LOS INNUMERABLES
SANTOS MÁRTIRES DE ZARAGOZA
3 de noviembre
Siglo III d.C.
Los
Innumerable Santos Mártires, en Zaragoza de España, que
con admirable constancia dieron la vida por Jesucristo en tiempo de
Daciano, presidente de España. Ennoblecida la ciudad de Zaragoza
con todos los timbres que podía tener en lo civil, como ciudad
que había sabido atraerse las atenciones del mayor de los
emperadores, quiso la Divina Providencia que tuviese otros tintes de
superior clase, concediendo a sus ciudadanos tanta gracia, que no
tuviesen dificultad en verter su sangre por Jesucristo. La misma Reina
de los Ángeles, que según el Leccionario
antiquísimo de aquella Catedral se dignó elegirla para su
domicilio cuando todavía vivía en este mundo, parece que
alcanzó de su Hijo que en aquella ciudad predilecta le
compitiese particularmente el glorioso título de Reina de los
Mártires. A estos pensamientos da lugar el número
prodigioso de cristianos que tuvieron valor para sostener las verdades
del Evangelio en presencia de los tiranos, y principalmente los
Mártires llamados Innumerables que celebramos en este
día, y cuyo martirio, según consta de unas actas del
siglo VII, fue el del modo siguiente:
Dominaban en el Imperio Romano Diocleciano y Maximiano,
tan unidos en la crueldad de sus leyes y en la impiedad de sus edictos,
como en la dominación del Imperio. Persuadidos de que la
religión cristiana, que iba haciendo rápidos progresos,
podrìa perjudicar a sus intereses y derribarlos del trono,
determinaron deshacerse de una vez de semejantes recelos, dando un
golpe que acabase enteramente con los cristianos, y produjese en su
pecho la tranquilidad. Expidieron un decreto, por el cual
abolían todas sus iglesias, les prohibían las juntas
privadas en cualquier pueblo sujeto al imperio, imponiendo pena de
destierro a los contraventores, y llevando su crueldad impía
hasta el extremo de que cualquiera pudiese ser demandante contra un
cristiano, y quitarle la vida por sí mismo si persistía
en su religión.
Para este efecto enviaron ministros por todas las regiones
y provincias, dándoles la instrucción de que primeramente
llamasen a los cristianos a su tribunal, y probasen con blancuras,
halagos y promesas atraerlos a dar incienso a los dioses,
dándoles a conocer que en esto odecerían a los
Emperadores, y se harían acreedores a sus munificencias; pero si
por el contrario eran pertinaces en permanecer en su Religión,
contraviniendo a los decretos de los Emperadores, experimentarian el
último suplicio por medio de los más exquisitos
tormentos. Salieron por todas partes los crueles ministros
acompañados de una turba de satélites conformes en todo a
sus intenciones; y los más oportunos para la ejecución de
los inicuos decretos.
Señalóse entre todos Daciano, hombre
perverso, de entrañas duras, y de costumbres corrompidas, el
cual habiendo conseguido de los Emperadores que le destinasen con esta
comisión a España, entró en ella como pudiera un
sangriento lobo entrar en una manada de inocentes corderos. En cuantas
ciudades estuvo, en todas dejó auténticas señales
de su ferocidad sacrílega, dejando bañadas en sangre de
cristianos las calles y las plazas; pero al mismo tiempo viendo con
confusión suya que se arraigaba más y más el
nombre de Jesucristo, y se multiplicaban sus adoradores.
Llegó finalmente a Zaragoza con el mismo
espíritu diabólico que hasta allí le había
agitado, y con la esperanza de que, exterminados los cristianos de
aquella ciudad, que era mirada por todos sus circunstancias como el
centro del Cristianismo de España, le sería fácil
conseguir otro tanto en toda la Península. Con esta
persuasión derramó la sangre de San Vicente, que no
solamente ilustró aquella ciudad con su martirio, en que
compitieron la astucia y barbaridad de Daciano en inventar tormentos, y
la fortaleza de Vicente en superarlos, sino también a la ciudad
de Valencia, que fue glorioso teatro de su triunfo.
A este martirio añadió el de 18 ilustres
varones, llamados Quintiliano, Matutino, Urbano, Fausto, Félix,
Primitivo, Ceciliano, Fronton, Apodemio, Casiano, Publio, Marcial,
Suceso, Januario, Evencio, Optato, Lupercio y Julio o Julia.
Pareciéndole poco haber ensangrentado las manos en los robustos
varones, extendió su crueldad a las delicadas doncellas,
martirzando a la sagrada virgen Engracia, quien con un valor superior a
su sexo sufrió que le rompiesen todo su cuerpo con tal
inhumanidad, que le cortaron enteramente un pecho, y en los garfios de
hierro salió una parte del hígado, la cual guardaron los
cristianos por mucho tiempo, y Prudencio asegura haberla visto
él mismo.