LEÓN XII
1823-1829 d.C.
Aníbal della Genga, n. en el castillo della Genga, junto a
Spoleto, el 22 ag. 1760, cursó sus estudios, a causa de su
linaje, en la Academia Romana de Nobles Eclesiásticos, donde fue
protegido por Pío VI del que fue camarero secreto. Arzobispo
titular de Tiro en 1794, Pío VI lo envió a la
difícil nunciatura de Colonia, primera etapa de un periplo por
varias cortes alemanas, en las que el ciclón revolucionario no
había hecho desaparecer por completo las corrientes
episcopalianas.
Postergado algunos años por mandato expreso de
Napoleón, fue comisionado por Pío VII para hacer valer
sus reivindicaciones sobre los antiguos territorios pontificios
enclavados en Francia, pero su demora en llegar a París
determinó que en el tratado de este nombre fuese reconocido por
los aliados la anexión de aquéllos a la corona de Luis
XVIII. Tras haberle nombrado, no obstante su antagonismo con Consalvi,
cardenal y obispo de Senigalia (1816), Pío VII le designó
su vicario en Roma (1820) y le integró en diversas
Congregaciones. Elegido Papa el 28 sept. 1823, continuó la
línea del pontificado anterior. Se esforzó en evitar la
vinculación de la Santa Sede al régimen austriaco, con
las concesiones lógicas impuestas por un clima cuya
extensión y densidad sería históricamente inexacto
atenuar. Al igual que su predecesor, supo comprender que las
energías de la Iglesia, tras las convulsiones revolucionarias,
deberían centrarse en su restauración espiritual, a la
que tantos factores coadyuvaban, y sin la que cualquier afán de
índole material estaba inexorablemente abocado al fracaso. En
esta línea de pensamiento, se sitúan las diversas medidas
decretadas en los inicios de su Pontificado y, de forma especial, la
publicación de la encíclica Ubi primum (1824).
En este mismo año anunció, ante la
hostilidad de gran parte de la Curia, la celebración de un
jubileo para 1825, año en que se cumplía medio siglo del
anterior. La energía demostrada en la realización de tal
empresa por un Pontífice cuyo carácter no hallaba en la
firmeza su nota distintiva, descubre la tenacidad y perseverancia
puesta al servicio de su programa espiritual. Las voces agoreras de
prelados y políticos quedaron defraudadas y el jubileo
llevó a la Ciudad Eterna multitudes considerables (si se
consideran cuáles eran los medios de comunicación de la
época) que evidenciaron las enormes reservas de simpatía
y veneración que el Papado atesoraba en los fieles.
Hubo de tomar una actitud de resistencia
frente a las cortes europeas, que pretendían servirse de la
Iglesia para sus fines políticos (p. j., resistió la
pretensión de Fernando VII de España de mantener sus
derechos de patronato sobre los territorios independientes de
hispanoamérica). Durante su Pontificado tuvo lugar la
emancipación de los católicos en Gran Bretaña e
Irlanda.
Con la Bula Quod Divina Sapientia reformó los estudios
eclesiásticos creando una Congregación para hacer
más eficaz esa reforma. Con otra Bula, Quo graviora mala,
condenó las sectas masónicas ya condenadas en su primera
Encíclica conjuntamente con el indiferentismo en materia de
religión y con las Sociedades Bíblicas Protestantes. En
cuanto al gobierno de los Estados Pontificios se distinguió por
su empeño en sanear la economía y evitar el bandidaje que
abundaba por aquel entonces en la región de la Romagna.
Su interés por la obra de expansión misionera, en la que,
según su pensamiento, la Iglesia debía situar una de sus
principales líneas de acción, preparó el avance de
la misma durante el pontificado de Gregorio XVI. Murió en Roma
el 10 de febrero 1829.
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(Pbro. José Manuel Silva Moreno)