BEATA LUCÍA DE
CALTAGIRONE
1400 d.C.
26 de septiembre
Lucía nació en Caltagirone, Sicilia. Sus padres la
educaron en la piedad y ella supo maravillosamente corresponder a sus
esperanzas. Ellos eran devotos de san Nicolás de Bari y
experimentaron varias veces su protección. Un día en que
Lucía se subió a una higuera para recoger frutas fue
sorprendida por un furioso temporal con granizo y rayos. Un rayo
cayó sobre el árbol donde estaba Lucía, la cual se
precipitó a tierra medio muerta. En su mente vio perfilarse la
figura de un santo anciano, san Nicolás de Bari, quien la tomaba
de una mano y la entregaba de nuevo a la familia.
Hacia los 13 años abandonó su pueblo natal
en Sicilia para seguir a una piadosa terciaria franciscana de Salerno.
Al poco tiempo se le murió esta guía espiritual y
Lucía entró en un convento salernitano de Hermanas que
seguían la regla franciscana. Allí se distinguió
por la fiel práctica de sus deberes y en especial por el amor a
la penitencia, a la cual se había comprometido para expiar los
pecados de la humanidad, y sobre todo por una más íntima
participación en los dolores de Cristo. Por algún tiempo
ejerció el oficio de maestra de novicias. La fama de su virtud
se difundió. Muchos recurrían a ella para pedirle
oraciones y consejo. Dedicaba mucho tiempo a la oración, a la
meditación y a la contemplación de las cosas del cielo. A
menudo flagelaba su cuerpo; la desnuda tierra le servía de
lecho; un poco de pan y agua eran su sustento diario.
Los nobles acudían a ella, y ella consolaba a los
afligidos, llamaba a penitencia a los pecadores, edificaba a los
piadosos. Dios confirmó con prodigios su santidad. Su vida
austera, los prolongados y dolorosos sufrimientos minaron su salud.
Murió en Salerno. El culto y la veneración hacia ella
siempre fue extendiéndose en el pueblo salernitano y en las
regiones vecinas hasta que el Sumo Pontífice León X el 4
de junio de 1514 concedió en su honor el oficio y la misa.