BEATO MANUEL ARANDA ESPEJO
1936 d.C.
8 de agosto
Manuel Aranda nació
en Monte Lópe Alvarez, Diócesis de Jaén, el 22 de Marzo
de 1916. Monte Lópe Alvarez, es un anejo de Martos, entonces con no
más de 400 habitantes, que sumados a los de otras cortijadas cercanas
podían formar una comunidad de unos 1000 habitantes. No había
sacerdote encargado de estos fieles, distantes 14 Km. de Martos. Manuel alternaba
el trabajo del campo con la enseñanza que recibía de un maestro
idóneo. Era alegre, inteligente, fuerte... un muchacho normal en su
ambiente. La práctica religiosa en el lugar era mínima; su
familia, creyente, respetuosa con Dios... no se salía del común,
aunque aspiraba a algo más. Un sacerdote, de muy tarde en tarde, visitaba
la aldea.
Un ambiente poco idoneo para que surgiera una vocación,
pero Dios miró a sus ojos, como hoy sigue mirando a muchos jóvenes,
pronunció su nombre y él le escuchó. Dicen que el sacerdote
que venía de Martos, que los Sres. Carrasco, que influyó un
hermano suyo, estudiante en San Agustín de Jaén... todo colabora
con la llamada de Dios. Le encargaron diera catequesis a los niños,
sintió la necesidad de saber, entró en contacto con Dios. Una
llamada y una respuesta: un desafío y un riesgo. Manuel decidió
entrar en el Seminario... y empezaron las dificultades... lo económico
y el ambiente poco propicio a lo religioso. Ni los tiempos, ni las bolsillos
estaban sobrados, Manuel era una fuente de ingresos para la casa... la agresividad
hacia lo religioso era patente. La decisión de ser cura era, cuando
menos inoportuna. Su preparación para entrar en el Seminario no era,
tampoco la mejor. En principio, su padre se oponía.
Las superó con tesón, fuerza de voluntad, alegría
interior, confianza en Dios, fidelidad plena a una vocación inicial...
en la que fue tan de prisa que solo en cinco años maduró, no
ya para la ordenación, sino para la consumación perfecta de
su vocación.
Entró en el Seminario de Baeza en septiembre de 1931, el primer
año debió ser duro para él: tenía 15 años,
sus compañeros eran niños, venía de un ambiente rural
y poca preparación... pero todo lo superó airosamente: estudios,
formas externas, cultura, disciplina, vida de internado. Una especie de noviciado,
para una profesión definitiva, allí hizo dos años de
humanidades, con lo que se consideró maduro para iniciar la preparación
en Filosofía en el Seminario de Jaén y en el curso 1933 - 1934.
En el verano preparó y superó los exámenes de los otros
dos cursos de latín. Veía orientada su vida hacia su vocación:
oración intensa, estudios profundos, ambiente sacerdotal, todo ello
ambientado por los Sacerdote Operarios Diocesanos.
Sus compañeros, aquellos con los que hemos podido contactar,
lo consideraron un santo seminarista por su vida y un heroico mártir
por su muerte. Esta fue como el lógico desenlace de aquella. Así
Don Germán Mártil, Rector que fue en el Seminario de Jaén
y después en el Colegio Español de Roma; Don Guillermo Álamo,
Don Lorenzo Estero, Don José Rodríguez Yerla y Don José
Sola y Don Eduardo Montilla que eran compañeros de cursos superiores,
pero le conocieron y algunos tuvieron gran amistad con él; Don Jerónimo
Bernabeu, Don Diego García Hidalgo, Don Guillermo Molina, Don José
Latorre, y Don Manuel Parra compañeros de curso y otros más
han dado testimonio de palabra y por escrito de las grandes virtudes que
adornaron a Manuel:
"Seminarista modelo: muy serio, muy estudioso, muy piadoso y muy observante,
muy preocupado por las almas y por los problemas que entonces se agitaban
en España".
"Resaltaba por su ejemplar conducta y piedad, su amor al estudio y su formalidad."
"Excelente, cumplidor, santo".
"Tenía un espíritu grande".
"Resaltaba sobre el común de sus compañeros, seminarista afable,
que atraía por su gran bondad y sencillez. En él no había
engaño. Siempre estaba alegre."
"Resalto tres constantes: su fuerza de voluntad, su valentía y sobre
todo su gran confianza en Dios".
Tenemos otros muchos testimonios, que ya se han expresado en otros lugares:
son los de sus propios hermanos, vecinos y amigos del pueblo, un escrito
de Don Juan Montijano, que tomó "las primeras declaraciones" en aquellos
primeros años del 40, cuando dando misiones en el Monte y huésped
en casa de Manuel, pudo escucha de viva voz la historia, de parte de padres,
hermanos y conocidos.
Durante la Guerra Civil fue hecho preso en la capilla de su pueblo por manifestar
públicamente su fe católica. El día de su muerte cuando
se dirigía a realizar trabajos como preso sucedió la siguiente
escena, descrita por unos niños que la presenciaron desde las cercanías:
Manuel Aranda: Pues yo os digo que no diré ni una palabra contra Dios.
Por nada ni por nadie ofenderé su nombre
Milicianos: Blasfemas sí o no
Manuel Aranda: NO Y NO
Milicianos: Pues te matamos
Manuel Aranda: Venga de ahí
"Sentimos tres disparos y los "milicianos" acabaron con su vida".
Fue un seminarista ejemplar, que dio su vida por el Señor
Jesús el 8 de Agosto de 1936 en Monte Lópe Alvarez, Diócesis
de Jaén, allí donde 20 antes había nacido. Su vida de
seminarista, solo 5 años, fue una entrega total a Dios, a su formación
y al ideal de ser un santo sacerdote.