BEATO LAUREANO PEREZ CARRASCAL
8 de noviembre
1936 d.C.
Habiéndose quedado
huérfano de muy niño, pasó como interno a la fundación
Jesús y San Martín de la calle Alburquerque, 18 de Madrid,
en el barrio de Chamberí, no lejos de la casa provincial de los PP.
Paúles. Allí creció robusto, bonachón, optimista
y se cultivó su espíritu y su inteligencia, bajo el cuidado
esmerado de las Hijas de la Caridad. Fue profesor en Limpias (Santander)
director de la apostólica de Murguía (Álava), superior
de Paredes de Nava y de Andújar y desde 1935 capellán del noviciado
de las Hijas de la Caridad. Dirigía y acompañaba en su vocación
a las jóvenes que las Hermanas le presentaban, y las preparaba para
ingresar en el noviciado. Se notaba en el P. Laureano el espíritu
de fe para ver en todos a Nuestro Señor Jesucristo. Caritativo y muy
fervoroso al celebrar la santa misa.
MARTIRIO: El P. Laureano Pérez Carrascal salió
de la casa de capellanes de la calle de Lope de Vega, 38, el día 21
de julio refugiándose en pensiones no lejos de donde estaban los demás
compañeros. Lo detuvieron el 30 de septiembre de 1936, en la calle
de las Hileras, 11 y lo llevaron a la cárcel Modelo. Al P. Laureano
Pérez le asignaron la tercera galería y allí estuvo
hasta que el 8 de noviembre, a las cinco de la mañana, le incluyeron
en la segunda de aquellas sacas tristemente famosas. Dejó una nota
para el P. Fuentes que decía: “Adiós, Elías, me voy”.
Monseñor Montero lo incluye entre los eclesiásticos martirizados
ese día y recoge de testigos presenciales estos detalles: Para el
traslado de los presos se utilizaron 20 autobuses de la Compañía
Municipal de Tranvías. Fuertemente atados de dos en dos con hilo de
bramante, eran instalados los presos en el interior del vehículo,
casi a presión. Veinte camiones y varios coches ligeros pasaron por
Canillejas y se dirigieron hacia Paracuellos de Jarama. Ya en tierra, se
les iba distribuyendo en grupos variables, entre 10 y 25, y se les forzaba
a caminar hacia las zanjas. Llegados al borde, caía sobre ellos la
descarga cerrada de un piquete compuesto por unos 30 o 40 milicianos. Más
de 200 sepultureros esperaban de antemano, para proceder, aplicado apenas
el tiro de gracia, y a veces sin este requisito, al enterramiento global
de los centenares de fusilados.