BEATO LUIS FLORES,
PEDRO DE ZUÑIGA Y 13 Compañeros
1622 d.C.
19 de agosto
En
Nagasaki, en Japón, beatos mártires Luis Flores,
presbítero de la Orden de Predicadores, Pedro de
Zúñiga, presbítero de la Orden de los Eremitas de
San Agustín, y trece compañeros, marineros japoneses,
que, llevados a puerto y detenidos al punto, sufrieron juntos un mismo
martirio, entre variadas torturas, por la fe cristiana.
Luis Flores nació en Amberes hacia el 1570. Se
trasladó con sus padres a España y luego a Méjico,
donde ingresó en los dominicos en el convento de San Jacinto.
Después de haber sido maestro de novicios, en 1598 tuvo que
cambiar su apellido flamenco Frayrin o Froryn, por el de Flores, para
que le permitieran ir a las Filipinas, adonde llegó en 1602,
donde trabajó durante 22 años. Se embarcó para el
Japón el 6 de junio de 1620, en compañía del padre
Pedro de Zúñiga, que era hijo de un muy gran
señor, llamado Alvaro de Zúñiga, marqués de
Villamanrique y virrey de Nueva España. Pedro nació en
Sevilla y tomó el hábito agustino en el convento de dicha
ciudad. Hizo su profesión el 2 de octubre de 1604 y llegó
a las Filipinas en 1610. De ahí pasó al Japón en
1618. Obligado a esconderse, tuvo que dejar el país al cabo de
un año y se sintió inmensamente feliz cuando se le
designó de nuevo para regresar al Japón, en 1620.
La nave, propiedad del capitán Joaquín
Firaiama-Díaz, llevaba al Japón a los misioneros: Pedro
de Zúñiga y Luis, Joaquín y sus 12 marineros
(León Sukemenyon, que era el piloto; Pablo Sanchiki, Lorenzo
Rocuiemon, Marcos Takenoshika Xineiemon, Miguel Díaz que eran
mercaderes; Tomás Coyanaghi era uno pasajero; Antonio Yamanda,
Bartolomé Mofioye, Jaime Matsumo Denschi, Juan Matasaki Nangata,
Juan Yango, Juan Feiamon), todos miembros de la fraternidad del Santo
Rosario.
El día 22 de julio de 1620, el navío
inglés «Elizabeth» interceptó frente a las
costas de Formosa (Taiwan), a una nave japonesa en la que viajaban
cuatro europeos y, al hacer el abordaje, descubrieron, con gran
regocijo, que entre los pasajeros había dos religiosos. Los
piratas se apoderaron del barco y, una vez en alta mar, hubo una
repartición del botín y los cautivos entre ingleses y
holandeses. La tripulación y los cuatro pasajeros europeos
quedaron en manos de estos últimos que consideraron a todos como
sus prisioneros y los condujeron al puerto de Firando. El barco
holandés atracó ahí el 4 de agosto y, el mismo
día, el padre Bartolomé Gutiérrez se puso en
camino hacia el puerto con la intención de gestionar la libertad
de sus hermanos en religión capturados, pero llegó
demasiado tarde: desde el primer momento, los dos sacerdotes
habían sido desembarcados y entregados al agente holandés
Juan Specx. Este se apresuró a desempeñar su papel de
juez y, en seguida, sometió a un riguroso interrogatorio a sus
reos, quienes se mantuvieron firmes en su negativa de que fuesen
sacerdotes o religiosos, a fin de no comprometer a los tripulantes de
la nave japonesa que tan generosamente los había acogido. A los
dos se les amenazó con someterlos a torturas hasta que
admitieran su identidad y, mientras tanto, se los arrojó en una
inmunda prisión. Todos estuvieron detenidos durante dos
años donde fueron torturados.
El día de la ejecución, la muchedumbre era
inmensa, Joaquín con los dos misioneros fueron condenados a ser
quemados vivos, y la tripulación a ser decapitados en Nagasaki.
Los cristianos entonaron el Te Deum y esperaron durante cinco horas a
que se retiraran los guardias para apoderarse de las reliquias de los
mártires. El Papa Pío IX los beatificó el 7 de
julio de 1867.