BEATA LUCRECIA GARCÍA SOLANAS
23 de julio
1936 d.C.



   En Barcelona, España, Beatas María de Montserrat, (en el siglo Josefa Pilar García y Solanas), y 8 compañeras religiosas profesas del Instituto de las Mínimas Descalzas de San Francisco de Paula, junto a la seglar Lucrecia García y Solanas (laica, viuda y hermana de Sor María de Montserrat), asesinadas por odio a la fe.

   Lucrecia García Solanas
 nació en Aniñón (Zaragoza) en 1866. Hermana de la beata Madre María de Montserrat García y Solanas. En 1910 se casó con José Gaudí Negre, el cual murió en 1926; parece que no tuvieron hijos. Había decido vivir en el convento de su hermana haciendo los servicios externos, cuando se quedó viuda y sin hijos. Vivía con ellas desde hacía más de 10 años, en una casa fuera del convento y hacía de intermediaria entre el monasterio y el mundo externo.

  
Estaba siempre a disposición de las monjas. También se le concedió que participase en la oración comunitaria. Cuando estalló la guerra civil en 1936, y las monjas tuvieron que abandonar el convento y refugiarse en un edificio cercano, Torre Arnau, se le ofreció la posibilidad de refugiarse entre algunos parientes de Barcelona, a lo cual se negó para no abandonar a su hermana y el resto de la comunidad.

  
Era el 19 de julio de 1936 cuando, a las 9 de la mañana, una mujer llegó corriendo al monasterio para avisar a las religiosas para que escaparan. Los responsables de la persecución anticatólica habían comenzado a quemar las iglesias de Barcelona y posiblemente harían lo mismo con su convento. La madre superiora, que hasta entonces, a pesar de la violencia, no había querido dejar el convento, le dijo a las monjas de vestirse de civil. Las hizo salir y las escondió en una casa de campo cercana, perteneciente al amo de aquel terreno. De allí saldrían para buscar refugios mejores. Desde el sótano donde estaban escondidas, sentían el rumor de los milicianos que, con la ayuda de perros, buscaban sus víctimas.

  
El 21 de julio, un grupo armado entró en el monasterio, rompiendo el portón con dinamita. Entraron el la iglesia adyacente, la profanaron y la quemaron. Después de ir al monasterio para saquearlo, profanaron los cuerpos de dos monjas que habían muerto pocos meses antes, y los dejaron expuestos a la mofa pública. El 22 de julio, el grupo de monjas refugiadas aumentó por el regreso a algunas de ellas que no podían permanecer en sus casas, pero al día siguiente el portero del convento, que conocía su escondite, las traicionó. Los milicianos las encontraron en la casa de campo rezando el rosario. Preguntaron por la madre superiora para interrogarla sobre las riquezas que esperaban encontrar en el monasterio. La abadesa dio un paso adelante y ofreció su vida a cambio de las de sus cohermanas. Les dijo a los milicianos, que su hermana Lucrecia era una laica, pero ellos no la escucharon y querían saber donde estaban las otras monjas. Las encontraron en el sótano, de rodillas en oración. Todas las mujeres fueron arrestadas y para ellas comenzó el calvario.

  
Los republicanos insultaron a las religiosas, les pusieron sus rosarios al cuello e insultándolas las pusieron en fila mientras las paseaban por la carretera. Se salvó sólo una de ellas, hermana de un anarquista famoso. Las otras, según testimonio ocular de Amparo Bosch Vilanova: “Las pusieron en fila como si fueran a comulgar, las han llevado por la carretera donde había un camión y allí las arrojaron como sacos de patatas, con una violencia tal como para romperles los huesos”. El camión se dirigió a San Andrés, donde las mujeres, después de ser torturadas, fueron ejecutadas. Testigos han contado que hacía las siete de la tarde de aquel día oyeron disparos. Los cuerpos de las monjas fueron encontrados apiñados. En total eran diez, nueve religiosas y una laica. Tenían heridas de arma blanca en el pecho y en las partes íntimas, con los vestidos arrancados y agujereados por armas de fuego.

  
Fueron martirizadas en la granja de la Rabasada (Barcelona). Mientras eran torturadas, todas las religiosas y Lucrecia, temieron más al estupro que a la muerte, tanto que en sus cuerpos se encontraron signos de una lucha durísima. Cuando iban al martirio fueron repitiendo en voz alta: "¡Viva Cristo rey!" y los milicianos, en la granja de la Rabasada, comentaron: "vaya  valientes esas monjas que han caido esta tarde"... y ofrecieron gozosamente su vida como testimonio de su fe. Según otros testigos, las diez mártires habían entregado su vida rezando de rodillas por el perdón de sus asesinos. Cuantas las conocieron testifican de ellas la ejemplaridad de su vida.

  
La vida de las Monjas Mínimas es una vida sencilla, de trabajo, silencio y oración. Su espiritualidad de caridad, humildad y penitencia forja en ellas ese talante de sencillez y alegría que las caracteriza. Fueron beatificadas el 13 de octubre del 2013 por SS Francisco.


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(Parroquia San Martín de Porres)