Nació en Castelnuovo d'Asti (Italia) en el seno de una familia campesina.
Sobrino de san José Cafasso. Después de estudiar en su pueblo
las primeras letras pasó al oratorio de Valdocco, que bajo la dirección
de san Juan Bosco era un semillero de santos, y aunque san Juan Bosco le
propuso hacerse salesiano, no quiso porque no veía su camino, y de
ahí pasó al seminario de Turín, donde sufrió
mucho porque tenía una débil salud; pasó una grave enfermedad
que le dejó secuelas para toda la vida y que le llevó, en un
momento, casi a la muerte.
Sacerdote diocesano en 1873; primero fue formador del seminario,
luego fue destinado como coadjutor en Passerano, después director
espiritual del seminario de Turín, ciudad en la que transcurriré
toda su vida. En 1880 fue nombrado rector del seminario de la Madonna della
Cosolata, santuario diocesano turinés a cuya sombra quedará
en adelante su vida y su obra. El santuario cobró vida bajo su dirección,
tanto material como espiritualmente. Fue un gran director de almas. Fue nombrado
canónigo de la catedral turinesa; también fue superior religioso
de las Hermanas de la Visitación y de las de San José de Turín.
Promovió la causa de beatificación de su tío san José
Cafasso. En 1882 se le nombró director del santuario de la Consolata,
punto de referencia de la devoción mariana de los turineses y del
convictorio anejo que había fundado su tío, y que hacía
años había cerrado el obispo por prudencia; en esta labor se
dedicó al clero joven, enseñándoles que el sacerdocio
es esencialmente la salvación de las almas.
En 1901 fundó el Instituto de los Misioneros de la Consolata
y, en 1910 las Misioneras de la Consolata, dedicados especialmente a las
misiones, ya que “No habiendo podido yo mismo ser misionero, a causa de mi
delicada salud, me he propuesto ayudar a todos aquellos que tengan esta vocación”.
Se dedicó a una gran labor pastoral dedicado a la santificación
y hacer el mayor bien posible. Decía: "No vivimos más que pocos
días, que sean todos para el Señor"; “Os quiero primero santos
y luego misioneros”. Enseñó que había que anteponer
el amor a las reglas. Nunca dejó de ser sacerdote diocesano, aunque
sus misioneros emitieron votos religiosos. San Pío X les confió
a estos misioneros las misiones de Kenya. Murió en Turín de
puro agotamiento. Fue beatificado por San Juan Pablo II el 7 de octubre
de 1990.