BEATO JUAN BAUTISTA
TORRENTS FIGUERAS
1936 d.C.
17 de marzo
Nació el 8 de
diciembre de 1873 en La Secuita (Tarragona)
Profesó el 8 de diciembre de 1889
Sacerdote el 3 de abril de 1897
Martirizado el 17 de marzo de 1937 en Barcelona
Nació el 8 de diciembre de 1873 en el pueblo de La Secuita
provincia y diócesis de Tarragona, Fue bautizado por el
Párroco D. Pablo Virgili en la iglesia parroquial de San Roque
del pueblo de Argilaga al día siguiente imponiéndole los
nombres de Juan José Pablo. El 3 de abril de 1877 fue confirmado
en La Secuita por el Exc.mo Constantino Bonet Zanuy, Arzobispo de
Tarragona durante la visita pastoral.
Sus padres fueron D. Juan Torrents, labrador, y Dª. María
Figueras.
Ingresó en la Congregación en el verano de 1885, yendo al
seminario de Barbastro presentado por el P. Coll. Ahí
cursó Preparación y Análisis, Sintaxis y
Retórica. Su rendimiento, talento y conducta fueron calificados
con sobresaliente.
En diciembre de 1888 inició el noviciado en Cervera y
allí mismo profesó el 8 de diciembre de 1889.
Los estudios de filosofía los hizo en la misma casa de Cervera,
la antigua universidad. El primer año estaba dedicado a la
Lógica, el segundo a la Metafísica y el tercero a la
Ética. Al acabar el primer curso, el 28 de septiembre de 1890
recibió la primera tonsura de manos del Exc.mo Salvador
Casañas y Pagés, Administrador apostólico de Urgel.
En Cervera hizo los dos primeros cursos de teología
dogmática 1892-1894. En el verano de este año pasó
a Santo Domingo de la Calzada donde cursó el tercero de
teología dogmática y los dos de teología
moral. Aquí recibió las órdenes menores en
1895, el subdiaconado y el diaconado en 1896 de manos del Exc.mo
Mariano Supervia y Lostalé, Obispo de Huesca. El día 3 de
abril de 1897, en Vitoria, recibió el presbiterado de manos del
Exc.mo Ramón Fernández Piérola, Obispo de Vitoria,
después de haber obtenido la dispensa del impedimento de edad,
le faltaban 10 meses, para cumplir la edad canónica de 24
años, concedida por la Sagrada Congregación del Concilio.
Destinos
El 30 de junio de ese año pasó a Barbastro como Coadjutor
del Prefecto de postulantes. En septiembre de 1899 fue destinado a
Solsona con el cargo de predicador. En el mes de julio de 1901 fue
destinado a la casa de Gracia. Aquí también se
dedicó con todo celo apostólico a la predicación y
otros menesteres como recolectar limosnas para la construcción
de la iglesia con escasez de medios «aunque no bajan de 5.000
ptas. las que recojo cada mes con mis sacrificios que sólo Dios
sabe cuán grandes son y cuánto deseo dejarlo»[1].
Todos sus esfuerzos, desvelos y esperanzas se desvanecieron en una
mañana al ser incendiadas casa e iglesia como se dijo en el
capítulo primero. Con el incendio de la casa perdió todos
sus sermones que ascendían a varios cientos. En el verano de
1909 fue trasladado a la casa de La Selva del Campo, como predicador y
de nuevo tuvo que rehacer su arsenal oratorio, para lo cual
escribió a Roma al R. P. Felipe Maroto que le enviara una serie
de libros sobre esas materias. El 28 de mayo de 1911 fue a predicar a
San Feliu, y cuando se encontraba en la estación para tomar el
tren de vuelta sufrió un tiroteo de comunistas, saliendo
ileso por puro milagro al esconderse en un campo.
El 5 de agosto de 1913 fue enviado a Sabadell como Consultor 1°,
pero su ocupación principal fue la predicación y el
confesionario. En 1917 fue destinado a la casa de Gracia en
reconstrucción. Aquí tuvo otra vez el encargo de recoger
limosnas para la construcción del santuario incendiado en 1909.
Tenía habilidad para recoger limosnas. Pero viendo el can. 622,
§ del Código de Derecho Canónico le vinieron las
dudas si dicha actividad caía bajo la prohibición del
canon y lo consultó al insigne jurista P. Felipe Maroto.
También dirigía la Archicofradía. En esta
época le costaba la predicación, ya no tenía
facilidad para predicar, pero le gustaba el confesionario. En
septiembre de 1920 el P. General le propuso para ir al frente de una
expedición a México, pero no se sentía con fuerzas
para la predicación, cuando antes tuvo ilusión por i a
América. Ya no estaba bien de salud, el reuma. En 1924
viajó a Roma en calidad de director de la Archicofradía.
En 1925, con motivo del año santo, jubileo, quiso ganar todos
los privilegios y pidió licencia para ir indicando que le
pagaban el viaje y que lo haría en tercera clase por
espíritu de penitencia. No obtuvo el permiso solicitado.
En 1926 fue destinado otra vez a Sabadell donde tuvo gran actividad
apostólica en varias ciudades y pueblos con toda clase de
predicaciones, quinarios, triduos, novenarios, septenarios,
pláticas, sermones, y, sobre todo, confesionario. En 1935
tenía malas condiciones de salud, estaba casi ciego, y regulares
las intelectuales, de modo que en 1936 tenía poca actividad
fuera de casa.
Cualidades.
Desde que comenzó los estudios se tiene constancia de que era
hombre trabajador, incansable, y de buen talento, observador agudo de
lo que pasaba, por lo cual algunos decían que era
criticón. Pero lo cierto es que en todas sus observaciones
hechas por escrito, sobre todo las propuestas a capítulos,
demuestran su grande amor a la Congregación, a la verdad y
rechazo del fariseísmo. Austero consigo mismo y bondadoso y
caritativo; muy humilde y agradecido. También cultivó
otras virtudes como la paciencia y resignación motivadas por su
deficiencia visiva.
Era un religioso observante y ejemplar. Nunca se apartó de sus
deberes sacerdotales y religiosos. Desde joven era aficionado a la
predicación. Asiduo confesor pues era casi ciego. Era muy
piadoso, de manera particular el Santo Rosario, que lo rezaba
continuamente. Siempre se presentaba con el rosario en la mano.
Estaba dispuesto a derramar su sangre por Cristo. Él
decía antes morir que renegar de la fe.
Martirio
El P. Torrents, atendida su ceguera, salió de Sabadell el 19 de
julio con el fin de refugiarse en la casa de un pariente suyo en
Premiá del Mar. El viaje lo hizo en un coche que puso a su
disposición una de sus dirigidas espirituales, Sta
Cándida Ruiz y Ciprés, que le
acompañó hasta el lugar de destino. En
consideración de que la casa del pariente no ofrecía
seguridad, a la semana siguiente fue trasladado a Barcelona.
Buscó refugio en casas amigas, como la de D. Ramón Clotet
y Dª. Josefa Padrós, porteros del inmueble, de donde
escapó de milagro del registro patrullero. Halló refugio,
de forma precaria, en un colmado de la calle Córcega esquuina
Gerona. A los tres días, el 2 de agosto, se instaló en
una pensión en Pasaje Montjuich del Obispo, 4, regentada por D.
Luis Llonch, antiguo favorecido suyo, donde estuvo hasta el 30 de
agosto. De ahí fue a una pensión de la Plaza Figueras,
que le había proporcionado su devota Dª Consuelo
Magriñá. La pensión estaba dirigida por Dª
Josefa Parcé y su hermana Pilar. Allí fue a parar Don
Alejandro Segú, anciano párroco de Santa Coloma de
Gramanet.
Durante estas vicisitudes el P. Torrents tuvo la compañía
perenne del Santo Rosario, que no se le caía de las manos ni de
día ni de noche. Era su fuente de consuelo. No tenía
otros entretenimientos.
Las visitas que recibía el pobre ciego eran pocas. El P. Nolla
iba cada 15 días y se confesaban mutuamente. También se
acercaba por allí algún
pariente y otros conocidos que se confortaban con la gracia de su
ministerio.
En todo este tiempo brillaron sus virtudes de manera especial su
paciencia y su resignación en aceptar lo que la voluntad de Dios
le reservaba.
El día 13 de febrero de 1937 hubo un bombardeo en Barcelona
llevado a cabo por los nacionales haciendo puntería en los
talleres Elizalde. En la pensión de la Plaza Figueras, todos,
incluso los que vivían de incógnito como el P. Torrents,
bajaron al refugio. Su presencia no pudo pasar desapercibida, ya que no
podía disimular su aire clerical, su comportamiento,
llamó la atención de alguien mal pensado y con peores
intenciones, que lo delató a algún comité.
Prendimiento y cárcel-checa de San Elías. A los tres
días, el 16 de febrero al anochecer, una Patrulla de
Control se presentó en la pensión para hacer el
temido registro. Saquearon la casa destrozando todos los objetos
religiosos y, de paso, llevándose lo que les pareció
junto con los detenidos P. Torrents y D. Alejandro Segú.
A ambos los condujeron a la siniestra cárcel-checa de San
Elías. Don Alejandro tuvo la astucia de hacerse pasar por
un jugador de Bolsa y, satisfecha la multa de 500 ptas. que le
impusieron, a los tres días quedaba en libertad.
El P. Torrents fue más ingenuo. Desde un principio
confesó que era de los del P. Claret y le metieron en una celda.
Aquí estuvo hasta el día 17 de marzo, cuatro semanas, un
mes según el calendario. Durante este tiempo su ocupación
fue rezar, sufrir y esperar. Allí pudo comprobar de verdad
qué es la soledad y el abandono. Solamente dos jóvenes,
que respondían a Juyol y Marlet, a quienes llamaba sus
ángeles, lo iban a buscar a la celda para llevarlo al comedor o
al claustro a tomar el aire y distraerle.
No se necesitaba ser vidente para prever lo que habría de pasar.
Eran muy pocos los que escapaban con vida de la de San Elías.
Pero quien de ningún modo escapaba era el Sacerdote o Religioso
que no hubiera disimulado a tiempo su verdadera condición
sagrada. El cementerio de Moncada era casi con seguridad su paradero.
El sistema del poderoso caballero Don dinero lo utilizaron las milicias
revolucionarias en marzo cuando la Generalidad con el decreto del 2 de
marzo reorganizaba los servicios de orden público y
disolvía las Patrullas de Control. En la cárcel de San
Elias comenzó a ser eficaz el 17, cuyos presos fueron divididos
en tres grupos. Unos salieron en libertad. Otros fueron llevados al
Palacio de Justicia, luego a la cárcel Modelo, y los el tercer
grupo fueron conducidos a Moncada y de ahí al famoso cementerio.
Los que no entraban dentro de este grupo es porque pudieron
comprar la libertad con dinero de sus familiares. Y quien no
tenía para pagar, como el P. Torrents, iba al hoyo. Cosas de la
pureza de ideales de la causa revolucionaria. El vil dinero.
El P. Torrents fue sacado de la cárcel el día 17 de marzo
de 1937 y conducido a Moncada para ser fusilado por la horda marxista,
liquidado según su vocabulario, en el cementerio y fue sepultado
en la fosa común de dicho cementerio. Por tanto se presume que
no le echaron muerto ni vivo, como algún otro, al horno de la
cementera Asland donde los incineraban para ahorrarse los trabajos de
la sepultura, que debían hacer gratis los obreros de la
cementera, y a tanto no se prestaban. Lo cierto es que el
cadáver del P. Torrents nunca fue encontrado a pesar de que fue
buscado repetidamente en Moncada y en el Clínico de Barcelona.