LOS ACTOS HUMANOS
DEFINICION DEL ACTO HUMANO
Los actos humanos son aquellos que proceden de la voluntad deliberada
del hombre; es decir, los que realiza con conocimiento y libre voluntad (cfr.
S.Th., I-II, q.1, a.1,c.) En ellos interviene primero el entendimiento, porque
no se puede querer o desear lo que no se conoce: con el entendimiento el
hombre advierte el objeto y delibera si puede y debe tender a él,
o no. Una vez conocido el objeto, la voluntad se inclina hacia ‚l porque
lo desea, o se aparta de él, rechazándolo.
Sólo en este caso cuando intervienen entendimiento y
voluntad el hombre es dueño de sus actos, y por tanto, plenamente
responsable de ellos. Y sólo en los actos humanos puede darse valoración
moral.
No todos los actos que realiza el hombre son propiamente humanos,
ya que como hemos señalado antes, pueden ser también:
1) meramente naturales: los que proceden de las potencias vegetativas y sensitivas,
sobre las que el hombre no tiene control voluntario alguno, y son comunes
con los animales: p. ej., la nutrición, circulación de la sangre,
respiración, la percepción visual o auditiva, el sentir dolor
o placer, etc.;
2) actos del hombre: los que proceden del hombre, pero faltando ya la advertencia
(locos, niños pequeños, distracción total), ya la voluntariedad
(por coacción física, p. ej.), ya ambas (p. ej., en el que
duerme).
DIVISION DEL ACTO HUMANO
Por su relación con la moralidad, el acto humano puede
ser:
1) bueno o lícito, si est conforme con la ley moral (p. ej., el dar
limosna);
2) malo o ilícito, si le es contrario (p. ej., mentir);
3) indiferente, cuando ni le es contrario ni conforme (p.ej., el caminar;
cfr.2.6.1).
Aunque ésta es la división más importante,
interesa señalar también que, en razón de las facultades
que lo perfeccionan, el acto puede ser:
a) interno: el realizado a través de las facultades internas del hombre,
entendimiento, memoria, imaginación..., p. ej., el recuerdo de una
acción pasada, o el deseo de algo futuro;
b) externo: cuando intervienen también los órganos y sentidos
del cuerpo (p. ej., comer o leer).
ELEMENTOS DEL ACTO HUMANO
LA ADVERTENCIA Y EL CONSENTIMIENTO
Ya hemos dicho que el acto humano exige la intervención
de las potencias racionales, inteligencia y voluntad, que determinan sus
elementos constitutivos: la advertencia en la inteligencia y el consentimiento
en la voluntad.
LA ADVERTENCIA
Por la advertencia el hombre percibe la acción que va
a realizar, o que ya est realizando. Esta advertencia puede ser plena o semiplena,
según se advierta la acción con toda perfección o sólo
imperfectamente (p. ej., estando semi-dormido).
Obviamente, todo acto humano requiere necesariamente de esa
advertencia, de tal modo que un hombre que actúa a tal punto distraído
que no advierte de ninguna manera lo que hace, no realizaría un acto
humano.
No basta, sin embargo, que el acto sea advertido para que pueda
ser imputado moralmente: en este caso es necesaria, además, la advertencia
de la relación que tiene el acto con la moralidad (p. ej., el que
advierte que est comiendo carne, pero no se da cuenta que es vigilia, realiza
un acto humano que, sin embargo, no es imputable moralmente).
La advertencia, pues, ha de ser doble: advertencia del acto
en sí y advertencia de la moralidad del acto.
EL CONSENTIMIENTO
Lleva al hombre a querer realizar ese acto previamente conocido,
buscando con ello un fin. Como señala Santo Tomás (S. Th, I-II,
q. 6, a. 1), acto voluntario o consentido es “el que procede de un principio
intrínseco con conocimiento del fin”.
Ese acto voluntario –consentido- puede ser perfecto o imperfecto
-según se realice con pleno o semipleno consentimiento- y directo
o indirecto. Por la importancia que tiene en la práctica, estudiaremos
con más detenimiento lo que se entiende por acto voluntario indirecto
y directo.
EL ACTO VOLUNTARIO INDIRECTO
El acto voluntario indirecto se da cuando al realizar una acción,
además del efecto que se persigue de modo directo con ella, se sigue
otro efecto adicional, que no se pretende sino sólo se tolera por
venir unido al primero (p. ej., el militar que bombardea una ciudad enemiga,
a sabiendas de que morirán muchos inocentes: quiere directamente destruir
al enemigo -voluntario directo-, y tolera la muerte de inocentes -voluntario
indirecto-).
Es un acto, por tanto, del que se sigue un efecto bueno y otro
malo, y por eso se le llama también voluntario de doble efecto.
Es importante percatarse de que no es un acto hecho con doble
fin (p. ej., robar al rico para darle al pobre), sino un acto del que se
siguen dos efectos: doble efecto, no doble fin.
"Robín Hood" o "Chucho el Roto" realizan acciones con
doble fin: el fin inmediato es robar al rico: el fin mediato es darle ese
dinero a los pobres. No es una acción de doble efecto, sino una acción
con un fin propio y un fin ulterior.
Hay casos en que es lícito realizar acciones en que,
junto a un efecto bueno se seguirá otro malo. Para que sea lícito
realizar una acción de la que se siguen dos efectos, bueno uno (voluntario
directo) y malo el otro (voluntario indirecto), es necesario que se reúnan
determinadas condiciones:
1o. Que la acción sea buena en sí misma, o al menos indiferente.
Así, nunca es lícito realizar acciones malas (p.
ej., mentir, jurar en falso, etc.), aunque con ellas se alcanzaran óptimos
efectos, ya que el fin nunca justifica los medios, y por tanto no se puede
hacer el mal para obtener un bien.
Para saber si la acción es buena o indiferente habrá
que atender, como se ver más adelante, a su objeto, fin y circunstancias.
2o. Que el efecto inmediato o primero que se produce sea el bueno, y el malo
sea sólo su consecuencia necesaria.
Es un principio que se deriva del anterior: es necesario que
el buen efecto derive directamente de la acción, y no del efecto malo
(p. ej., no sería lícito que por salvar la fama de una muchacha
se procurara el aborto, pues el efecto primero es el aborto; no sería
lícito matar a un inocente para después llegar hasta donde
está el culpable, porque el efecto primero es la muerte del inocente).
3o. Que uno se proponga el fin bueno, es decir, el resultado del efecto bueno,
y no el malo, que solamente se tolera.
Si se intentara el fin malo, aunque fuera a través del
bueno, la acción sería inmoral, por la perversidad de la intención.
El fin malo sólo se tolera, por ser imposible separarlo del bueno,
con disgusto o desagrado.
Ni siquiera es lícito intentar los dos efectos, sino
únicamente el bueno, permitiendo el malo solamente por su absoluta
inseparabilidad del primero (p. ej., el empleado que amenazado de muerte
da el dinero a los asaltantes, ha de tener como fin salvar su vida, y no
que le roben al patrón). Aun teniendo los dos fines a la vez, el acto
sería inmoral.
4o. Que haya un motivo proporcionado para permitir el efecto malo.
Porque el efecto malo -aunque vaya junto con el bueno y se le
permita sólo de modo indirecto- es siempre materialmente malo, y el
pecado material -en el que no existe voluntariedad de pecar- no se puede
permitir sin causa proporcionada.
No sería lícito, por ejemplo, que para conseguir
un pequeño arsenal de municiones del ejército enemigo haya
que arrasar a todo un pueblo: el motivo no es proporcionado al efecto malo.
OBSTACULOS AL ACTO HUMANO
Se trata ahora de analizar algunos factores que afectan a los
actos humanos, ya impidiendo el debido conocimiento de la acción,
ya la libre elección de la voluntad; es decir, las causas que de alguna
manera pueden modificar el acto humano en cuanto a su voluntariedad o a su
advertencia y, por tanto, en relación con su moralidad.
Algunas de esas causas afectan al elemento cognoscitivo del
acto humano (la advertencia), y otras al elemento volitivo (el consentimiento).
Estos obstáculos pueden incluso llegar a hacer que un
“acto humano” pase a ser tan sólo “acto del hombre” (ver 2.1).
OBSTACULO POR PARTE DEL CONOCIMIENTO:
LA IGNORANCIA
A. Noción de ignorancia. Por ignorancia se entiende falta de conocimiento
de una obligación.
En Teología Moral suele definirse como la falta de la
debida ciencia moral en un sujeto capaz; es decir, la ausencia de un conocimiento
moral que se podría y debería tener. De este modo podemos distinguirla
de:
la nesciencia, o falta de conocimientos no obligatorios (p. Ej., de la medicina
en quienes no son médicos);
la inadvertencia, o falta de atención actual a una cosa que se conoce
habitualmente;
el olvido, o privación –actual o habitual- de un conocimiento que
se tuvo anteriormente.
el error, o juicio equivocado sobre la verdad de una cosa.
B. División de la ignorancia. La ignorancia puede ser vencible o invencible.
a) Ignorancia vencible: es aquella que se podría y debería
superar, si se pudiera un esfuerzo razonable (p. Ej., consultando, estudiando,
pensando, etc.). Se subdivide en:
simplemente vencible; si se puso algún esfuerzo para vencerla, pero
insuficiente e incompleto.
crasa o supina; si no se hizo nada o casi nada por salir de ella y, por tanto,
nace de un grave descuido en aprender las principales verdades de la fe y
la moral, o los deberes propios del estado y oficio.
afectada; cuando no se quiere hacer nada para superarla con objeto de pecar
con mayor libertad; es, pues, una ignorancia plenamente voluntaria.
b) Ignorancia invencible; es aquella que no puede ser superada por el sujeto
que la padece, ya sea porque de ninguna manera la advierte(p. Ej., el aborígen
que no advierte la ilicitud de la venganza), o bien porque ha intentado en
vano de salir de ella (preguntando o estudiando).
En ocasiones puede equipararse a la ignorancia invencible el
olvido o la inadvertencia (p. Ej., el que come carne en el día de
vigilia sin saberlo, de manera que no la comería si supiera).
La ignorancia invencible se da sobre todo en gente ruda e incivil.
En una persona con preparación humana y escolar, la ignorancia en
materia de fe y moral es casi siempre vencible.
C. Principios morales sobre la ignorancia
1º. La ignorancia invencible quita toda responsabilidad ante Dios, ya
que es
involuntaria y por tanto inculpable ante quien conoce el fondo de nuestros
corazones (p. Ej., no peca el niño pequeño que sin saber hace
una cosa mala). Es fácil entender este principio moral si se considera
el adagio escolástico nihil volitum nisi praecognitum (“ nada es deseado
si antes no es conocido” Ver Dz. 1292).
2o. La ignorancia vencible es siempre culpable, en mayor o menor grado según
la negligencia en averiguar la verdad. Así, es mayor la responsabilidad
de una mala acción realizada con ignorancia crasa, que con simplemente
vencible. Consecuentemente, puede ser pecado mortal si nace de descuidos
graves.
3o. La ignorancia afectada, lejos de disminuir la responsabilidad, la aumenta,
por la mayor malicia que supone.
D. Deber de conocer la Ley Moral
Como ya quedó señalado, la ignorancia puede a
veces eximir de culpa y, en consecuencia, de responsabilidad moral. Sin embargo,
es conveniente añadir que existe el deber de conocer la ley moral,
para ir adecuando a ella nuestras acciones.
Ese conocimiento no debe limitarse a una determinada‚ poca de
la vida la niñez o la juventud, sino que ha de desarrollarse a lo
largo de toda la existencia humana, haciendo una especial referencia al trabajo
que cada uno desarrolla en la sociedad. De aquí se deriva el concepto
de moral profesional, como una aplicación de los principios morales
generales a las circunstancias concretas de un ambiente determinado. Por
lo tanto, el deber de salir de la ignorancia adquiere especial obligatoriedad
en todo lo que se refiere al campo profesional y a los deberes de estado de
cada persona.
OBSTACULOS POR PARTE DE LA VOLUNTAD
Los obstáculos que dificultan la libre elección
de la voluntad son: el miedo, las pasiones, la violencia y los hábitos.
A. El miedo. Es una vacilación del ánimo ante un mal presente
o futuro que nos amenaza, y que influye en la voluntad del que actúa.
En general, el miedo -aunque sea grande- no destruye el acto
voluntario, a menos que su intensidad haga perder el uso de razón.
El miedo no es razón suficiente para cometer un acto
malo, aunque el motivo sea considerable: salvar la propia vida, o la fama,
etc. Sería ilícito, por ejemplo, renegar de la fe por miedo
al castigo o a la muerte, o emplear medios anticonceptivos por temor a consecuencias
graves en la salud ante un nuevo embarazo, etc.
Por el contrario, si a pesar del miedo el sujeto realiza la
acción buena, es mayor el valor moral de esa acción.
A lo largo de la historia de la Iglesia se han dado incontables
casos de personas con un natural m s bien tímido y poco audaz que
han superado el miedo para cumplir la voluntad de Dios. Es el caso, por ejemplo,
de José de Arimatea que, siendo discípulo oculto de Cristo
“por temor a los judíos” (Jn. 19, 38), sabe vencerse y dar la cara
cuando otros huyen: reclama “audacter”, audazmente (Mc. 15, 43) de Pilato
el cuerpo muerto del Señor.
A veces, sin embargo, el miedo puede excusar del cumplimiento
de leyes positivas (es decir, de leyes puramente eclesiásticas) que
mandan practicar un acto bueno, si causan gran incomodidad, porque en estos
casos se sobreentiende que el legislador no tiene intención de obligar.
Sería el caso, p. ej., de la esposa que para evitar un grave conflicto
familiar deja de ayunar o de ir a Misa. Es una aplicación del principio
que dice que las leyes positivas no obligan con grave incomodidad.
Nótese que se trata sólo de leyes positivas o
meramente eclesiásticas. El cumplimiento de la ley divina -p.ej.,
amar a Dios sobre todas las cosas- obliga siempre, aun a costa de la propia
vida (p. ej., los santos martirizados por negarse a incensar a los ídolos).
B. Las pasiones. Designan las emociones o impulsos de la sensibilidad que
inclinan a obrar o no obrar. Son componentes naturales del psiquismo humano,
constituyen el lugar de paso entre la vida sensible y la vida del espíritu.
Ejemplos de pasiones son el amor y el odio, el deseo y el temos,
la alegría, la tristeza y la ira.
Las pasiones son en sí mismas indiferentes, pero se convierten
en buenas o malas según el objeto al que tiendan. Por eso, deben ser
dirigidas por la razón y regidas por la voluntad, para que no conduzcan
al mal.
P. ej., la ira es santa si lleva a defender los bienes de Dios
(es la ira de Jesucristo cuando expulsa a los vendedores del templo: cfr.
Mc. 11, 15-19); el odio agrada a Dios si es odio al pecado; el placer es
bueno si est regido por la recta razón. Si los objetos a que tienden
las pasiones son malos, nos apartan del fin último: odio al prójimo,
ira por motivos egoístas, placer desordenado, etc.
Si las pasiones se producen antes de que se realice la acción
e influyen en ella, disminuyen la libertad por el ofuscamiento que suponen
para la razón; incluso en arrebatos muy violentos, pueden llegar a
destruir esa libertad (p. ej., el padre que llevado por la ira golpea mortalmente
a su hijo pequeño).
Si se producen como consecuencia de la acción y son directamente
provocadas, aumentan la voluntariedad (p. ej., el que recuerda las ofensas
recibidas para aumentar la ira y el deseo de venganza).
Cuando surge un movimiento pasional que nos inclina al mal,
la voluntad puede actuar de dos formas:
negativamente, no aceptándolo ni rechazándolo;
positivamente, aceptándolo o rechazándolo con un acto formal.
Para luchar eficazmente contra las pasiones desordenadas no
basta una resistencia negativa, puesto que supone quedar expuesto al peligro
de consentir en ellas. Es necesario rechazarlas formalmente llevando el ánimo
a otra cosa: es el medio más fácil y seguro, sobre todo para
combatir los movimientos de sensualidad y de ira.
El naturalismo es la falsa doctrina que invita a no poner ninguna
traba a las pasiones humanas, bajo pretextos pseudo-psicológicos (dar
origen a traumas, p. ej.). Cae en el error base de olvidar que el hombre
tiene, como consecuencia del pecado original, las pasiones desordenadas y
proclives al pecado. La recta razón, como potencia superior, iluminada
y fortalecida por la gracia, ha de someter y regir esos movimientos en el
hombre.
C. La violencia. Es el impulso de un factor exterior que nos lleva a actuar
en contra de nuestra voluntad.
Ese factor exterior puede ser físico (golpes, etc.) o
moral (promesas, halagos, ruegos insistentes e inoportunos, etc.), que da
lugar a la violencia física o moral.
La violencia física absoluta -que se da cuando la persona
violentada ha opuesto toda la resistencia posible, sin poder vencerla- destruye
la voluntariedad, con tal de que se resista interiormente para no consentir
el mal.
La violencia moral nunca destruye la voluntariedad pues bajo
ella el hombre permanece en todo momento dueño de su libertad.
La violencia física relativa disminuye la voluntariedad,
en proporción a la resistencia que se opuso.
D. Los hábitos. Muy relacionados con el consentimiento están
los hábitos o costumbres contraídas por la repetición
de actos, y que se definen como firme y constante tendencia a actuar de una
determinada forma. Esos hábitos pueden ser buenos y en ese caso los
llamamos virtudes o malos: estos últimos constituyen los vicios.
El hábito de pecar -un vicio arraigado- disminuye la
responsabilidad si hay esfuerzo por combatirlo, pero no de otra manera, ya
que quien no lucha por desarraigar un hábito malo contraído
voluntariamente se hace responsable no sólo de los actos que comete
con advertencia, sino también de los inadvertidos: cuando no se combate
la causa, al querer la causa se quiere el efecto.
Por el contrario, quien lucha contra sus vicios es responsable
de los pecados que comete con advertencia, pero no de los que comete inadvertidamente,
porque ya no hay voluntario en causa.
LA MORALIDAD DEL ACTO HUMANO
El acto humano no es una estructura simple, sino integrada por
elementos diversos. ¿En cuáles de ellos estriba la moralidad
de la acción? La pregunta anterior, clave para el estudio de la ciencia
moral, se responde diciendo que, en el juicio sobre la bondad o maldad de
un acto, es preciso considerar:
a) el objeto del acto en sí mismo,
b) las circunstancias que lo rodean, y
c) la finalidad que el sujeto se propone con ese acto.
Para dictaminar la moralidad de cualquier acción, hay
que reflexionar antes sobre estos tres aspectos.
EL OBJETO
El objeto constituye el dato fundamental: es la acción
misma del sujeto, pero tomada bajo su consideración moral.
Nótese que el objeto no es el acto sin más, sino
que es el acto de acuerdo a su calificativo moral. Un mismo acto físico
puede tener objetos muy diversos, como se aprecia en los ejemplos siguientes:
ACTO OBJETOS DIVERSOS
matar asesinato
defensa propia
aborto
pena de muerte
hablar mentir
rezar
insultar
adular
bendecir
difamar
jurar
blasfemar
La moralidad de un acto depende principalmente del objeto: si
el objeto es malo, el acto ser necesariamente malo; si el objeto es bueno,
el acto ser bueno si lo son las circunstancias y la finalidad.
Por ejemplo, nunca es lícito blasfemar, perjurar, calumniar,
etc., por más que las circunstancias o la finalidad sean muy buenas.
Si el objeto del acto no tiene en sí mismo moralidad
alguna (p. ej., pasear), la recibe de la finalidad que se intente (p. ej.,
para descansar y conservar la salud), o de las circunstancias que lo acompañan
(p. ej., con una mala compañía).
La Teología Moral enseña que, aun cuando pueden
darse objetos morales indiferentes en sí mismos ni buenos ni malos,
sin embargo, en la práctica no existen acciones indiferentes (su calificativo
moral procede en este caso del fin o de las circunstancias). De ahí
que en concreto toda acción o es buena o es mala.
LAS CIRCUNSTANCIAS
A. Noción
Las circunstancias (circum-stare = hallarse alrededor) son diversos
factores o modificaciones que afectan al acto humano. Se pueden considerar
en concreto las siguientes (cfr. S. Th. I-II, q. 7, a. 3):
1) quién realiza la acción (p. ej., peca más gravemente
quien teniendo autoridad da mal ejemplo);
2) las consecuencias o efectos que se siguen de la acción (un leve
descuido del médico puede ocasionar la muerte del paciente);
3) qué cosa: designa la cualidad de un objeto (p. ej., el robo de
una cosa sagrada) o su cantidad (p. ej., el monto de lo robado);
4) dónde: el lugar donde se realiza la acción (p. ej., un pecado
cometido en público es más grave, por el escándalo que
supone);
5) con qué medios se realizó la acción (p. ej., si hubo
fraude o engaño, o si se utilizó la violencia);
6) el modo como se realizó el acto (p. ej., rezar con atención
o distraídamente, castigar a los hijos con exceso de crueldad);
7) cuándo se realizó la acción, ya que en ocasiones
el tiempo influye en la moralidad (p. ej., comer carne en día de vigilia).
B. Influjo de las circunstancias en la moralidad
Hay circunstancias que atenúan la moralidad del acto,
circunstancias que la agravan y, finalmente, circunstancias que añaden
otras connotaciones morales a ese acto. Por ejemplo, actuar a impulso de
una pasión puede -según los casos- atenuar o agravar la culpabilidad.
Insultar es siempre malo: pero insultar a un semejante es mucho menos grave
que insultar a una persona enferma.
Es claro que en el examen de los actos morales sólo deben
tenerse en cuenta aquellas circunstancias que posean un influjo moral. Así,
p. ej., en el caso del robo, da lo mismo que haya sido en martes o en jueves,
etc.
1) Circunstancias que añaden connotación moral al pecado, haciendo
que en un solo acto se cometan dos o m s pecados específicamente distintos
(p. ej., el que roba un cáliz bendecido comete dos pecados: hurto
y sacrilegio). La circunstancia que añade nueva connotación
moral es la circunstancia “qué cosa”, en este caso la cualidad del
cáliz, que estaba consagrado (de robo se muda en robo y en sacrilegio).
2) Circunstancias que cambian la especie teológica del pecado haciendo
que un pecado pase de mortal a venial o al contrario (p. ej., el monto de
lo robado indica si un pecado es venial o mortal).
3) Circunstancias que agravan o disminuyen el pecado sin cambiar su especie
(p. ej., es más grave dar mal ejemplo a los niños que a los
adultos; es menos grave la ofensa que procede de un brote repentino de ira
al hacer deporte, etc.).
LA FINALIDAD
La finalidad es la intención que tiene el hombre al realizar
un acto, y puede coincidir o no con el objeto de la acción.
No coincide, p. ej., cuando camino por el campo (objeto) para
recuperar la salud (fin). Si coincide, en cambio, en aquel que se emborracha
(objeto) con el deseo de emborracharse (fin).
En relación a la moralidad, el fin del que actúa puede influir
de modos diversos:
a) si el fin es bueno, agrega al acto bueno una nueva bondad (p. ej., oír
Misa -objeto bueno- en reparación por los pecados -fin bueno-);
b) si el fin es malo, vicia por completo la bondad de un acto (p. ej., ir
a Misa -objeto bueno- sólo para criticar a los asistentes -fin malo-);
c) cuando el acto es de suyo indiferente el fin lo convierte en bueno o en
malo (p. ej., pasear frente al banco -objeto indiferente- para preparar el
próximo robo -fin malo-);
d) si el fin es malo, agrega una nueva malicia a un acto de suyo malo (p.
ej., robar -objeto malo- para después embriagarse -fin malo-);
e) el fin bueno del que actúa nunca puede convertir en buena una acción
de suyo mala. Dice San Pablo: no deben hacerse cosas malas para que resulten
bienes (cfr. Rom. 8,3); (p. ej., no se puede jurar en falso -objeto malo-
para salvar a un inocente -fin bueno-, o dar muerte a alguien para liberarlo
de sus dolores, o robar al rico para dar a los pobres, etc.).
DETERMINACION DE LA MORALIDAD DEL ACTO HUMANO
El principio básico para juzgar la moralidad es el siguiente:
Para que una acción sea buena, es necesario que lo sean
sus tres elementos: objeto bueno, fin bueno y circunstancias buenas; para
que el acto sea malo, basta que lo sea cualquiera de sus elementos (“bonum
ex integra causa, malum ex quocumque defectu”: el bien nace de la rectitud
total; el mal nace de un sólo defecto; S. Th., I-II, q. 18, a. 4,
ad. 3).
La razón es clara: estos tres elementos forman una unidad
indisoluble en el acto humano, y aunque uno solo de ellos sea contrario a
la ley divina, si la voluntad obra a pesar de esta oposición, el acto
es moralmente malo.
LA ILICITUD DE OBRAR SOLO POR PLACER
La ilicitud de obrar sólo por placer es un principio
moral que tiene en la vida práctica muchas consecuencias. Las premisas
son las siguientes:
a) Dios ha querido que algunas acciones vayan acompañadas por el placer,
dada la importancia para la conservación del individuo o de la especie.
b) Por eso mismo, el placer no tiene en sí razón de fin, sino
que es sólo un medio que facilita la práctica de esos actos:
“Delectatio est propter operationem et non et converso” (La delectación
es para la operación y no al contrario: C.G., 3, c. 26).
c) Poner el deleite como fin de un acto implica trastocar el orden de las
cosas señalado por Dios, y esa acción queda corrompida más
o menos gravemente. Por ello, nunca es lícito obrar solamente por
placer (p. ej., comer y beber por el solo placer es pecado; igualmente realizar
el acto conyugal exclusivamente por el deleite que lo acompaña; cfr.
Dz. 1158 y 1159).
d) Se puede actuar con placer, pero no siendo el deleite la realidad pretendida
en sí misma (p. ej., es lícito el placer conyugal en orden
a los fines del matrimonio, pero no cuando se busca como única finalidad.
Lo mismo puede decirse de aquel que busca divertirse por divertirse).
e) Para que los actos tengan rectitud es siempre bueno referirlos a Dios,
fin último del hombre, al menos de manera implícita: “Ya comáis
ya bebáis, hacedlo por la gloria de Dios” (I Cor. 10, 31). Si se excluye
en algún acto la intención de agradar a Dios, sería
pecaminoso, aunque esta exclusión de la voluntad de agradar a Dios
hace el acto pecaminoso si se efectúa de modo directo, no si se omite
por inadvertencia.
LA RECTA COMPRENSION DE LA LIBERTAD
Una de las notas propias de la persona -entre todos los seres
visibles que habitan la tierra sólo el hombre es persona- es la libertad.
Con ella, el hombre escapa del reino de la necesidad y es capaz de amar y
lograr méritos. La libertad caracteriza los actos propiamente humanos:
sólo en la libertad el hombre es “padre” de sus actos.
En ocasiones puede considerarse la libertad como la capacidad
de hacer lo que se quiera sin norma ni freno. Eso sería una especie
de corrupción de la libertad, como el tumor cancerígeno lo
es en un cuerpo. La libertad verdadera tiene un sentido y una orientación:
La libertad es el poder, radicado en la razón y en la
voluntad, de obrar o de no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar por
sí mismo acciones deliberadas(Catecismo de la Iglesia Católica,
n. 1731).
La libertad es posterior a la inteligencia y a la voluntad,
radica en ellas, es decir, en el ser espiritual del hombre. Por tanto, la
libertad ha de obedecer al modo de ser propio del hombre, siendo en el una
fuerza de crecimiento y maduración en la verdad y la bondad. En otras
palabras, alcanza su perfección cuando se ordena a Dios.
“Hasta que no llega a encontrarse definitivamente con su bien
último que es Dios, la libertad implica la posibilidad de elegir entre
el bien y el mal, y por tanto de crecer en perfección o de flaquear
y pecar. Se convierte en fuente de alabanza o de reproche, de mérito
o de demérito” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1732).
A la libertad que engrandece se llama libertad de calidad. Esa
libertad engrandece al hombre, por ser sequi naturam, es decir, en conformidad
con la naturaleza, que no debemos entender como una inclinación de
orden biológico, pues concierne principalmente a la naturaleza racional,
caracterizada por la apertura a la Verdad y al Bien y a la comunicación
con los dem s hombres. En otras palabras, la libertad de calidad es posterior
a la razón, se apoya en ella y de ella extrae sus principios. Exactamente
al revés del concepto erróneo de libertad como libertad de
indiferencia, en que la libertad est antes de la razón, y puede ir
impunemente contra ella. Es la libertad que no est sujeta a norma ni a freno,
aquella que postula la autonomía de la indeterminación. Un
libertinaje ilusorio e inabarcable, pero destructivo del hombre y su felicidad.