BEATO JUAN
MARÍA DE LA CRUZ GARCÍA MÉNDEZ
1936 d.C.
23 de agosto
Nació en San Esteban de los Patos, Ávila, en el seno de
una familia campesina. Párroco en la diócesis de
Ávila desde 1916. Hombre de oración, especialmente
delante del Santísimo, tenía una generosidad ardiente
para con los pobres y cuantos acudían a su puerta. Su
interés por la catequesis de niños y adultos dejó
la huella de este buen cura entre sus feligreses.
Buscó un camino vocacional en la vida religiosa. En
tres veces vive esta tensión interior e iniciará la
experiencia. Una primera será siendo seminarista con los
Dominicos de Santo Tomás de Ávila, la siguiente con los
Carmelitas y la tercera con los Trapenses de Cóbreces. Siempre
será la misma respuesta: "por motivos de salud, no es apto para
este tipo de vida religiosa". Nunca fue un hombre sano, a los varios
achaques se sumaban las continuas mortificaciones, hasta con el uso de
disciplinas y cilicios.
En 1926 ingresó en la Congregación de los
Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús (Dehonianos). Don
Mariano García Méndez tomará el nombre de padre
Juan María de la Cruz y se establece en la comunidad de Puente
la Reina. Su salud es precaria pero él le pide a Dios "10
años más de apostolado".
Son muchos los recuerdos que quedan de "aquel padre que
era un santo", por parte de los laicos, amigos y colaboradores; a los
religiosos y religiosas que lo tuvieron como huésped en sus
casas les dejó su testimonio de hombre de oración,
servicial y humilde. Dotado para la predicación, siempre estaba
dispuesto a hacerlo si era necesario, y su amor por la
Eucaristía lo llevó a ser un propagador de la obra de la
Adoración Perpetua y a hablar siempre del Amor misericordioso
del Salvador. La espiritualidad mariana era otro de sus grandes amores,
y la vida siempre itinerante de estos años le permitía
visitar sus santuarios y después contar y animar con ello a sus
seminaristas.
El 18 de juliode 1936 comienza de lleno la guerra civil. A
los del santuario de Garaballa les tocar salir huyendo en direcciones
opuestas. Y al padre Juan, "disfrazado de paisano", con una chaqueta
fuera de medida, que le valdrá el sobre nombre de "padre
Chaquetón" en la cárcel, se le abre el camino hacia
Valencia, ciudad en la que podría pasar desapercibido, en casa
de colaboradores de la Congregación.
Habían pasado cinco días de la
sublevación militar. No tuvo ni tiempo de establecer contacto.
Al encaminarse hacia aquella dirección se tropezó con uno
de los tantos incendios de iglesias que oscurecían el cielo de
Valencia. Espectador, como tantos otros, de la barbarie
artística y religiosa no pudo menos que decir en voz alta que
aquello era un crimen, un sacrilegio. Al pedírsele explicaciones
acusándolo de ser de derecha, respondió sencilla y
llanamente que era un sacerdote, tal como testimonia un abogado
compañero de cárcel, maravillado de que una persona
pudiera ser tan ingenua o tuviera tanto coraje.
Termina en la Cárcel Modelo de Valencia, cuarta
galería, celda 476. Sin juicio previo, en la noche del 3 de
agosto de 1936, sin más acusación que la de ser sacerdote
y no ocultarlo, al P. Juan María de la Cruz bajo la consigna de
"Libertad" lo llaman a salir de su celda. Enseguida se da cuenta que la
libertad adquiere otro sentido, el de las puertas abiertas hacia la
muerte liberadora, camino nuevo hacia el encuentro con el Señor.
En los campos de Silla, diez cuerpos quedan tendidos entre olivos. En
las primeras horas del día serán sepultados en el
cementerio municipal en una fosa común sin nombre. Será
trasladado a Puente la Reina donde entre los seminaristas de aquella
casa ha sido testigo callado y fiel de una vida entregada y generosa.