El perdón es como el
valor: si no lo tienes dentro, no puedes improvisarlo. Porque perdonar, como
superar los miedos, se aprende día a día. La Hna. Leonella
Sgorbati sabe algo de esto, porque ha ejercido un perdón heroico.
Nacida en Gazzola, Piacenza, en 1940, a la edad de 16 años
le confió a su madre el deseo de ser misionera. "Hablaremos de ello
cuando tengas 20 años", respondió su mamá, pero la niña
no cambia de opinión. Entró en los Misioneras de la Consolata,
hizo el noviciado en Sanfrè (en la provincia de Cuneo), luego se fue
a Inglaterra para estudiar enfermería y sólo en 1970 realizó
su sueño de volar a Kenia.
Como obstetra, parece que ha ayudado a nacer a 4.000 niños,
pero incluso hoy siguen naciendo gracias a su ayuda, incluso ahora que ya
no está allí, porque ha encontrado tiempo para crear muchas
escuelas de enfermería y obstetricia.
"Deberíamos tener el voto de servir a la Misión
incluso al costo de la vida. Deberíamos estar felices de morir en
esa encrucijada...", dijo el fundador de los Misioneros y Misioneras de la
Consolata, el Beato José Allamano. Ella, que lo ama mucho y que estudia
su espiritualidad para encarnarla en su propia vida, escribe:"Espero que
un día el Señor, en su bondad, me ayude a darle todo o... si
él lo acepta.... Porque Él sabe que realmente deseo esto".
Este "dar todo" pasa por su "amar tanto", se concreta en el
"amar todo" y se traduce en el "perdonar siempre", también a través
de la fragilidad de cada día. Una hermana tanzana, que fue educada
para el perdón en el trágico momento de la muerte violenta
de su hermano, lo atestigua hoy:"Debes comenzar a hacer este gesto de perdón,
no esperes a que tu hermano se disculpe", dice, dejándole claro que
en esto se ha estado ejercitando durante mucho tiempo.
En su casa y en todas las misiones que atraviesa, están
dispuestos a jurar que su tarjeta de presentación es su sonrisa. Si
le preguntan: "¿Por qué sonreír incluso a los que no
conoces", ella contesta invariablemente:"¿Por qué los que me
miran sonríen a su vez? Y será un poco más feliz".
Desde el año 2001 inicia una actividad "pendular" entre
Kenia y Somalia, donde los Superiores le piden su presencia, para iniciar
aquí también una escuela de enfermería. Encuentra un
país desgarrado por diez años de guerra civil, marcado por
la anarquía, la hambruna, incontables muertos, campos de refugiados,
bandolerismo y, en consecuencia, un fundamentalismo religioso que considera
a los misioneros católicos como una especie de blanco, su objetivo
principal.
La Hermana Leonella sabe que es peligroso para ella y sus hermanas
hacer tal viaje, y como es natural, siente miedo:"Hay una bala escrita con
mi nombre y sólo Dios sabe cuándo llegará", pero con
la fuerza de la fe añade siempre:"Mi vida se la he dado al Señor
y Él puede hacer con ella lo que sea su voluntad". El obispo de Djibouti
solía decir que el corazón de la Hermana Leonella es más
grande que su físico, aunque este sea imponente y "redondo".
Y fue precisamente este gran corazón el que fue destrozado
el 17 de septiembre de 2006 por una bala, disparada a corta distancia, por
dos hombres que la emboscaron cuando regresaba del hospital a su casa, que
estaba enfrente. Mohamed Mahamud, un musulmán, padre de cuatro hijos,
que la escoltaba en aquel corto viaje, trató de ponerse entre ella
y las balas asesinas. También es asesinado y la sangre musulmana se
mezcla en un solo charco con la de la misionera católica.
"Los cristianos y musulmanes que buscan compartir la vida deben
esperar la posibilidad de unir su sangre en el martirio", escriben en aquellos
días. De hecho, no es una simple coincidencia:"Para mí, la
muerte de una italiana y de un somalí, de una cristiana y de un musulmán,
de una mujer y de un hombre, nos dice que es posible vivir juntos, ¡porque
es posible morir juntos! Por esta razón, el martirio de la hermana
Leonella es un signo de esperanza", dice el obispo.
En el hospital hacen todo lo que pueden para salvarla, los somalíes
acuden a ella con ternura para donarle su sangre, tal como ella lo había
hecho, puntualmente, cada tres meses, como donante de sangre. Antes de que
se apague como una vela, la hermana que sostiene su mano siente susurrar
claramente:"Perdono, perdono, perdono, perdono". Son sus últimas palabras,
su firma sobre su propio martirio. Ahora "el cielo no tiene estrellas" dicen
los somalíes cuando conocen su muerte; por el contrario, para nosotros
pronto habrá una estrella extra en la constelación de mártires
oficialmente reconocidos.
(Parroquia San Martín de Porres)