BEATA JULIA DE LA RENA
9 de enero
1367 d.C.
Nació en Certaldo, Toscana, en el seno de una familia burguesa,
venida a menos. Durante su juventud trabajó como criada en una
casa de Florencia. En esta ciudad tuvo una conversión y se hizo
Terciaria de la Orden de San Agustín.
Sintiéndose
llamada a una forma de vida más radical y austera, en plena flor
de su existencia, decide abandonar la ciudad y recogerse en un lugar
solitario. Vuelta a Certaldo se aloja en un pequeño local
contiguo a la iglesia agustiniana de San Miguel y Santiago, en el cual
hizo abrir dos minúsculas ventanas, una que miraba a la iglesia
para en poder asistir a las sagradas funciones, y la otra hacia el
exterior, por donde recibir el alimento que la piedad popular pudiera
proporcionarla. Y una vez colocado sobre la pared un gran crucifijo,
con solemnidad y en presencia de numeroso público entre devoto e
incrédulo, desde el exterior un maestro albañil
tapió la entrada.
Desde este momento ya nunca saldrá de su pequeño
reclusorio. Como una emparedada, vivirá segregada del mundo por
un período de aproximadamente treinta años, recorriendo
hasta el fondo el largo camino de la ascética y de la
mística. Penitencia y oración fueron sus ocupaciones
cotidianas. De su manutención se encargaban los habitantes de
Certaldo y sus alrededores. Tradiciones populares refieren que hasta
los niños, privándose de alimentos y golosinas,
corrían en su ayuda llevándole algo de comer, y que
Julia, agradecida y sonriente, a cambio, hasta en invierno les
obsequiaba con flores frescas. Nada más se sabe de esta
intrépida mujer, a no ser la gran veneración hacia ella
de sus conciudadanos por semejante vida de piedad vivida ante sus
propios ojos. A su muerte el pueblo la tuvo como santa. Su culto
inmemorial fue confirmado por SS Pío VII en 1819.