BEATA JUANA FRANCISCA
DE LA VISITACIÓN MICHELOTTI
1 de febrero
1888 d.C.
Anna
Michelotti nació en Annecy, en la Alta Saboya (en aquella
época pertenecía al reino de Cerdeña). El padre
murió joven dejando a la familia en la miseria. La familia se
estableció en Lyon y Anna entró como alumna en el
Instituto de las Hermanas de San Carlos, luego fue novicia.
Enseñar no era su misión. En pocos años murieron
su madre y su hermano, se quedó sola en el mundo. Para
mantenerse se hizo institutriz de las hijas de un arquitecto, pero era
ya la "señorita de los pobres enfermos", porque en cuanto
podía se ponía a su servicio.
En Annecy
encontró a una tal sor Caterina, ex novicia del Instituto de San
José, que tenía los mismos sentimientos que ella: juntas
comenzaron, en Lyon, un trabajo privado de asistencia a domicilio a los
enfermos pobres. Con el permisio del arzobispo vistieron el
hábito religioso y emitieron profesión temporal de votos.
La naciente Congregación tuvo una vida breve a causa de la
guerra entre Francia y Prusia. Pasada la contienda, dejó el
Instituto por motivos de salud y sintió que su obra
nacería más allá de los Alpes.
En 1874, fundó
en Turín el Instituto de las Pequeñas Siervas del Sagrado
Corazón de Jesús, que a los tres consejos
evangélicos añadían la asistencia a domicilio
gratuita de los enfermos pobres. Tomó el nombre de Juana
Francisca en honor de los fundadores de la Orden de la
Visitación. Los inicios fueron dificilísimos, de extrema
pobreza, abandonos y fallecimientos frecuentes de religiosas. El
superior eclesiástico y el médico de la comunidad
aconsejaban cerrar el Instituto pero quien animó a la Madre fue
el oratoriano padre Felice Carpignano. Más de una vez se la
escuchó exclamar entre lágrimas: "Estoy dispuesta, mi
querido Señor, a comenzar tu obra otras cincuenta veces si fuera
necesario, pero ¡ayúdame!". El Señor la
escuchó. En 1879, Antonia Sismonda, tuvo conocimiento de las
condiciones de miseria en la que vivían las religiosas y las
hospedó en una villa. En 1882, consiguieron casa propia en
Valsalice.
Juana Francisca era la
Regla viviente. Mujer de intensa oración, de penitencia y de
profunda caridad. Antes de tomar una decisión importante
pedía consejo a sus confesores entre los que se encontraba san
Juan Bosco. Pidió limosna, sin importarle que la insultaran.
Hubiera querido instituir un grupo de religiosas adoratrices, pero como
el superior no lo permitió, dispuso que cada religiosa hiciera
diariamente una profunda adoración al Santísimo.
Tenía una profunda devoción a María y así
se lo transmitió a sus hijas, lo mismo que a la Pasión de
Cristo.
En los últimos años de su vida, el asma
bronquial la obligaron a guardar cama. Fue incapacitada para gobernar
el Instituto, en constante desarrollo sobre todo en Lombardía,
porque sus formas no gustaban a un grupo de religiosas ancianas, en
1887 fue exonerada del cargo de superiora general. Aceptó la
humillación, sometiéndose la primera a la nueva superiora
que ella misma había sugerido. Desde aquel día los
dolores aumentaron, pero sonriendo decía: "Por Jesús cada
sacrificio es poca cosa". Sus reliquias son veneradas en Turín
en la casa madre de Valsalice. Fue proclamada beata por el
papa Pablo VI en Roma el 1 de noviembre del Año Santo de 1975.