BEATO JUAN DUARTE
MARTÍN
15 de noviembre
1936 d.C.
Nació en Yunquera, Málaga, en el seno de una familia de
labradores. Ingresó en el Seminario en el curso 1925-1926, a la
edad de trece años. Juan quería mucho al Seminario, como
permanentemente pudieron constatar sus padres y sus hermanos. Y
en una ocasión muy señalada, cuando, después de la
quema de iglesias y de conventos en Málaga en mayo del 1931, se
planteó la necesidad de regresar al Seminario y su padre le
pidió que aplazara su vuelta hasta que la situación
política se normalizase, Juan Duarte fue de los valientes que
volvieron al Seminario.
Reconociendo su
capacidad, en los últimos cursos se le encomendó la tarea
de prefecto de los seminaristas menores, educador de ellos. Era alegre
y sencillo, de lo cual tuvieron constancia los niños del
catecismo de la parroquia de la Victoria y los de Yunquera. Era muy
notable su profunda vocación apostólica.
El 1 de julio de 1935
recibió el Subdiaconado; de la noche anterior tenemos una
plegaria a la que él alude en una emotiva carta al Obispo el
beato Don Manuel González: "¡Con qué ganas me pongo
en brazos de la Iglesia y con qué ganas le pido al Señor
que me quite la vida si no he de servirla con la alegría que
inunda mi alma el día que a ella me entrego!". Al
año siguiente fue ordenado diácono en la Catedral de
Málaga, el 6 de marzo de 1936. Cualidades sobresalientes de
Duarte eran su arrojo y valentía, pese a ciertas apariencias de
timidez.
Su detención
ocurrió el 7 de noviembre, por la delación de alguien
que, tras un registro fallido llevado a cabo en su casa, le vio
asomarse a una pequeña ventana para respirar aire puro
después de varias horas, sin luz ni ventilación, en una
pequeña pocilga que le había servido de escondite.
Cuando los milicianos
pegaron en la puerta, sólo se encontraban en casa su madre y
él. De su casa le llevaron al calabozo municipal, y de
allí, con los otros dos seminaristas, sobre las cuatro de la
tarde, lo trasladaron a El Burgo, donde quedaron sus dos
compañeros, martirizados en la noche del 7 al 8, mientras Juan
fue llevado, por la carretera de Ardales, hasta álora.
En
Álora, fue llevado primeramente a una posada y, después,
a la Garipola o calabozo municipal, en el que durante varios
días fue sometido a torturas sin cuento, con las que
pretendían forzarle a blasfemar. Pero él siempre
respondía: "¡Viva el Corazón de Jesús!" o
"¡Viva Cristo Rey!".
Las torturas y
humillaciones a las que fue sometido en la Garipola fueron muy
variadas: desde palizas diarias, introducción de cañas
bajo las uñas, aplicación de corriente eléctrica
en su genitales, (en una ocasión llegó a avisar que el
cable se habría debido desconectar de la batería, porque
no sentía la corriente) hasta paseos por las calles entre burlas
y bofetadas con el mismo objetivo. De la Garipola lo
llevaron a la cárcel, que entonces se encontraba en la Plaza
Baja, hoy Plaza de la Iglesia. Allí se inició el
sádico proceso de mortificación, psíquico y
físico, que habría de llevarle al fin hasta la muerte.
Empezó este
proceso introduciendo en su celda a una muchacha de 16 años, con
la misión expresa de seducirle y aparentar luego que la
había violado. Como este atropello no dio el resultado
apetecido, uno de los milicianos, con la colaboración de otros,
se acercó a la cárcel y con una navaja de afeitar le
castró y entregó sus testículos a la tal muchacha,
que los paseó por el pueblo. Realizada esta salvaje acción,
cuando Juan Duarte recuperó el conocimiento, sólo
preguntaba a los demás presos que estaban en la misma celda:
"Pero, ¿qué me han hecho, qué me han hecho?".
Como la
indignación de mucha gente de Álora aumentaba por
días y la actitud de Juan Duarte se hacía más
provocadora -pues con serenidad preguntaba a sus verdugos si no se
daban cuenta de que lo que le hacían a él se lo estaban
haciendo al Señor-, los dirigentes del Comité decidieron
acabar con él proporcionándole una muerte horrenda. Esta muerte se
llevó a cabo en la noche del día 15 de noviembre. Lo
bajaron al Arroyo Bujía, a kilómetro y medio de la
estación de Álora, y allí a unos diez metros del
puente de la carretera, lo tumbaron en el suelo y con un machete lo
abrieron en canal de abajo a arriba, le llenaron de gasolina el vientre
y el estómago y luego le prendieron fuego.
Durante este último tormento, Juan Duarte sólo
decía: "Yo os perdono y pido que Dios os perdone... ¡Viva
Cristo Rey!". Las últimas palabras que salieron de su boca con
los ojos bien abiertos y mirando al cielo fueron: "¡Ya lo estoy
viendo... ya lo estoy viendo!". Los mismos que intervinieron en su muerte
contaron luego en el pueblo que uno de ellos le interpeló:
"¿Qué estás viendo tú?". Y acto seguido, le
descargó su pistola en la cabeza. Pocos meses después, el 3
de mayo, su padre, hermanos y otros familiares se presentaron en
Álora para exhumar su cuerpo, fácil de encontrar bajo la
arena, pues había sido enterrado por unos vecinos a tan poca
profundidad que su hermano José, como él mismo
contó, con sólo escarbar con sus manos, topó
enseguida con sus restos.
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(Pbro. José Manuel Silva Moreno)