BEATO JUAN FRANCISCO
BURTÉ
1792 d.C.
2 de septiembre
Juan Francisco
Burté nació el 21 de junio de 1740 en Rambervillers,
Lorena, hijo de Juan Bautista y Ana María Colot. A los 16
años solicitó ingresar entre los Hermanos Menores
Conventuales en el convento de Nancy. Inició el noviciado el 24
de mayo de 1757, y después de un año totalmente
consagrado al Señor, hizo la profesión. En el mismo
convento continuó sus estudios. Había allí
numerosos religiosos preparados en las diversas disciplinas. Cuando en
Nancy se instituyó la facultad teológica, buen
número de Hermanos Menores Conventuales fueron llamados a
enseñar. Juan Francisco, que se había distinguido por el
aprovechamiento en los estudios, con apenas cuatro años de
sacerdocio fue llamado a enseñar teología, primero en el
convento, y luego en la facultad diocesana, después de un
brillante examen.
En 1775 fue nombrado guardián de su convento.
Después de tres años fue encargado de representar a su
Provincia religiosa en la sede de París. Fue escogido como
predicador del rey, porque todos lo consideraban religioso docto,
piadoso, elocuente y modesto. Por su destacada cultura, le encomendaron
el trabajo de Bibliotecario en el gran convento de París, donde
fue nombrado guardián de más de 60 religiosos.
En 1789 vino el desastre de la revolución francesa. En
1790 fueron suprimidas las órdenes religiosas, y los edificios
eclesiásticos declarados propiedad del Estado y en venta. Pronto
se pasó a la lucha abierta, a la oposición, a la
dispersión y al asesinato. Juan Francisco y sus religiosos
manifestaron su adhesión a la fe, rechazando el juramento de la
ley emanada del Estado contra la Iglesia.
El 12 de agosto de 1792 Juan Francisco, junto con sus
religiosos, fue arrestado, conducido al convento de los carmelitas,
interrogado, investigado. Se mostró en estas terribles
situaciones siempre como auténtico sacerdote, franciscano
genuino, rico en celo y caridad, sobre todo con los sacerdotes
perseguidos. La iglesia de los carmelitas estaba rebosante de
prisioneros, pero no se oía un lamento, la misa estaba prohibida
y los detenidos se unían en constante oración alrededor
del altar mayor. Entre los prisioneros había también tres
obispos. Se preparaba una gran carnicería. La guillotina
parecía demasiado lenta para cortar quinientas o seiscientas
cabezas por día...
Era el domingo 2 de septiembre de 1792. Una veintena de sicarios
con picas, sables, hachas, y fusiles se abalanzaron sobre Juan y los
180 sacerdotes prisioneros. Fueron despedazados salvajemente. Las
víctimas serenamente oraban o realizaban actos de
heroísmo. Y así inmolaron heroicamente su vida en la
profesión de la fe. En el momento del martirio tenía 52
años. En 1926, Pío XI lo beatificó entre los 190
“mártires de septiembre”.