la partida llamada de Masqueta, al cruzar el ferrocarril
con la carretera y una acequia, al iniciarse el camino del Palmaret,
giró el auto y se detuvo allí cerca.
Bajaron los asesinos, abrieron la portezuela y les intimaron que
bajasen y echaron mano de sus pistolas. La voz del jefe sonó con
aspereza:
¡Pónganse en línea!
Y momentos después
¡Echen a andar!
Al descender del auto los tres se abrazaron. La conmoción era
grande. El P. Alonso sentía un sudor precursor de muerte. En
aquel momento les dirigieron el foco del auto. Prepararon las pistolas
y se oyó un grito:
¡Anden! Apuntaron… midieron… apagaron el foco… y se oyó la
detonación.
En ese crítico momento el P. Galipienzo se tiró a tierra…
y los otros dos, el P. Alonso y el P. Gordon, cayeron. Era la madrugada
del 13 de agosto de 1936.
Al caer el P. Alonso murió en el acto atravesado por las balas.
Al oír las detonaciones, el médico del pueblo, Dr.
José Lanuza Cervera, y el juez, D. Simeón Tortajada, que
estaban tomando la fresca del mes de agosto, se dijeron:
Vayamos a ver lo sucedido.
Ya se lo imaginaban. Con el auto del médico se pusieron en
camino, pero a la salida del pueblo los milicianos del Control se lo
impidieron. Hacia las cuatro de la mañana volvieron en su
intento y no encontraron obstáculos para llegar al Palmaret,
donde encontraron a dos hombres jóvenes fusilados. Les miraron
la cédula personal, de cuyos datos dedujeron que eran sacerdotes
y religiosos. Levantaron los cadáveres y los llevaron al
cementerio de Alboraya.
Al hacer el reconocimiento de los cadáveres había buena
chusma de gente curiosa, de entre la que destacaban dos mujeres rojas
intentando darles con el pie y burlándose, decían:
Para esta noche ya tenemos dos bacalaos…
A lo que contestó el médico:
No los insulten, pues los muertos son dignos de respeto, cualquiera que
sea su condición.
El entierro se hizo de esta manera. El Señor de la funeraria,
que era de derechas, les dio una caja. Al uno le pusieron en media caja
y al otro en la otra media, colocando esta sobre la otra. Pusieron dos
o tres sacos encima y los cubrieron de tierra.
El enterrador, el médico y el juez tuvieron cuidado de tomar
nota de todo.