BEATO JULIÁN
VILLANUEVA OLZA
1936 d.C.
1 de septiembre
Nació el 11 de
septiembre de 1869 en Villanueva de Araquil (Navarra)
Profesó el 11 de abril de 1898
Fusilado el 1 de septiembre de 1936 en Su (Lérida)
El segundo mártir representante de la numerosa comunidad de
Solsona es el H. Julián Villanueva Olza, que había nacido
el 11 de septiembre del lejano 1869 en el pueblo de Villanueva de
Araquil, provincia de Navarra y diócesis de Pamplona. Sus
padres, D. Mariano, labrador, y Dª Micaela, el mismo día
del nacimiento, le llevaron a la iglesia parroquial de San
Martín para que se le administrara el bautismo. Recibió
la confirmación el día 27 de agosto de 1878 de manos del
Obispo de Pamplona, Exc.mo José Oliver y Hurtado.
Con veintiocho años ingresó en el noviciado de
Cervera en 1897 a primeros de abril. Tomó el
hábito el 19 de ese mes y al cumplir el año de prueba
emitió la profesión el día 11 de abril de 1898,
segundo día de Pascua.
Tenía buenas cualidades para el trabajo, era hombre de la mayor
confianza, muy espiritual, mortificado y observante bromista.
También poseía la instrucción suficiente. En
Cervera desempeñó el oficio de cocinero.
América. Para el inicio del año 1900 ya estaba en
Santiago de Chile. Cinco años después fue enviado a
Antofagasta. En 1911 fue destinado a Valparaíso y luego a
Curicó.
Su vuelta a España tuvo lugar en 1921, siendo destinado a
Cervera. Tres años más tarde su destino era la comunidad
de Vich. Al siguiente trienio fue enviado a Solsona. Otra vez a Vich en
1931 y al año siguiente, 1932, de nuevo a Solsona, como
último destino con el cargo de zapatero, que
desempeñó hasta que cerraron la casa.
En la tarde del día 21 de julio de 1936, al tener que abandonar
la casa por desalojo, se trasladó inmediatamente al manso de
Viladot, propiedad de D. Ramón Viladrich y perteneciente a
la parroquia de Brichs. El manso tenía una capilla. Allí
también se refugiaron otros claretianos. Todos los días
oía Misa y comulgaba, y rezaba varias partes del Santo Rosario,
y la que se rezaba en familia, lo hacía de rodillas. Junto con
los otros misioneros hacía los actos piadosos establecidos por
la Regla para la Comunidad. También hacía otras
devociones particulares. A los perseguidores los consideraba como
enemigos de la Iglesia que actuaban bajo presión de la
masonería y del comunismo. Un día de retiro hablaron del
martirio. El Hermano decía que si llegara el caso Dios
ayudaría de una manera especial. En algunas ocasiones
manifestó sus deseos de martirio. No tenía ningún
temor a la muerte.
Durante el tiempo que estuvo en la masía el Hermano trabajaba lo
que le permitían sus años haciendo limpieza, cortando
leña y ayudando en la trilla. Los milicianos hicieron varias
visitas a las masías de la parroquia de Brichs. Hacia la
mitad de agosto, fueron a Viladot Elías, alias el Caria, y dos o
tres más y destruyeron el altar y quemaron las imágenes
de la capilla. Al pasar por la era, donde estaba el Hermano Villanueva
con cuatro o cinco estudiantes, el Caria les preguntó:
¿Vosotros quiénes sois?
Somos los trilladores, respondieron.
No tenéis pinta de eso. Seguramente sois estudiantes de los
frailes.
¿Y usted quién es? Preguntaron al Hermano.
Él, que no era hombre de ambigüedades, les
respondió: que
Soy religioso, y por demás navarro. Me podéis matar, pero
mi deseo es ser mártir. Delante de Dios nos veremos las caras.
El otro, haciéndose el bravucón por la fuerza del arma
que empuñaba, quiso humillar al Hermano con la clásica
letanía de blasfemias y soltó algún insulto, como
la cantinela de la holgazanería de los frailes.
En mala hora la dijo, pues el Hermano le soltó con toda viveza:
Pues usted ha de saber que yo en mi casa tenía un buen pasar; y,
sin embargo, en mis cuarenta años de religioso he vivido siempre
de mi trabajo y me he ganado el pan.
Y aprovechando la ocasión que le presentó el desalmado,
señalando con el dedo los pies de algunos de ellos,
remató:
Y esos zapatos que lleváis, trabajo mío son.
Así era en efecto. El Hermano, siendo zapatero del colegio,
había confeccionado una buena provisión de calzado nuevo
para los estudiantes que ese mismo verano debían trasladarse a
Cervera. Todo había quedado en la zapatería del colegio,
que al ser saqueado por los milicianos, arramplaron con todo.
Entonces los milicianos, al verse sin argumentos, recurrieron a
las amenazas. Pero tampoco lograron amedrentar al Hermano y les dijo
con voz firme:
No me da usted miedo. Ni usted ni su fusil. Podrá matarme, si
quiere, pero no le temo, porque hay otro Juez supremo ante el cual nos
hemos de ver las caras usted y yo.
Aquella misma tarde, unos quince individuos de la Comunidad, alojados
en las tres casas vecinas del Viladot, del Rotés y del Gudai, se
reunieron en bosque equidistante y escucharon el relato de lo sucedido
de boca del mismo Hermano. Este tipo de reuniones en que oían
misa, hacían los rezos comunitarios y tenían sus
pláticas, las pudieron tener hasta la tercera semana de agosto.
Cuando las circunstancias no permitieron tales reuniones se dió
a cada uno un espejo de bolsillo en el que pudiera llevar las Hostias
Consagradas y comulgar. Cada grupo de estudiantes estaba dirigido por
un Padre, que les atendía espiritualmente. Los refugiados en
otras comarcas no tuvieron tantas facilidades.
El Hermano Villanueva estuvo en Viladot desde la dispersión de
la comunidad con edificación de todos. A partir de este suceso
se trasladó a la vecina masía de Rotés.
Aquí también hicieron su visita los del Comité de
Solsona al Sr. Albareda y los misioneros pudieron escapar al bosque,
entre los que estaba el Hermano Villanueva. Los fugitivos tenían
previsto permanecer varios días en el bosque hasta que pasara la
tormenta. En consideración de la avanzada edad del Hermano, 67
años, que aunque estaba valiente ya no aguantaba tanto trote, el
Superior, P. Juan Codinachs, le indicó al Hermano que
volviera al manso de Viladot, como los mismos dueños
habían solicitado. Allí llegó al anochecer. Era el
1 de septiembre de 1936. Una hora después se presentaron
los del Comité para detener al Hermano y se encontraron con el
estudiante José Casajús Alduán[1], accidentalmente
aquella tarde en Vilador, pero comenzaron la excusa de identificar a
alguien, a lo cual se les ofreció José, que con
evasivas trataba de sortear la situación, pero el objetivo de
los milicianos era el Hermano, y ellos le dijeron:
Aquel viejecito, sí, que lo conocerás.
Creo que sí, pero no se, respondió él.
Siguieron interesándose por el Hermano y la hija religiosa de la
casa dijo que se encontraba arriba, con la intención de evitar
un registro. Como el Hermano ya no tenía tiempo para escapar,
los de casa le aconsejaron que se echara en la cama, como si estuviera
enfermo, para que tuvieran compasión. Los milicianos subieron,
lo encontraron, no hicieron caso de esto y lo bajaron de malas maneras
y con violencia. Las mujeres de la casa preguntaban a los milicianos
qué a dónde se lo llevaban y qué iban a hacer con
él, a lo que dos individuos contestaron que era cosa de poco
tiempo, que se trataba de aclarar quiénes eran ciertos
individuos que tenían detenidos en la carretera y que de
él dependía que lo vieran nuevamente a los cinco minutos,
pues de lo contrario le meterían en la cárcel. El Hermano
Villanueva no abrió la boca en todo el tiempo. Cuando se lo
llevaban entre los dos, el estudiante se ofreció en su lugar,
pero los milicianos no lo aceptaron y le dijeron que se fuera.
Al Hermano lo condujeron a la carretera de Solsona a Cervera donde
aguardaba el auto. Estaba cerca del manso Viladrich. Allí
comenzaron a insultar de la manera que les era habitual de palabra y de
obra. Le preguntaron por qué llevaba tanto dinero en son de
burla, pues llevaba pocas pesetas. El Hermano respondió que iba
de viaje.
El viaje debe ser muy largo, le dijeron.
Supongo que la eternidad, contestó.
Le siguieron maltratando con la intención de obtener una
declaración de los objetos de valor y el dinero de la comunidad,
pues al parecer lo que encontraron no era suficiente para sus
apetencias ni satisfacía sus mentes distorsionadas por las
propagandas contra la Iglesia. El maltrato era tan brutal, con golpes
terribles, que el Hermano alguna vez gritaba
Por Dios, ¡basta!
Con el auto lo llevaron hasta un campo de cal Vendrell a dos
kilómetros de Su, junto a la carretera que va a Pinós,
cerca del Km. 11 de la carretera del Miracle a Su. Antes de fusilarle
le desnudaron y le hicieron excavar la fosa a él mismo. El
Hermano Villanueva pidió que, como favor, le devolvieron
los rosarios y el crucifijo relicario del P. Claret, a lo que los
asesinos accedieron. Se arrodilló y se puso a rezar, porque
estaba convencido de que le iban a matar. Cuando acabó de rezar
se colgó los rosarios y el crucifijo en el cuello y juntó
las manos en el pecho rezando con toda atención. Hizo constar
que daba gustoso la vida por Dios y las almas y que perdonaba a sus
asesinos. Entonces descargaron varios tiros que fueron a parar uno a la
frente, otro debajo de un ojo, otro detrás del oído, otro
se perdió y quedó un balín sin explotar. El
pistolero principal fue Mariano Viladrich, resultando desconocidos sus
compañeros. La hora de ejecución fue las 10 de la noche
del 1 de septiembre de 1936.
Los asesinos, una vez muerto el Hermano, refiriéndose a los
rosarios que llevaba al cuello, dijeron:
«Este debe ser el pasaporte», en alusión al largo
viaje del que había hablado.
Los mismos asesinos le enterraron en la fosa excavada superficialmente
en el campo de Vendrell. Las gentes de los alrededores iban por la
noche a venerar al mártir y rezar sobre su sepulcro. El
día 8 de mayo de 1939 fue exhumado el cadáver encontrando
completo y trasladado al cementerio de Solsona junto al cadáver
del estudiante José Vidal. Además se encontraron algunos
botones, las suelas de goma de las alpargatas, trozos de los rosarios,
el santo Cristo y algunas medallas.
Una sencilla cruz de madera recordaba el lugar de su muerte llevando
debajo de su nombre el siguiente epitafio:
Aquí murió predicando su fe católica.