BEATO JOSÉ
IGNACIO GORDON DE LA SERNA
1936 d.C.
13 de agosto
Nació el 13 de
octubre de 1902 en Jerez de la Frontera (Cádiz)
Profesó el 20 de mayo de 1923
Sacerdote el 22 de septiembre de 1929
Fusilado el 13 de agosto de 1936 en Alboraya (Valencia)
El P. José Ignacio Gordon de la Serna nació el 13 de
octubre de 1902 en la ciudad de Jerez de la Frontera de la provincia de
Cádiz y diócesis de Sevilla, y fue bautizado solemnemente
el día 15 del mismo mes en la iglesia parroquial de San Miguel.
Dos años más tarde fue confirmado por el Exc.mo Marcelo
Spínola y Maestro, Arzobispo de Sevilla en la iglesia de Ntra.
Sra. del Carmen de Jerez el día 13 de octubre de 1904.
Sus padres fueron D. Luis Gonzaga Gordon y Doz, productor y comerciante
de vinos, y Dª Josefa de la Serna y Adorno, hija del
marqués de Irún, de Sevilla, que murió en
1909. Al P. José Ignacio le hizo de madre su tía
Dª. Luisa, hermana de su madre.
La instrucción primaria y el bachillerato los realizó en
el colegio de San Juan Bautista de Jerez dirigido por los Religiosos
Marianistas, desde 1909 hasta julio de 1920. Estaba integrado en los
Luises que dirigía el P. Vives, S.J. A continuación se
trasladó a Madrid para hacer la carrera de Derecho.
En Madrid tuvo como director espiritual al P. Antonio Naval. A finales
del año 1921 fue a Cervera, lugar lejano de su familia por
expreso deseo suyo. Allí inició el noviciado el 1 de
marzo de 1922, siendo maestro de novicios el P. Ramón
Ribera. Al principio le costó ambientarse al estilo de vida
austero del convento, él que había vivido entre
comodidades. Le alargaron dos meses de noviciado, de modo que
profesó el 20 de mayo de 1923, fiesta de Pentecostés.
Después del verano inició los estudios filosóficos
en el mismo centro de Cervera. Allí se dió cuenta de los
rigores del clima tan distinto al de Jerez. Era hipersensible al
frío, por ello en los crudos inviernos de Cervera se le
veía con las manos lastimadas de grietas. Así le
escribía a su padre el 24 de noviembre de 1923: «Hace
frío y algo fuerte, pero disfruto con él mucho, aunque me
hace tiritar no poco. !Hay gustos que merecen palos!».
El día 4 de julio de 1925 se trasladó a Solsona para
continuar el estudio de la filosofía.
Terminados los estudios de filosofía, el día 1 de
septiembre de 1926, de nuevo volvió a Cervera para cursar la
teología. En la primera carta que escribe a su padre desde la
vuelta a esta ciudad, 23 de noviembre, le comunica que tiene poco
tiempo porque «empiezo ahora los años-tormenta de mi
carrera». A mediados del mes de julio de 1927
recibió la primera tonsura y las cuatro órdenes menores
de manos del Exc.mo Nicolás González, Vicario
apostólico de Fernando Póo.
En enero de 1929 los Superiores pidieron a la Santa Sede dispensa de
estudios y de intersticios para que pudiera ordenarse de
presbítero y prestar como tal el servicio militar, a fin de
aprovechar su título de bachiller en artes para el Magisterio.
En Vich, el 16 de marzo de ese año recibió el
subdiaconado de manos del Exc.mo Juan Perelló, Obispo de
la diócesis. A los tres meses, el 23 de junio, en Cervera,
recibió el diaconado de manos del Exc.mo Ramón Font,
Obispo de Tarija, Bolivia, y el 22 de septiembre siguiente
recibió el presbiterado de manos del mismo obispo y en el mismo
lugar.
En agosto de 1932 fue nombrado superior de la comunidad de
Játiva en sustitución del P. Federico Codina, destinado
como superior de Cervera. Fue confirmado en el cargo en los
nombramientos de 1934 para el trienio 1934-1937. No lo pudo concluir
porque en el segundo trimestre de 1936 fue obligado a refugiarse en la
casa de Valencia.
Cualidades y virtudes
Desde pequeño luchó por no perder la gracia y fue
apóstol de sus coetáneos y compañeros. Por su
piedad, sus educadores le escogieron como directivo de la
Congregación Mariana. Cuando asistía a las clases de
Derecho del catedrático Julián Besteiro, socialista,
cuyas explicaciones estaban cuajadas de dislates doctrinales, se
afianzó más en el conocimiento de la verdadera fe.
A su entrada en el noviciado mostró su desprendimiento de la
familia, pidiendo
ser destinado lejos de su familia. Tenía un carácter
agradable y trato delicado. Se distinguió por su piedad, caridad
y humildad[1]. Tenía un gran espíritu de austeridad.
Era un religiosos muy observante y ejemplar, muy amante de la
Congregación, como ponen de manifiesto sus cartas. Como superior
demostró su gran prudencia.
Se preocupó que su apostolado fuera eficaz.
Prisión y martirio
Como se ha dicho antes fue detenido y aprisionado junto con el P.
Alonso durante la mañana del 12 de agosto de 1936. Pasó
el día en oración y conversación con los otros dos
Padres preparándose para el martirio. No se hacían
ilusiones de que les dejaran libres.
Al anochecer les dieron de cenar un guiso de patatas con carne, pan y
agua abundante. Que apenas probaron.
Ya entrada la noche le llamaron a declarar, a él en primer
lugar. El tribunal estaba formado por unos siete, entre los cuales
había uno o dos de Játiva. El interrogatorio duró
más de una hora y fue enojoso, vehemente y duro, sin excluir los
gritos. Las preguntas y la declaración, se puede decir,
estuvieron concentradas en tres materias: la familia, su persona y el
colegio de Játiva.
Acerca de la familia le preguntaron quienes eran sus padres y hermanos,
los títulos nobiliarios, el pueblo de origen, las riquezas que
poseían y algunas cosas más, quizás por el dinero
aportado por su familia para las obras del colegio.
Sobre su persona: nombre, apellidos, estudios, carreras, ciudad donde
las cursó; si era sacerdote, religioso, superior, dónde
estaban sus súbditos, de qué bienes disponía y
dónde los tenía.
Sobre el colegio de Játiva le preguntaron cómo lo hizo,
con qué dinero, qué métodos seguía,
cómo trataba a los niños.
Se defendió con energía, entereza y serenidad de las
acusaciones a base de calumnias, como cuando uno del tribunal le
increpó ¿que cómo tenía sótanos y en
ellos atormentaba a los niños?
A lo que respondió dando un fuerte puñetazo en la mesa:
¡Mentira! ¡es una calumnia! Lo pueden comprobar cuando
mejor les parezca.
Salió impresionado, pálido y tembloroso. Sin embargo su
rostro reflejaba la alegría de un santo y dijo:
Pronto nos juntaremos al coro de los Mártires.
Todavía permaneció dos horas en la cárcel
preparándose de manera intensa al martirio. A eso de las 12 de
la noche fue sacado con los otros dos Padres y llevado en auto al
Palmaret, en el término de Alboraya.
Al descender del auto se abrazó con los otros dos y decía
Jesús mío, en tus manos encomiendo mi alma.
Después de bajar del auto en que les llevaron para fusilarlos,
el P. Gordon se dirigió a los milicianos con estas palabras:
Os perdonamos de
corazón.
A continuación los Padres se dieron mutuamente la
absolución. Se pusieron en fila para la recibir la descarga, a
oscuras porque apagaron el foco del auto. El P. Gordon quedó
herido al cual se le escapaba de vez en cuando un ¡ay! y la
jaculatoria ¡Madre mía! que cortaba el silencio de la
noche. Así duró unos veinte minutos.
Pasados los veinte minutos, los verdugos encendieron el foco, se
acercaron al P. Gordon en el momento en que decía ¡Madre
mía!
Uno de ellos exclamó:
¡Aún vive! Y disparándole el tiro de gracia en la
cabeza, lo remató.
Su cadáver fue reconocido por el médico y el juez de
Alboraya y enterrado en el cementerio de dicho municipio junto con el
P. Alonso, como se ha narrado antes.