BEATO JUAN JOSÉ MARTINEZ ROMERO
31 de enero
1937 d.C.
Ingresó en el seminario
diocesano de San Fulgencio, en Murcia, con el título de bachiller.
Durante sus veintitrés años de vida sacerdotal, trabajó
en Caravaca, Las Torres de Cotillas, La Unión, Lorca, Roldán,
Águilas y Totana. Hay dos rasgos distintivos de la personalidad de
D. Juan José, fruto de su relación íntima con el Señor:
Su exquisita caridad y el amor a la liturgia. Todas las virtudes brillaron
con mayor esplendor en la última temporada de su vida, especialmente
en la cárcel donde se preparó con la máxima delicadeza
al encuentro con el Señor, en unión de sus dos compañeros:
El P. Acosta y D. Pedro José Rodríguez Cabrera.
MARTIRIO: Clausurado el templo parroquial, el 25 de julio, los
marxistas del pueblo lo tenían estrechamente vigilado en el domicilio
familiar, si bien ejerció secretamente el ministerio sacerdotal donde
quiera que fuese solicitado. Con la ayuda de dos jóvenes piadosos
procedió D. Juan José a sacar y esconder cosas de la iglesia
por la noche, para lo que tenían que saltar una tapia. Le dolía
dejar perder por completo imágenes, ornamentos, vasos sagrados y demás
enseres del culto, que aún pudiesen quedar dentro de la hermosa iglesia
parroquial de Totana, que ya había sido incendiada y devastada. Allí
le prendieron los marxistas el 23 de agosto, a las 5 de la mañana.
Lo llevaron a las afueras del pueblo, le pegaron una gran paliza, y sin apenas
poder tenerse en pie y todo ensangrentado y amoratado lo metieron en la cárcel
y ya no le sacaron.
Su alma, reciamente cristiana, supo encontrar en el mismo sufrimiento
un manantial inextinguible de sobrenaturales alegrías. He aquí
tres rasgos significativos: Una tarde que lo habían tenido una hora
de rodillas y con los brazos en cruz, mientras los milicianos se divertían
con insultos y golpes, declaró a otro sacerdote preso. “Yo estaba
rendido del peso de mis brazos y de tantas bofetadas, pero te confieso que
jamás he sentido mayor alegría, porque estaba padeciendo por
Cristo”. En una carta al párroco de Mazarrón le decía:
“Ha venido por aquí una miliciana y me ha maltratado. Yo he gozado
como nunca en mi vida, mientras ella me maltrataba. Si tu quieres, yo te
diré lo que tienes que hacer para venir a la cárcel”. Pocos
días antes de morir, D. Juan José escribía al sacerdote
que se había lamentado de no poder hacer nada por ellos: “No sientas
pena alguna por nosotros. Estamos separados del mundo y entregados a Dios,
obrando nuestra santificación. Por lo tanto, nuestra condición
aquí no debe inspirar a nadie compasión, sino envidia. Tú
has estado aquí poco tiempo y no puedes saborear las dulzuras de este
lugar” Esto fue lo último que escribió. Lo mataron con el P.
Acosta y D. Pedro José el 31 de enero de 1937.