BEATO JOSÉ
MARÍA RUIZ CANO Y 15 COMPAÑEROS
27 de julio
1936 d.C.
Nació en Jerez
de los Caballeros (Badajoz) en 1906, y fue ordenado sacerdote en junio
de 1932. Después de un año de ensayo ministerial en
Aranda de Duero (Burgos) fue destinado como formador al Seminario
Claretiano de Sigüenza.
Allí le
encontraron los trágicos días de persecución como
responsable de un grupo de 60 seminaristas, cuyas edades oscilaban
entre los 12 y los 16 años. Sigüenza había sido un remanso
de paz hasta que la situación se hizo extremadamente
difícil el día 25 de julio en que el Obispo y cuatro
claretianos fueron detenidos y condenados a muerte. Ante estos
acontecimientos, el P. José Mª reunió a sus
seminaristas en la capilla, para ponerles al tanto de la
situación.
Comenzó el
éxodo del pequeño Seminario. El P. José
María se puso al frente del grupo de los más
pequeños. -¡Adiós, Padre, hasta pronto!, le
despidió el Hnº Víctor. -¡Hasta el cielo!,
contestó el Siervo de Dios, y emprendió el camino de
Guijosa, a unos 7 Kms de Sigüenza.
Entraron en Guijosa al
anochecer y fueron recibidos con los brazos abiertos por el
párroco y todo el vecindario. Alguien propuso al Padre que los
niños estaban a salvo y para él era mejor huir y salvar
la vida. La respuesta, repetida varias veces, fue siempre la misma:
-“Aunque me cojan y me maten, no dejo a los niños”. A Guijosa
fueron a buscar al “Padre de los niños que habían huido
de Sigüenza”. El día 27, “un poco antes de comer se
presentaron en el pueblo siete autos de la F.A.I. Un miliciano de
Sigüenza dijo: -Ése es el Padre; y el Padre exclamó:
-“Virgen del Carmen, salvad a España; muero contento”.
Durante una hora lo
tuvieron retenido en un coche flanqueado por dos milicianas. Los
seminaristas iban reuniéndose alrededor,... -“No temáis,
no pasa nada. Muero contento”, decía el Padre a los muchachos.
En éstas, unos
milicianos que venían de profanar la iglesia, traían de
mala manera una imagen del Niño Jesús. Con desfachatez se
lo arrojaron al P. José Mª, diciéndole: -“Toma, para
que mueras bailando con él”. El Padre lo apretó
amorosamente sobre su corazón. Pero el miliciano se lo
arrebató bruscamente y lo arrojó contra el suelo.
El coche echó a
andar… el Padre se despidió diciendo: -¡Adiós,
hijos míos!, y los bendijo. Pronto se detuvo la caravana en el
término del monte del Otero, a medio camino entre Guijosa y
Sigüenza. Una voz ordenó al P. José Mª que
bajara. El Padre entendió la orden, perdonó a sus
enemigos y emprendió la subida al Otero. Sonó una
descarga de fusiles y nuestro beato se desplomó en cruz. Era la
una de la tarde del 27 de julio de 1936. En la falda del Otero, en el
lugar del martirio, está clavada una cruz para perpetua memoria.
Los Mártires de
Fernancaballero son un grupo de catorce jóvenes semaristas en
vísperas de ser ordenados sacerdotes, cuyas edades oscilaban
entre los 20 y 26 años, y el Hno Felipe González (47
años), también les acompaña el P. José
Mª Ruiz Cano (29 años).
El P. José
Mª Ruiz es el único sacerdote en esta Causa, Tomás
Cordero era el seminarista de mayor edad, y Jesús Aníbal
Gómez era colombiano que, a pesar de exponer ante los milicianos
su condición de extranjero, fue fusilado sin
consideración alguna.
Los hechos del
martirio sucedieron en dos sitios distintos, Sigüenza
(Guadalajara) y Fernancaballero (Ciudad Real), pero fueron recogidos en
una misma Causa. Por ello, la Causa es conocida también como
Causa de los Mártires de Sigüenza y Fernancaballero.
La atmósfera de
violencia contra los moradores del Seminario Claretiano de Zafra
(Badajoz), comenzó apenas acabadas las elecciones de febrero de
1936. A finales de abril el Padre Provincial ordenó abandonar la
casa y marchar a Ciudad Real. La nueva morada era un caserón
desprovisto de todo y en medio de la ciudad; un lugar propicio para
sufrir sacrificios hasta entonces nunca probados.
Se respiraba ambiente
de martirio, y pronto se vieron sorprendidos por el asalto a la casa.
El P. Superior escribirá más tarde: “Cuatro fueron los
días de prisión para las catorce víctimas
propiciatorias que fueron sacrificadas el día 28 y seis para los
restantes. Decir lo que en estos días tuvimos que sufrir es cosa
de todo punto imposible.” Las cosas fueron empeorando en aquella
cárcel en que se había convertido la propia casa, hasta
el punto de que “trajeron mujerzuelas y las veíamos con los
bonetes y los ornamentos paseando y asomándose provocativamente
a nuestras habitaciones... Todos estábamos preparados para la
muerte, que la veíamos muy cerca... Se sufrían las
vejaciones y las privaciones con resignación y mansedumbre y
conmiseración para con los perseguidores.”
Intentando salir de
aquel lugar de suplicio, el P. Superior pudo lograr salvoconductos para
ir todos a Madrid o adonde les conviniera. La primera expedición
para Madrid se preparó para el día 28 de julio. En ella
iban nuestros mártires. Se despidieron de los que quedaban.
¡Que tengáis feliz viaje!, les dijeron.
Fueron a la
estación de Ciudad Real en varios coches y acompañados
por milicianos. Al llegar se armó un gran alboroto y se oyeron
voces de: ¡A matarlos. Que son frailes. No les dejéis
subir. Matadlos! El tren pudo arrancar sin mayores sobresaltos, pero
las amenazas se cumplieron a 20 kms de la capital, en la
Estación de Fernancaballero.
Un viajero del mismo
tren cuenta así lo que vio: “Ordenaron a los frailes que
bajasen, que habían llegado a su sitio. Unos bajaron
voluntariamente diciendo: Sea lo que Dios quiera, moriremos por Cristo
y por España. Otros se resistían, pero con las culatas de
los fusiles les obligaron a bajar. Los milicianos se pusieron junto al
tren y los frailes frente a ellos de cara. Algunos de los frailes
extendieron los brazos, gritando ¡Viva Cristo Rey y Viva
España! Otros se tapaban la cara. Otros agacharon la cabeza. Uno
que era muy bajito daba ánimos a todos. Empezaron las descargas
y todos los frailes cayeron al suelo… Al incorporarse, algunos con las
manos extendidas gritaban ¡Viva Cristo Rey!; volvieron a
dispararles y cayeron.”
Entre el montón sangrante de los cadáveres,
Cándido Catalán quedó gravísimamente herido
y moriría horas más tarde: “Presentaba aspecto de una
resignación asombrosa, no profería queja alguna…”, dijo
de él el médico que lo atendió en la
Estación.
Es obligado poner de
relieve que en medio de tanto dolor no faltaron ángeles del
consuelo: Carmen Herrera, hija del Jefe de Estación, le hizo:
“Yo y la mujer del Factor, Maximiliana Santos, ayudamos a los
médicos a curar al herido. Yo puse agua caliente para lavarle
las heridas y la mujer del Factor facilitó una sábana
para hacer vendas. En la Estación yo le di de beber...” Bello
gesto que recuerda el consuelo ofrecido a Jesús camino del
Calvario.
El Hno Felipe
González de Heredia había quedado en la capital,
refugiado en casa de su hermano Salvador... Descubierto, fue llevado a
la checa del Seminario en donde permaneció hasta que el
día 2 de octubre le sacaron para llevarle en un coche hasta
Fernancaballero.
Los nombres de estos claretianos mártires eran: Jesús
Aníbal Gómez y Gómez, Tomás
Cordero Cordero, Primitivo Berrocoso Maillo, Vicente
Gómez Robles, Gabriel Barriopedro
Tejedor, Claudio López
Martínez, Ángel López
Martínez, Antonio Lasa Vidauretta, Melecio
Pardo Llorente, Antonio Orrego Fuentes, Otilio
del Amo Palomino,Cándido Catalán Lasala, Ángel
Pérez Murillo, Abelardo Palacios
García y Felipe
González de Heredia Barahona. Fueron beatificados en Tarragona el
13 de octubre de 2013, durante el pontificado de S.S. Francisco.