BEATO MANUEL
JOVÉ BONET
1936 d.C.
26 de julio
Nació el 14 de
septiembre de 1895 en Vallbona de las Monjas (Lérida)
Profesó el 15 de agosto de 1912
Sacerdote el 28 de mayo de 1926
Fusilado el 26 de julio de 1936 en Lérida
El P. Manuel Jové nació en Vallbona de las Monjas
(Lérida) el día 14 de septiembre de 1895. Fue bautizado
el 17 del mismo mes en la parroquia de Santa María de Vallbona,
del arzobispado de Tarragona. Poco después recibió la
confirmación.
Sus padres fueron D. Juan Jové, labrador, y Dª Ramona
Bonet, que formaron una familia numerosa con siete hijos, a los cuales
dieron la educación cristiana del tiempo. Un hermano del padre
fue misionero claretiano[1].
En el verano de 1907 ingresó en el postulantado de Vich, donde
el prefecto era el P. Gumersindo Valtierra. En dicho colegio
cursó las Humanidades con gran aprovechamiento.
Para hacer el noviciado se trasladó a Cervera el 24 de junio de
1911. Tomó el hábito el 14 de agosto de ese mismo
año e inició el año de prueba bajo la
dirección del P. Mariano Fernández, acabado el cual hizo
la profesión el día 15 de agosto de 1912, por un
año, dando inicio a las profesiones temporales en la
Congregación.
Los estudios de filosofía y los de teología
dogmática los realizó en el mismo centro de Cervera. En
esta recibió la primera tonsura el 18 de julio de 1915. Los
estudios de teología moral los hizo en Alagón, a donde
fue en el verano de 1918 bajo la prefectura del Beato Felipe de
Jesús Munárriz. En las témporas de diciembre
de ese año, días 12 y 13, ajustándose a las normas
del Código de derecho canónico, recibió las cuatro
órdenes menores de dos en dos de manos del Exc. Juan Soldevila y
Romero, Arzobispo de Zaragoza, en dicha ciudad. El 14 de junio del
año siguiente recibió el subdiaconado de manos del mismo
Obispo ordenante y en la misma ciudad. En Alagón, el 31 de
agosto de ese año 1919 recibió el diaconado de manos del
mismo Arzobispo. Este mismo, ya creado Cardenal, le confirió el
orden del presbiterado el día 29 de mayo de 1920 en Zaragoza.
Terminados los estudios, el día 1 de julio de 1920 se
trasladó a Aranda de Duero (Burgos) para hacer el año de
preparación al ministerio. La Semana Santa de 1921 la
predicó en Montejo de la Vega de la Serrezuela (Segovia). El
día 26 de mayo de ese año salió con destino a Vic.
Profesor de latín y su Palaestra Latina
Estando en este colegio se dedicó a la enseñanza y al
estudio del latín de una manera más científica.
Una gran preparación autodidacta. «Colaboró
con éxito en la revista “Alma Roma”; en los paseos con los
postulantes de Vic se dedicaba a dar nombres latinos a cosas nuevas;
que fue la base de la sección “Nova et Vetera” de nuestras
revistas Candidatus Latinus y Palaestra, verdadera escuela en la que se
formaron varios estudiantes»[2].
En 1925 fue destinado a Cervera como profesor de Sintaxis y
latín de los postulantes. Esto era su pasión y felicidad.
«Como auxiliar en el teologado del P. Ramos daba los jueves la
conferencia llamada de Urbanidad…; el P. Jové se limitaba a
ligeras advertencias, siempre repetidas, con tanta gracia que
mantenían a todos en continuas carcajadas… en época en
que las conferencias pecaban de tristonas»[3].
En 1928 inició la publicación de la revista Candidatus
latinus, que tuvo gran aceptación si bien no faltaron problemas
de carácter económico y personal o colaboradores.
Algún año más tarde, 1930, cambió el nombre
por Palaestra Latina, que siguió dirigiendo. También
colaboraba en Alma Roma, siendo galardonados sus trabajos en el
concurso internacional de Munich. Alcanzó un puesto entre los
socios de la Academia de Estudios Latinos de Francia[4]. El P. Carlos
Mesa desde Zipaquirá, Colombia, le envió algunas
colaboraciones, que no fueron publicadas en su totalidad, porque era
necesario un perfeccionamiento que era imposible conseguir
allí por falta de medios.
El 13 de mayo de 1931 escribió a su padre pidiendo la
dirección de un pariente que vivía en la misma Cervera
para poder salvar los libros en caso de quema de conventos.
El P. Mesa se ofreció a trasferirse a España para
colaborar en la revista y el P. Jové le respondió el
día 3 de abril de 1933: «Enhorabuena! Pero no respondo en
estos días de su pellejo».
Pero la situación iba empeorando a pasos agigantados. En la
penúltima carta que de él se conserva, escrita el
día 2 de junio de 1936 por cuestiones de latín al P.
Gregorio Martínez Cabello, residente en Segovia, decía:
«Aquí también tenemos relativa tranquilidad aunque
ya nos han procesado y destituido el ayuntamiento de derechas poniendo
en él a nuestros buenos amigos. Lo primero que quieren hacer es
quitarnos al menos en parte la huerta. Después ya iría
viniendo lo demás. Pidamos a Dios N. Señor y a la Divina
Madre que confunda pronto a nuestros enemigos».
En junio de 1936 fue enviado al Mas Claret como vicario en
sustitución del P. Serrano, acogido entonces en la
enfermería de Cervera. Trabajaba entonces el P. Jové en
la elaboración de un diccionario latino – español de la
Editorial Sopena con la ayuda de algunos estudiantes; luego pasó
a manos seglares todo el acervo de fichas.
Cualidades
Buen religioso, de conducta ejemplar. Cumplidor de sus deberes. Su
cultura era más bien reducida.
Huida, detención y calvario
El día 24 de julio, por la tarde, salió de la finca de
Mas Claret con los 14 estudiantes antes reseñados, con
dirección a Vallbona de las Monjas, su pueblo natal, distante
unos 25 kilómetros. Para evitar encuentros peligrosos con los
grupos de milicianos tuvieron que dar muchos rodeos, alargando
así las distancias. Al anochecido llegaron a Montornés,
pueblecito distante ocho kilómetros de Cervera. No habían
adelantado mucho. En varias familias encontraron comida y cobijo
para pasar la noche.`
Al amanecer del día 25 ya estaban en pie y encontraron a D.
José Duch, que les dio agua y les orientó hacia la Bovera
y Rocafort, porque no querían pasar por la carretera, y les
advirtió: Cuando lleguen a la Cruz de Beneit Ramón cojan
el camino de la derecha. El que dirigía el grupo
respondió: cuando estemos en los llanos de la Bovera ya
conoceré el camino porque ya he estado dos veces en la Bovera
para predicar. Marchaban de dos en dos a cierta distancia unos de
otros. A media mañana habían superado las alturas de
Guimerá y comenzado a bajar la Bovera para alcanzar la carretera
que los había de llevar a Rocafort de Vallbona, ya bastante
cercana a la meta prefijada. Al llegar al camino prefijado cogieron el
de la izquierda en vez del de la derecha quedando a la vista de
Ciutadilla. y pasaron por la carretera de Guimerá para coger la
carretera de Rocafort. Ciutadilla está en una ladera desde donde
se observa todo, y más a media mañana de un día
soleado de verano. Al verlos pasar la gente decía: son frailes.
Al oir esto uno fue al Comité. Salieron en su busca y los
alcanzaron.
El P. Jové fue a la casa del Sr. Ignacio Miró, labrador,
amigo de antiguo, para ver cómo podía encontrar manera de
distribuir entre familias del pueblo unos estudiantes que había
dejado a tres kilómetros del pueblo, pero estos fueron detenidos.
La detención fue de la siguiente manera. El P. Jové los
dejó en grupos de dos a tres kilómetros de Rocafort. El
último grupo que estaba a la vista de Ciutadilla fue sorprendido
y por ello fueron detenidos todos en forma de cadena y fueron llevados
al Centro Socialista de Ciutadilla. Dijeron que iban con el P.
Jové, que estaba en Rocafort en casa francés. Era la casa
del Sr. Ignacio Miró, labrador, amigo de antiguo. Allí
fueron a buscarle.
El amigo le dijo que por parte del Comité de Rocafort no
habría problema pues era amigo del presidente del Comité.
Este le dijo que haría todo lo posible por salvarlos y ya
había extendido ocho pases cuando llegó la alarma de
haberse presentado en el pueblo un coche con dos individuos del
Comité de Ciutadilla, que habían detenido a los
estudiantes, y otro de San Martí de Maldá que
venían a buscar al P. Jové. Preguntaban por el Sr.
Miró, que se encontraba en el Comité esperando los pases,
y bajó preguntando:
¿Qué queréis?
¿No hay en tu casa unos frailes? Le preguntó
Armengol, miembro del Comité de Rocafort.
En mi casa hay un señor vestido como nosotros que era amigo de
mi padre y que no sabía si era fraile o no, respondió el
Sr. Miró.
Os hemos de matar a todos, dijo Armengol.
El Sr. Miró salió a l a calle y encontró a los de
Ciutadilla que le preguntaron por los fascistas, no si eran frailes o
no. Mientras se dirigía a casa el presidente del Comité
de Rocafort le dijo que se adelantara e hiciera escapar al P.
Jové.
Le dijeron al P. Jové que se escapara por la puerta trasera y
que le acompañaría un criado. Al decirle que los
estudiantes habían sido apresados se negó rotundamente.
No quería abandonar a los jóvenes puestos bajo su
responsabilidad. Se quería presentar porque quizá le
matarían a él, pero dejarían libres a los
estudiantes. Él se presento a los que le buscaban. El Sr
Miró le acompañó y dijo a los forasteros:
A esta gente no la habéis de matar. Y al Padre: si puede volver
y quiere ya sabe que en mi casa será bien acogido.
Al Padre lo llevaron en auto a Ciutadilla a media mañana, y lo
condujeron al Centro Socialista donde estaban detenidos los catorce
estudiantes. Los del Comité obligaron a algunas familias a
proporcionar comida, cena, colchones y sábanas para que pudieran
dormir. Llamaron al Comité de Cervera, que se desentendió
del asunto. A continuación llamaron al de Lérida, que
envió algunos individuos que llegaron a la una de la noche del
día 26. El P. Jové estaba escribiendo su diario y le
preguntaron:
¿Qué escribes tú aquí?
El diario del recorrido, respondió. Le dijeron que no era
verdad. Le tomaron el papel y, como estaba escrito en latín, lo
tomaron como un insulto. Uno de los estudiantes rezaba el Rosario. Le
preguntaron:
¿Qué es eso?
El santo Rosario.
Lo tiraron al suelo y le obligaban a pisarlo. Él dijo que antes
prefería morir y le abofetearon. Al ver el Crucifijo del P.
Jové, le preguntaron quien era:
Mi Dios y mi Señor.
Los milicianos le mandaron que lo tirase al suelo y lo pisara, a lo que
se negó rotundamente. Ante esa negativa le dijeron:
Pues ahora te lo tragarás.
Y metiéndole el Crucifijo en la boca, se lo hundieron
violentamente de un puñetazo hiriéndole los labios,
vomitando mucha sangre.
Encontraron unas fotografías que tenían algunos
estudiantes de monjas, hermanas suyas, y los de Lérida
decían que eran sus mujeres. Los estudiantes no dijeron nada y
se pusieron a llorar. Uno del pueblo metió unos preservativos en
el maletín del P. Jové y al hacer el registro los de
Lérida, dijeron mostrándoselos: ¿Veis como es
verdad? Siguió el martirio de bofetadas y puñetazos. Al
P. Jové le desabrocharon violentamente los pantalones y se los
bajaron para mutilarlo en las partes genitales, cuando uno del pueblo
presente allí por casualidad dijo – eso no. Desistieron de la
mutilación pero le hicieron un corte profundo en la ingle que le
hizo perder mucha sangre, manchando la ropa interior y las
sábanas. Todos llevaban crucifijos, rosarios y también
cilicios por lo cual fueron objeto de burlas sin término por
parte de los milicianos. Un sufrimiento del que los verdugos se
vanagloriaban.
Camino del cementerio y martirio
El P. Jové y los estudiantes, después de las horas de
dolor físico y moral, fueron atados de dos en dos por los brazos
y las piernas, les hicieron bajar las escaleras del centro, a empujones
y a trompicones. Una vez abajo les arrastraron hasta el camión
que tenían preparado a la puerta después de haberlo
requisado a las tres de la noche a su dueño, D.
José Armengol Pollina, labrador de Guimerá. ¡Eran
las ocho de la mañana. Luego le obligaron a conducirlo a
Verdú. Delante del camión iba un taxi lleno de milicianos
y detrás otro también ocupado por gente de la misma
traza. En Verdú pararon en la plaza y los milicianos fueron al
ayuntamiento, donde almorzaron, pero sin olvidar la vigilancia del
camión. Los milicianos querían asesinarlos allí,
pero se opuso el presidente del Comité local. Entonces, hacia
las 11, reanudaron el viaje en dirección a Lérida pasando
por Tárrega. Al llegar a la ciudad estaban indecisos qué
hacer con los misioneros. Unos pensaban presentarlos al
Comité pero otros creían más resolutivo llevarlos
directamente al cementerio, que estaba cerca.
Una vez ante las puertas del cementerio, los milicianos querían
meter el camión dentro del cementerio, pero el encargado se
opuso. Entonces les hicieron bajar del camión atados como iban.
El P. Jové fue de los últimos en bajar y dijo a los
estudiantes:
Nos matarán, pero moriremos por Dios. ¡Viva Cristo Rey!
Ninguno contestó. Todos los jóvenes estaban mudos,
ensimismados. Uno dijo:
Si hubiera sabido habría escrito a casa.
Le respondieron los milicianos con malos modos diciéndole que
había llegado tarde. Les hicieron entrar en el cementerio y
algunos decían:
¡Madre mía!
¡Viva Cristo Rey! Gritó por tres veces el P. Jove durante
el trayecto.
Al llegar al lugar de la ejecución, los milicianos les quitaron
las cuerdas y les preguntaron si quería morir por Dios o por la
República. Ninguno contestó nada, sino que todos a una
gritaron:
¡Viva Cristo Rey!
Entonces partió la descarga sobre los cuatro primeros. Todos
murieron, pero aún así el jefe les dio el tiro de gracia.
A continuación a otros cuatro más, luego otros tantos y
por fin a los tres restantes. Eran como las dos de la tarde.
Al acabar la faena los milicianos salían satisfechos. Entonces
le dijeron al conductor del camión que podía marchar y le
despidieron con la coletilla:
A ver si traes más, parece que por aquel país hay muchos.
Ninguno de los quince misioneros llevaba documento alguno. Fueron
enterrados en una fosa común, llamada «fosa de los
mártires».