BEATO JOSE MARIA TARIN CURTO
29 de agosto
1936 d.C.
Beato José María
Tarín Curto, presbítero de la Sociedad Sacerdotal de los Operarios
Diocesanos. Nació en Santa Bárbara, provincia de Tarragona,
España, el 6 de febrero de 1892 y fue martirizado en el término
de Tortosa, el 28 de octubre de 1936
Beatificado durante el pontificado de S.S. Francisco, por el
cardenal Angelo Amato, s.d.b., prefecto de la Congregación de las
Causas de los Santos y legado papal, en la ceremonia de beatificación
de 522 mártires del siglo XX, en el Complejo Educativo de Tarragona,
el 13 de octubre de 2013. Se lo celebra el 28 de octubre.
D. José María Tarín nació en Santa
Bárbara, provincia de Tarra¬gona y diócesis de Tortosa,
el 6 de febrero de 1892, hijo de Pedro y de Josefa, y fue bautizado al día
siguiente de su nacimiento.
Por su hermana María Cinta sabemos que sus padres eran
muy religiosos y de posición social modesta, y que José era
ya de niño muy bueno, apreciándose en él desde temprana
edad una fuerte inclinación a la vocación sacerdotal. Seguramente,
el ambiente familiar y tener un tío sacerdote contribuyeron al nacimiento
de vocación al sacerdocio
En Santa Bárbara, pueblo culto y trabajador, vivió sus primeros.
Pero pronto fue al Seminario de Tortosa, donde realizó los estudios
de humanidades y eclesiásticos, como alumno interno del Colegio de
San José.
De sus tiempos del Colegio se conserva, entre otras, esta deliciosa
confesión de D. José sobre el atractivo de la figura del Beato
Manuel Domingo y Sol: “En mis primeros años de gramática más
de una vez, en nuestras conversaciones de niños, expresábamos
el deseo de que muriera nuestro Padre Fundador, con la esperanza de verle
obrar algún milagro. ¡Tan convencidos estábamos de su
santidad!”.
Recibió la ordenación sacerdotal el 2 de junio
de 1917 y el 11 de agosto de ese mismo año se consagró a la
Hermandad. Como sacerdote operario ejerció los siguientes ministerios:
de 1916 a 1918 fue prefecto en el Colegio de San José de Tortosa;
de 1918 a 1923, durante cinco cursos, fue prefecto y profesor en el Seminario
de Belchite; con los mismos cargos estuvo de 1823 a 1925 en el Seminario
de Burgos; de 1925 a 1928 en el de León; de 1928 a 1930 en el de Astorga;
de 1930 a 1934 en el de Toledo; y desde 1934 hasta su martirio en el Seminario
de Zaragoza.
Supo unir D. José –“Tarín”, como cariñosamente
acostumbraban a llamarle los operarios– junto a una sólida piedad
sacerdotal una permanente alegría, que cautivaba a cuantos le trataban.
Fidelísimo en el cumplimiento de sus deberes, sobresalió notablemente
en la enseñanza de la lengua latina, en la que se acreditó,
no sólo entre los alumnos, sino aun entre sus compañeros profesores,
como un maestro extraordinario.
Como profesor era exigente para que sus seminaristas recibieran
la mejor formación, y como formador de Seminario, totalmente dedicado
a su tarea formativa. Uno de sus alumnos de Belchite declaró en el
Proceso de Beatificación que era el más querido de los formadores,
que junto a él nadie podía estar triste
Y el sacerdote D. Juan Gasca ofreció una declaración
especial¬mente significativa de sus virtudes: “Sobresalía en él
especialmente la humildad, la alegría espiritual, la entrega a los
seminaristas; bondad hacia todos, sin distinción alguna; hacía
agradable y razonada la obediencia; era fidelísimo en el cumplimiento
de su deber; ocupado siempre, estudiaba mucho y se hacía todo para
todos los seminaristas. Eran muy edificantes sus predicaciones y conferencias
sobre formación sacerdotal… Bastaba con su presencia para estimular
al cumplimiento del reglamento. Sabía hacer amable la obediencia.
Nadie lo huía y todos se alegraban de que se ocupara de los seminaristas
y estuviera con ellos”.
Un aspecto que hacía especialmente atrayente su carácter
humano era su capacidad para saber conjugar una vida intensa de piedad con
formas alegres. Hacía simpática y atrayente la vida espiritual
para los seminaristas.
“Era muy amable –declara uno de ellos– y se le veía entusiasmado
de su vocación de operario. Quería mucho a los colegiales y
nosotros a él. Amenizaba muy bien las clases, y nos hacía muy
entretenidos los recreos y los paseos. Con el fin de que los juegos resultasen
movidos, jugaba siempre él con nosotros, aun al marro y a la bandera,
haciendo él mismo de abanderado a veces”.
El Señor le había otorgado el don de la santa
alegría, hija de la amistad con Cristo y de la paz del espíritu
y del corazón, que D. José derramaba a manos llenas sobre sus
hermanos operarios, para endulzarles la vida y hacerles más llevaderas
las fatigosas tareas de su ministerio. Fue la de D. José una virtud
muy simpática y ama¬ble.
Encarnaba de maravilla la insistente y sabia recomendación de D. Manuel:
“Tengamos el corazón siempre abierto dentro de nuestra Hermandad;
porque se estrechan los lazos de fraternidad con la comunión de bienes,
de alegrías y de penas”.
El curso 1935-36 estaba en Zaragoza, y a finales de junio fue
a Trotosa para hacer los ejercicios espirituales con los operarios. Después,
como solía hacer cada año, pasaba las vacaciones en Santa Bárbara,
con su familia.
Cuando estalló la revolución, al ver el giro que
tomaba, se ofreció al párroco para suplirle aconsejándole
que marchase del pueblo. Y dijo a los suyos: “¡Bien está todo!
¡Sería la ocasión de dar la vida por Cristo! ¡Qué
dicha sería para mí si me mataran por ser sacerdote!”.
Y así lo percibieron algunos testigos de su martirio
que declara¬ron en el Proceso: “Lo buscaban únicamente por ser
sacerdote. Había realizado toda su actividad lejos del lugar de su
martirio. Se ha de excluir cualquier otro motivo que pudiera ser ocasión
de su mar¬tirio”. No tenía enemigos personales, ni intervino en
política.
Estaba escondido en su casa, juntamente con un tío sacerdote,
D. Jorge. Se confesaban mutuamente con mucha frecuencia. Se de¬cía
en el pueblo que D. José no había huido a un lugar más
seguro en el campo por no abandonar a su tío sacerdote.
Al despedirse D. José de su anciana madre, hermanas y
sobrinos fue bendiciendo a todos, con admirable serenidad y diciéndoles:
“¡Hasta el cielo!”. Y a su madre desconsolada le dijo: “Madre, diez
años antes o después es igual. Me matan por ser sacerdote.
¡Bendito sea Dios!”.
Cuando le sacaron de casa, junto con su tío, para llevarlos
primero a la Casa Consistorial, les hicieron pasar por la iglesia parroquial,
convertida en un Sindicato marxista, para mayor desdicha.
Estuvieron encarcelados apenas unas horas, hasta el anochecer.
Cuando se supo del arresto, mucha gente se reunió en la plaza, pues
D. José era muy apreciado.
Los coches que los llevaban al martirio pasaron por medio de la plaza, y
D. José y su tío saludaron y bendijeron a los que allí
se habían congregado. Fueron unos momentos de intensa emoción,
según los testigos.
Al salir del pueblo los coches se separaron. En el que iba D.
José tomó la dirección de Tortosa. Lo fusilaron en Pla
dels Ametllers, cerca de Tortosa, el 28 de octubre de 1936. Su cuerpo fue
enterrado en el Cementerio municipal de Tortosa, Y en seguida se difundió
la noticia del su martirio y su fama de santidad. Acabada la guerra su cadáver
fue reconocido, y en el año 1947 fue trasladado al mausoleo de los
sacerdotes operarios mártires del Templo de Reparación de Tortosa.
Beatificado el 13 de octubre de 2013.