BEATO JUAN DE
MONTECORVINO
1 de enero
1328 d.C.
Nació probablemente en Montecorvino Rovella, de donde le viene
su nombre, en la provincia italiana de Salerno. Apenas si se tienen
noticias de su juventud. Vistió el hábito de san
Francisco, y desde sus primeros años de fraile parece que se
dedicó a la obra de las misiones en el próximo Oriente.
Hacia 1289 le encontramos como Legado del Rey de Armenia, Hethum II,
ante la Corte pontificia, y parece que ya antes de esa época
había realizado algún otro viaje a Persia.
Por entonces
comenzaron a llegar a la Corte papal noticias del lejano y legendario
país de la China, por medio de un chino que había llegado
como Embajador del Rey Argún de Persia ante el Papa. Se llamaba
Bar Gauma. Y muy poco después llegarían las primeras
noticias de los mercaderes venecianos, los Polos, que habían
vivido algún tiempo en Pekín. Por todos estos informes se
determinó el papa Nicolás IV a enviar a Juan de
Montecorvino como legado suyo, aunque parece que era intención
pontificia que una vez cumplida su legación, se quedara en China
con el fin de fundar allí la Iglesia. En esta hipótesis,
extraña ciertamente que no llevara consigo algunos
compañeros más. El único acompañante era el
dominico Nicolás de Pistoya. Montecorvino se embarcó en
Venecia y Ancona. Siguió el camino de Antioquía y
Lajazzo, llegó a Sis, capital de la nueva Armenia, y pasó
a Persia, consignando una carta del Papa al Khan Argún en
Tabriz, como respuesta a la legación de Argún por medio
de Bar Gauma. De Persia siguió hacia China, por la India, donde
visitó en el 1291 el sepulcro del apóstol santo
Tomás, que según una tradición estaba enterrado en
Santo Tomé de Meliapur o Mylapore. Él mismo escribe que
se detuvo 13 meses en Santo Tomé, donde pudo bautizar unas 100
personas de diversos lugares. Allí murió asimismo su
compañero de viaje Nicolás de Pistoya. Luego
siguió, ya solo, por la costa de Coromandel y nuevamente por mar
hacia China hasta llegar a Khambalik, Corte del Gran Khan.
Llegó a
Khambalik (Pekín) en 1294 acompañado de un comerciante
genovés, Pedro de Lucalongo, que se le había agregado en
la India. Había muerto ya Kubilai, pero entregó a su
sucesor Timur, las cartas de Nicolás IV. Sus primeros
ministerios apostólicos los ejercitó con cristianos nestorianos, que desde el siglo VII
estaban ya en algunas regiones de la actual China. Consiguió la
unión de uno de sus príncipes, llamado Jorge, a la
Iglesia católica. Por su munificencia pudo construirse una
hermosa iglesia en Pekín. Es curioso que tanto Juan de
Montecorvino como Marco Polo hacían a este príncipe
nestoriano y luego católico, descendiente del famoso Preste
Juan. Se concibe la vida de sacrificio y heroísmo de Juan de
Montecorvino, estando como estaba solo, entre nestorianos y paganos.
Comenzaron las campañas malévolas contra él,
apoyadas en groseras calumnias. Hasta se le llegó a acusar de la
muerte de Nicolás de Pistoya. En el 1298 moría el
príncipe Jorge, y con ello venía a quedar más
desamparado. Para asegurar su apostolado, dentro de su absoluta
soledad, comenzó instituyendo un colegio de niños, a los
que enseñó a cantar la Salmodia en latín.
Según noticias que nos da en carta del 1305, para esa fecha
había bautizado unas 6.000 personas, y si no hubiera sido por
aquellas calumnias, hubiera bautizado -dice-, más de 30.000.
Tradujo al idioma
nativo el Nuevo Testamento y los Salmos. Durante más de 10
años permaneció totalmente solo e incomunicado con sus
hermanos de Europa, que le daban ya por muerto o desaparecido. En 1305
halló ocasión propicia para escribir a Europa, y
comenzaron sus cartas. Es que en 1305 había llegado a Khambalik
el franciscano Arnoldo de Alemania con un médico lombardo. Las
cartas de Juan de Montecorvino levantaron gran celo misional, y
Clemente V pidió al General de la Orden que escogiera siete
franciscanos, a los que quería enviar como obispos a China.
Ellos a su vez consagrarían arzobispo de Khambalik a
Montecorvino. Era el año 1307. Fueron elegidos y consagrados
efectivamente, y a China marcharon acompañados de otros varios
franciscanos. En el camino murieron tres, los otros llegaron a
Pekín y consagraron a Juan de Montecorvino comenzando así
la Iglesia jerarquizada en China, con sede metropolitana en
Pekín, y sufragánea en Zayton. Montecorvino siguió
en Khambalik, donde murió en 1328, a la edad de 81 años,
dejando una suave memoria de sí. Había trabajado en
Pekín durante 34 años. Sobre las vicisitudes de sus
sufragáneos y compañeros de apostolado no se tienen
muchas noticias. La misión china desaparecería poco
después, por la dificultad de enviar nuevos misioneros. La documentación sobre su
beatificación se perdió durante los siglos, y aunque
tiene culto dentro de la Orden franciscana, todavía no ha sido
beatificado por la Santa Sede.