LA ANUNCIACIÓN
DEL SEÑOR
25 de marzo
Es una
fiesta conjunta de Cristo y de María; del Verbo que se hace hijo
de María y de María que se convierte en Madre de Dios. Se
celebra el “sí” salvador del Verbo encarnado, y el “sí”
generoso de nuestra Eva, virgen fiel y obediente.
«He aquí
la sierva del Señor, hágase en mí según tu
palabra». El mundo no iba a tener un Salvador hasta que ella
hubiese dado su consentimiento a la propuesta del ángel. Lo dio
y he aquí el poder y la eficacia de su ¡Fiat!
(hágase). En ese momento, el misterio de amor y misericordia
prometido al género humano miles de años atrás,
predicho por tantos profetas, deseado por tantos santos, se
realizó sobre la tierra. En ese instante, el Verbo de Dios
quedó para siempre unido a la raza humana: el alma de
Jesucristo, producida de la nada, empezó a gozar de Dios y a
conocer todas las cosas, pasadas, presentes y futuras; en ese momento
Dios comenzó a tener un adorador infinito y el mundo un mediador
omnipotente y, para la realización de este gran misterio,
solamente María es escogida para cooperar con su libre
consentimiento.
Esta fiesta es una de
las más antiguas celebraciones litúrgicas sea en Oriente
como en Occidente y la festividad del 25 de marzo se sitúa, en
un principio, por la convicción que hubo, entre ellos san
Agustín, que la muerte de Cristo se produjo un 25 de marzo y
citando al santo de Hipona en su obra “De Trinitate” (4:5)
declara que Jesús fue «ejecutado el 25 de marzo, el mismo
día del año que aquél en que fue concebido»
(«Octavo enim kalendas aprilis conceptus creditur quo et passus»).
Con el día 25
de marzo, llegó a ser el punto de partida de todo lo que
podría llamarse ciclo de Navidad. Si Nuestro Señor se
encarnó el 25 de marzo, era natural suponer que naciera el 25 de
diciembre; su circuncisión seguiría el 1° de enero y
su presentación en el templo y la purificación de su
Madre, el 2 de febrero, cuarenta días después de
aquél en que los pastores se reunieron en Belén,
alrededor del pesebre. Más aún, ya que el día de
Anunciación era «el sexto mes para Isabel, la que se
decía estéril», el nacimiento de san Juan Bautista
se produciría tan sólo una semana antes de terminar
junio.
Durante el pontificado del Papa san Sergio, al final del Siglo VII,
encontramos que la Anunciación, junto con otras tres fiestas de
Nuestra Señora, se celebraba litúrgicamente en Roma. De
aquí en adelante, la fiesta, reconocida en los sacramentarios de
Gelasio y Gregorio, fue gradualmente aceptada en todo el Occidente,
como parte de la tradición romana. A esta celebración se une
las advocaciones marianas de la Anunciación de Nuestra
Señora y la Encarnación de Nuestra Señora.