BEATO JUAN PELINGOTTO
1 de junio
1304 d.C.
Nació en Urbino, hijo de un mercader; como no le gustaba el
trabajo de mercader al que le había destinado su padre, le
pidió permiso para dejarlo y dedicarse a obras del
espíritu, el padre aceptó con la condición de que
no ingresase en una orden religiosa, Juan aceptó. Ingresó
en los Terciarios franciscanos en la iglesia de Santa María de
los Ángeles y se dedicó toda su vida a la oración
y a la obras de caridad, especialmente con los enfermos. Algunos
pensaron que estaba loco porque siendo rico, vivía en la
pobreza, pero parece que a él estas críticas no le
importaban. Con sus oraciones y ejemplo logró que un hermano
suyo cambiara de vida, ya que estaba en un camino muy licencioso y poco
edificante.
El amor por los pobres lo movía a privarse aun de
lo necesario para socorrerlos; humildísimo, al caer en la cuenta
de que sus conciudadanos lo tenían en grande estima, para
despistarlos se hizo el loco, pero mientras más procuraba
ocultarse, más manifiestas hacía Dios sus virtudes.
Peregrinó a Roma para el jubileo del año
1300, decretado por Bonifacio VIII. Era la primera vez que iba a la
ciudad eterna y no era conocido por nadie; sin embargo, un desconocido
al encontrarse con él, lo señaló a sus
compañeros diciendo: "¿No es este aquel santo hombre de
Urbino?". Otros varios hechos manifestaron claramente que el
Señor quería hacer conocer su santidad.
De regreso a su ciudad natal, intensificó su vida
espiritual deseando ardientemente la patria celestial. Fue atacado por
una gravísima enfermedad que lo redujo pronto a las
últimas, y lo hizo perder hasta el habla, que recuperó
completamente sólo en los últimos días de su vida
terrena. Supo ser imitador de san Francisco de Asís incluso en
el dolor.
Toda su vida vivió el estado de pobreza y humildad
que marcaba el estilo franciscano. El demonio no cesaba de molestar con
horribles tentaciones a este terciario penitente que siempre
había guardado intacta la pureza de su alma. Andaba repitiendo:
"¿Por qué me molestas? ¿Por qué me echas en
cara cosas que nunca he cometido y en las cuales nunca he consentido?".
Y abandonándose confiado en los brazos de la misericordia
divina, con voz fuerte dijo: "Y ahora, vamos con toda confianza!". Uno
de los presentes dijo: "Padre, ¿adónde vas?". "¡Al
Paraíso!", respondió. Dicho esto, su rostro se puso
bellísimo, sus miembros se relajaron y, poco después
expiró serenamente. Cuando murió en Urbino, el pueblo le
tuvo como santo, porque su vida había edificado a todos. El
culto al beato Juan Pelingotto fue confirmado en 1918 por Benedicto XV.