BEATA JUANA DE SIGNA
9 de noviembre
1307 d.C.
Nació en Signa en Toscana, en el seno de una familia humilde y
estuvo casada con un pastor, cuyas ovejas también cuidó.
Cuando enviudó, hacia los 30 años decidió hacerse
reclusa voluntaria. Se dice que, antes de encerrarse entre las cuatro
paredes de una celda junto al río Arno, había recibido de
manos de los frailes menores de Carmignano el hábito de la
Tercera Orden u Orden de Penitencia, pero parece provado que no fue
terciaria de ninguna Orden.
Durante más de
30 años, desde aquel refugio, fue un faro de misericordia para
quienes acudían a ella: sanó enfermos, consoló
afligidos, convirtió pecadores, iluminó indecisos,
ayudó a los necesitados. Si su fama aún perdura hoy es
por las gracias y milagros que siguió derramando aún
después de su muerte.
Dejamos a un lado las
pintorescas leyendas referidas a su juventud de pastora y a sus
más de treinta años de reclusa. Lo más importante
es que Juana vivió en una gran pureza de espíritu. Se
mantenía con lo que le daban los paisanos, practicó la
más rigurosa austeridad, fue ferviente en la oración y
asidua en la contemplación. El Señor premió su
fidelidad y entrega con dulces coloquios místicos, y
manifestó a los demás su santidad con numerosos prodigios
y curaciones, tanto físicas como espirituales.
Falleció en su
celda a los 63 años, y dicen que las campanas de la Iglesia de
Signa tocaron a fiesta, para celebrar la entrada de Juana en la gloria
del cielo. Su
cuerpo incorrupto se conserva en una Capilla edificada en el lugar de
la sepultura. Dicha capilla pertenece, desde 1907, a Pieve di Signa.