BEATO JUAN BAUTISTA
SCALABRINI
1 de junio
1905 d.C.
Nació en Fino Monasco, Como. Fue ordenado sacerdote en 1863. Fue
primero profesor y luego rector del seminario de San Abundio, y en 1870
lo nombraron párroco de San Bartolomé. El beato
Pío IX lo nombró obispo de Piacenza, en 1876.
Realizó cinco visitas pastorales a su
diócesis, sin importarle los riesgos de los caminos y las
distancias de las parroquia. Fue un pastor excelente: fomentó el
culto eucarístico, las vocaciones sacerdotales y religiosas y
dio al seminario un nuevo plan de estudios en la línea que luego
marcaría el papa León XIII; insistiendo en la necesidad
de coherencia y unidad en el seno de la Iglesia. Practicó de
forma heroica la caridad asistiendo a enfermos del cólera,
visitando a los enfermos y a los encarcelados, socorriendo a los pobres
y a las familias en desgracia, y siendo generoso en el perdón.
Salvó del hambre a miles de campesinos y obreros,
despojándose de todo, vendiendo sus caballos, así como el
cáliz y la cruz pectoral que le regaló el Papa Pío
IX.
Fue muy notable su labor social. Creó un instituto
para sordomudos, numerosas cajas rurales, asociaciones y cooperativas
obreras y sociedades de ayuda mutua. Comprendió la importancia
del catecismo, celebró el primer congreso italiano de catequesis
en 1889 y fundó el primer periódico catequético de
Italia. Pío IX lo definió «apóstol del
catecismo », porque hizo lo posible para que lo enseñaran
en todas las parroquias bajo forma de escuela, incluso para los
adultos.
Llamado en Italia “padre de los emigrantes”, dedicó
su vida a la protección de los millones de italianos que
abandonaron su patria a finales del siglo XIX para buscar fortuna en
América, a veces en condiciones de semiesclavitud. Apoyó
las iniciativas de santa Francisca Javier Cabrini. Fundador en 1887 de
la Congregación de los Misioneros de San Carlos
(Scalabrinianos), para la asistencia material y espiritual de los
emigrantes, ocho años después creó la Orden de las
Hermanas Misioneras de San Carlos.
Su intensa actividad episcopal tenía su origen e
inspiración profunda en una fe ilimitada en Jesucristo. Su
programa era: «Hacerme todo a todos para ganarlos a todos para
Cristo». Estaba profundamente enamorado de la Eucaristía:
pasaba horas en adoración delante del Santísimo; durante
la jornada le hacía muchas visitas y hasta quiso ser sepultado
con todo lo necesario para la celebración de la santa misa.
Sentía gran pasión por la cruz y una tierna
devoción a la Virgen, que se manifestaba en sus homilías
y peregrinaciones a santuarios marianos. Este amor le llevó a
entregar las joyas de su madre para la corona de la Virgen.
Falleció en Piacenza el 1 de junio de 1905, fiesta de la
Ascensión del Señor. Sus últimas palabras fueron:
«¡Señor, estoy listo. Vamos!». Fue beatificado
por SS. Juan Pablo II el 9 de noviembre de 1997.