BEATO JOSÉ GARCÍA LIBRÁN
1936 d.C.
14 de agosto
José había nacido
en el pueblo de Herreruela de Oropesa (Toledo), el 19 de agosto de 1909.
Hijo de Florentino García y Gregoria Librán, el hogar donde
nace es profundamente cristiano. En ese ambiente se desarrollaron sus primeros
años. Eso favoreció el nacimiento y desarrollo de su vocación
sacerdotal.
José ingresó con 12 años en el Seminario
Conciliar de Ávila, donde realizó estudios de Latín,
Humanidades, Filosofía y Sagrada Teología. Durante los once
años de permanencia en el seminario, don José dio muy claros
ejemplos de acrisolada bondad y sincera piedad. Vida espiritual intensa y
ejemplar. Por eso tuvo una excelente y prometedora preparación para
el sacerdocio. Era muy ordenado, sensato y ecuánime, muy fervoroso
y amable con todos. Bajo estas líneas, junto a unos compañeros
sacerdotes; el beato es el primero por la derecha.
Recibió la ordenación sacerdotal el 23 de septiembre
de 1933. En aquel momento, el entonces obispo de Ávila, monseñor
Enrique Pla y Deniel, le encomendó las parroquias de Magazos y Palacios
Rubios. Luego fue nombrado, el 20 de marzo de 1935, párroco de Gavilanes.
Sería su última parroquia, y por tan sólo dieciséis
meses y medio. No habían transcurrido aún tres años
desde su ordenación sacerdotal.
Su actuación sacerdotal en Gavilanes fue despertando,
desde el primer momento, gran admiración y aprecio entre los feligreses.
Su preparación cultural, su bondad e intensa vida espiritual conseguían
el amor de los habitantes de este pueblecito abulense. Era don José
un sacerdote celoso, trabajador, caritativo, amante de todos. Cumplía
muy bien sus deberes de párroco. Visitaba con frecuencia a los enfermos,
y los socorría, si eran pobres. Un sacerdote, que coincidió
con él en el seminario, afirma que el Beato se distinguió siempre
por su piedad, “especialmente en su devoción a la santa Misa y a la
Virgen María”.
Martirizado junto a su hermano
Don José era consciente de la alarmante situación
que se vivía en nuestra nación. En el trabajo publicado por
Gregorio Sedano en 1941, Los sacerdotes abulenses mártires en la era
de 1936, se recoge parte de una carta en la que afirma el joven párroco:
Yo no soy pesimista. Tengo confianza en España, la cual
renovará su fe y su fortaleza, si es preciso, con sangre de mártires,
incluso sacerdotes. Parece una prueba necesaria y un castigo conveniente,
del que todos saldremos ganando; porque Dios no permitiría los males,
sino para sacar de ellos mayores bienes.
¡Cambiar esta vida por otra más feliz, aunque sea
inmolando las víctimas inocentes! No tendremos nosotros tal dicha.
Aunque no parece cosa difícil, según lo indicaba el Papa a
los neosacerdotes en la estampa que nos regaló y que decía:
Sacerdos et Hostia. Sacerdote y víctima son inseparables: cruenta
o incruenta, pero al fin, víctima…”.